Capítulo 23

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Aron

Un año, parece poco tiempo pero no para mí, no para una persona que se fue huyendo de su propio hogar, huyendo de su propia vida, huyendo de su propio ser.

Parece poco, pero un año sin ver a tus padres, sin su cariño, sin el calor de un hogar al que volver cada día se hace eterno. En realidad nunca pensé que volvería, nunca pensé que me perdonarían... pero bastó una llamada, esa llamada llena de desesperación y añoranza. Esa llamada en la que tu madre llora y tu padre te reclama, en la que pides disculpas, en la que incluso preguntas por el perro.

Perdón, palabra usada por muchos y aplicada por pocos. Me perdonaron por ser un desastre, me perdonaron por defraudarlos, me perdonaron por ser un fracasado, bien dicen que como el amor de tus padres ninguno.

Últimamente no me sentía solo, tenía a Mariana de nuevo conmigo, a mí Nan, a mi chica de ojos café y pelo rizado, a la dueña de mi corazón por y para siempre.

Manejo siguiendo el camino que me lleva a casa, aún no creo que este volviendo al lugar donde viví los mejores años de mi vida.

Me adentro en el pueblo y nada ha cambiado, es un pueblo pequeño, maltratado por los años pero que conserva su belleza natural. El parque se mantiene hermoso, lleno de niños que corren de allá para acá cerca del lago. A la pastelería le han cambiado la fachada, pero sigue teniendo ese olor característico que te invita a entrar. Y el cine, ni hablar de ese pequeño espacio donde disfruté cada minuto de mi infancia.

Me desvío y me adentro en el lado oeste del pueblo. Las enormes casas pintorescas se van haciendo más pequeñas hasta llegar al condominio menos poblado.

Aparco el coche y me bajo. En el frente de la casa me espera Davis, un pitbull que tengo desde los quince, me agacho y le acaricio la panza.

—¡Hola campeón! Yo también te extrañé.

Se abre la puerta y en ella aparece mi madre con los ojos llorosos, me mira como si aún no creyera que estoy aquí, que soy real.

—Como siempre saludas primero al perro.

—Mamá...

Corro a abrazarla y me estrecha en sus pequeños brazos llorando desconsolada.

—¡Pero que grande estás!

—¡No es cierto! —grita mi abuela abriéndose paso y observándome— sigue siendo el mismo pequeño flacucho.

—¡Nana!

—Qué Nana ni que nada, ven aquí que te voy a dar las nalgadas que no te di de pequeño. Ben, aquí está el malcriado de tu hijo.

Me abraza pero a diferencia de mi madre no llora, sino que me golpea con el bastón.

_¡Auch!

—Te lo merecías por rebelde.

—¡Mamá! Ya basta, deja en paz a tu nieto —dice mi padre saliendo también y abriéndome los brazos—. Te extrañé Aron.

—Y yo a ti papá.

—Ya está bueno de abrazos y lloriqueos, vamos adentro que se enfría la comida —dice la abuela.

Ya en la mesa mis padres no paran de mirarme como si no creyeran lo que ven.

—La comida está deliciosa —digo.

—No hables con la boca llena chiquillo mal educado, o quieres llevarte otro bastonazo.

Terminamos de cenar y nos sentamos todos en los sofás de la sala.

—Lo siento —digo captando la atención de todos.

—¿Qué dices hijo?

—Lo siento, perdónenme por huir, por preocuparlos, por ser un desastre como hijo y persona. Quiero decirles que el cambio es cierto, estoy estudiando en la universidad y me va bien, también conocí a una chica...

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