Capítulo final: El calabozo

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Muchas veces soñé con morir.

Sentí la calma en mis manos, el alma abandonando mis escondites y dejando vacío mi cuerpo. En aquella lejanía, el dolor desaparecía de pronto y no existía otra sensación más que la paz.

Nada lastimaba.

Nada ardía.

Muchas veces soñé con morir pero jamás con rendirme.

Incluso en aquella fría oscuridad seguía manteniendo mi voluntad firme.

Sabía bien cómo sucedería, pero aquel dolor agonizante que atacaba cada punto de mi carne me recordaba que aún me faltaba bastante camino por recorrer antes de poner un pie en la tumba.

Abrí los ojos de golpe.

El suelo helado de las mazmorras del castillo inglés estaba pegado en mi piel, como si se negara a soltarme. Todo a mi alrededor daba vueltas, incluso mi propia sangre navegaba con desesperación por mis venas como si buscara huir de aquella cruel situación.

Me senté buscando estabilidad y algo de coherencia. Un nuevo mareo me regreso para atrás y tuve que sostenerme para no volver a caer en el suelo. Mi cabeza dolía, justo donde el maldito tipo había estrellado el arma.

—Ya era hora.

Se me erizo la piel.

Una voz femenina me dio la bienvenida como jamás creí que lo haría.

—¡Akira!—solté un grito de alivio mientras me ponía de pie ignorando el mareo que aún me atacaba y me ponía frente a ella con las manos en los gélidos barrotes.

Pronto mi cabeza comenzó a atar cabos: estaba en Inglaterra, siendo prisionera en las mazmorras del castillo mientras mi hermana me veía con nada menos que asco.

Se me revolvió el estómago.

La esperanza calló en picada.

—Tienes que sacarme de aquí, esto es un error. Nosotros no venimos a hacer daño, solo queremos paz entre ambos reinos. Kinstom está dispuesto a hacer una alianza con Inglaterra y reactivar el flujo comercial entre ambos—hablé tan rapido que mi garganta rasposa me imploró un vaso de agua.

Akira no se inmutó.

Era extraño ver un rostro igual al mío, con el cabello finamente atado en un moño elegante, acompañado de un vestido aperlado que le hacía lucir bellísima. Madre jamás la habría dejado usar un vestido así en otras circunstancias, pero ahora era la prometida del rey Abraham. Aquello era una necesidad.

Me sonrió, pero a lo único que me supo fue a una sensación amarga que me retorció las entrañas.

¿Por qué no parecía mi hermana?

En su lugar, tenía la apariencia de un cuerpo carente de alma.

—Bella, Ali—introdujo la mano en la reja y me acarició un mechón despeinado que acomodó detrás de mi oreja—. No habrá alianza. El rey Erick esta muerto.

Muerto.

Muerto.

Muerte.

La palabra hizo eco en mi mente.

El mareo se intensificó.

Sentí el vomito en la garganta.

—¿Muerto?

No podía creerlo, pero pronto las escenas de nuestro ataque en el bosque me llegaron como una bofetada y el estruendo del disparo acompasó el discurso de mis pensamientos.

—Tranquila, ya estás a salvo. Convencí a mi prometido de que te perdone por tus delitos contra la corona inglesa, pero deberás esperar aquí abajo hasta que pase la boda.

Apenas podía escucharla.

¿Delitos?

¿Ser secuestrada ahora era un delito?

Las lágrimas escaparon de mis mejillas antes de que pudiera detenerlas.

Erick estaba muerto.

Ellos lo habían asesinado.

Bajé el rostro a mi mano y encontré el anillo de matrimonio que fungía como única prueba de que alguna vez había existido un rey capaz de mover el cielo y la tierra con tal de conseguirme y llamarme suya.

Un rey del que me enamoré con alma y corazón.

Con pasión y fuerza.

Con entrega y lujuria.

Un rey que ya no existía.

Abrí la boca buscando respuestas pero solo salieron pequeños titubeos que me hicieron parecer una niña pequeña.

—¿D-Donde... está lord Liam?—apenas pude articularlo.

Akira sonrió.

—Ya no tienes que preocuparte por él tampoco. Será ejecutado después de la boda, para evitar escándalo en el gran día.

Lo dijo como si aquel evento no estuviera manchado de sangre.

Lo dijo como si de sus propias manos corriera el cálido elixir rojo.

Lo dijo... como si ella también fuera una asesina.

—Mira tu cabello, linda Ali. Esta todo sucio y huele mal. Es una pena—hizo un mohín con los labios, plantó un beso en su mano y después lo pegó en mi mejilla—. Pronto te asearán para ver a nuestros padres. Están ansiosos. Tengo que volver con mi prometido, pero en cuestión de nada volverás con nuestra familia.

Esa palabra era bastante dudable.

¿Familia?

Mi familia estaba muerta.

Akira se marchó con el sonido hueco de sus tacones y mis rodillas cedieron tras la pronta soledad. Caí en el suelo en un mar de llanto que me dejó con el pecho ardiente y la garganta lastimada, como si el alma me escapara por la boca y el corazón hiciera fila en la garganta para también huir.

El dolor era desgarrante y ahogador.

—Erick—su nombre me salió como una súplica—, ¿donde estás?, no me dejes sola.

Le dije deseando que apareciera, que me tomara la mano y me invitara a escapar con él.

Imploré una señal, cualquier cosa.

Y al tercer sollozo después de la trágica frase unos dedos curiosos se colocaron en mi hombro invitándome a levantar la cabeza. La mano venía de la celda conjunta, haciéndose delgada para poder pasar por entre los barrotes.

Aquellos ojos que me veían me resultaron extrañamente familiares. Estaban incrustados en un rostro sucio y desalineado, acompañados de una sonrisa de lástima que acompañó mi dolor.

—Tranquila. Estoy seguro de que a mi hermano no le gustaría verte así.



 Estoy seguro de que a mi hermano no le gustaría verte así

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28 de abril del 2024

A Merced Del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora