#11. El joven espadachín

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—Hace siete años, vivía en la aldea Shimotsuki, y me entrenaba para ser el mejor espadachín con mi mejor amiga, Kuina

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—Hace siete años, vivía en la aldea Shimotsuki, y me entrenaba para ser el mejor espadachín con mi mejor amiga, Kuina.

—¿También cogías espadas con la boca cuando eras crío? —me pregunta Hana, subiendo lentamente por la pared, piedra a piedra, antes de resbalar y caer.

La cojo antes de que toque el suelo. El vestido que lleva no es muy largo, lo suficiente para notar como se eriza la piel desnuda bajo la yema de mis dedos. La siento temblar, y al mirarle el rostro veo como se muerde el labio. No como un signo de vergüenza. Su rostro se contrae en una mueca como la que uno pone cuando se cura las heridas con alcohol. Es dolor.

Un dolor más difícil de sobrellevar que el físico. Sin decir nada, por temor a que se sienta mal, o que mis palabras puedan empeorar su frágil estado mental, la dejo en el suelo para que descanse un momento antes de seguir intentando escalar la pared.

—Esa habilidad la aprendí más tarde.

Hana se sienta en el suelo, observando cómo la gran cantidad de arañazos y rozaduras que surgen en su piel va aumentando cada vez que la alzo sobre mis hombros para que intente salir del pozo.

Mientras ella descansa en la parte más alejada de la pequeña cueva que años atrás habría estado llena de agua, vuelvo a agarrar la cuerda con el gancho, lanzándola una y otra vez, pero sin éxito.

—En aquella época —sigo con mi historia, intentando desviar la atención de Hana del cadáver de Merry—, Kuina me consideraba su amigo, pero yo la detestaba.

—¿Porque era mejor que tú? —sugiere, rasgando la parte de abajo de su vestido y vendándose la rodilla izquierda.

Asiento, perdiéndome en mis recuerdos por un segundo.

Recuerdo el suave susurro de las ramas de los árboles, mecidas por el viento durante los entrenamientos, sentado en la tarima, notando como mi cuerpo bullía de ansias por salir y demostrar mis habilidades con la espada.

Recuerdo el tacto áspero pero familiar del kimono verde contra mi cuerpo, casi llegando a ser una segunda piel.

Recuerdo el duro suelo que me recibía cada vez que Kuina demostraba ser mejor que yo, avergonzándome, alimentando mi rabia. Mi ira.

¿Quién podía ganar con espadas de madera? Debían ser espadas de verdad. Reales. Afiladas. Letales. Un duelo a muerte.

Aquel pequeño joven cabezón no tenía ni idea de que ni aun así sería suficiente.

Una vez tenía mis armas, la busqué por el bosque. Seguía siendo de día, pero la niebla no dejaba ver aquello que estuviera a más de diez metros de mí. Si alguien se acerca, curioso, a ver qué estábamos haciendo, podríamos desaparecer antes de que nos encontraran.

Era el momento y el lugar perfecto. 

Kuina estaba allí de pie, en medio del claro, enfundando la Wado Ichimonji tras haber practicado sus movimientos con éxito. Sus ojos brillaban con determinación. Pero yo no tenía miedo a nada. Tenía dos espadas, era joven y estúpido. Creía que era mejor que ella.

Written in my soul - Roronoa Zoro (OPLA) [REVISADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora