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Charon me acompañó de regreso a la habitación después de la ceremonia. Erick no le dirigió ni una sola palabra, solo la miró y ella supo lo que le pedía.
La señora Georgiana tuvo razón. No cené con él, aunque tampoco era como que quisiera compartir mesa con el rey del infierno y verle la cara más de la cuenta.
Cuando llegamos a la habitación la doncella me ayudó a quitarme el abultado vestido y a soltarme el cabello sobre los hombros.
Me sentía como si mis pulmones no pudieran llenarse del todo, como si por más que respirara me ahogara con el nudo que había en mi garganta.
Me había casado con Erick, por ganas o sin ellas.
Era su esposa.
Y los esposos tienen intimidad.
El frío de mi piel era impresionante. Mis manos, mis pies... todo me temblaba. ¿Él iría a mi lecho?, ¿me reclamaría como esposa?, ¿Qué diablos quería de mí?, ¿Mantenerme encerrada toda la vida?, ¿matarme?, ¿torturarme?
Me puse un camisón ligero y una bata para dormir. En la puerta se quedaron tres guardias resguardando cuando Charon se fue. Se me hizo una cantidad exagerada, pero sabía que no estaban ahí porque pensaran que llegarían a mi rescate, sino para darme miedo y evitar mi escape.
No dormí nada.
Ya se había cumplido un día de secuestro.
¿Donde estaban los hombres del rey Abraham?
¿Donde estaban los hombres de mi padre?
¿Por qué no venían por mí?
Me quedé sentada en la cama con las rodillas en mi pecho temiendo que Erick llegara en cualquier momento para reclamarme como su mujer o aún peor, temiendo que saliera el sol y yo siguiera en ese lugar, como una pesadilla interminable.
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—Nada mejor que un nuevo día—la insoportable mujer pelirroja del día anterior corrió las cortinas de la habitación con una sonrisa burlona en el rostro.