Capítulo 23: Condenada.

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Narra Maisie

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Narra Maisie

Estaba hecho.

El plan había resultado.

Debía sentirme agradecida por eso, ¿no?

Sí, claro que debía. Porque las cosas pudieron haber salido muy mal y en consecuencia acabar con nuestra vida o desatar una segunda guerra en Kinstom.

Pero por el contrario, ahí estaba, dos días después, en la noche antes de la boda, sumergida en una tina inmensa con leche caliente y unas cuantas hierbas que olían extraño.

Era un ritual de abundancia, prosperidad en el matrimonio y fertilidad.

Fue cuando la mujer vestida de blanco me tomó la cabeza y comenzó a rezarle a sus dioses por mi vida, que me pregunté si iba a poder sobrevivir a eso.

No lo sabía. No había certeza de nada.

Ni siquiera me había detenido a considerarlo, quizás porque no creí llegar tan lejos

Habíamos conseguido el matrimonio y la alianza, pero nuevas interrogantes se abrían.

¿Qué iba a pasar cuando el rey Kristopher se enterara de que era una doncella?, porque quizás la cosa se diera mañana o dentro de cincuenta años, pero las mentiras siempre hallaban la forma de salir a la superficie.

¿Y cuando supiera que seguía siendo virgen?

¿Qué tal cuando Inglaterra se enterara de que la unión se había hecho en contra de su amenaza?

El reino de Kornatt entraría en guerra. Y aún más certero, dentro de los muros de ese castillo Kristopher y yo levantaríamos nuestra batalla personal. Una lucha fría, despiadada y llena de intrigas, pero que sobre todas las cosas no pensaba perder.

—¡Que las estrellas, el universo y todo lo divino, bendigan a mi reina!—gritó la mujer aun tomándome la cabeza, y no sé si fue mi imaginación, pero las llamas de las velas que iluminaban la habitación brillaron con más intensidad.

Después dibujó símbolos extraños en mi piel, me colocó unos cuantos collares de piedras curiosas y encendió velas que intensificaron el olor a hiervas.

Unos toques en la puerta la detuvieron gracias a Dios porque estaba segura de que no tardaba en tomar una gallina y darme con ella en la cabeza.

Kristopher se asomó sin esperar una respuesta de nuestra parte y la mujer hizo una reverencia.

—Déjenos solos.

A Merced Del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora