Capítulo 3

79 4 0
                                    

Actualidad

Frío, solo eso lograba sentir. Mi pecho estaba congelado, el frío helaba cada centímetro de mi cuerpo, cada hueso de mi anatomía y no me refiero al clima, estamos casi despidiendo el verano.

No era capaz de sentir emociones, esa niña risueña que hacía sentir bien a todos a su paso, que destilaba felicidad por los poros desapareció hace años y por más que la he buscado no logro encontrarla.

Mi psicóloga dijo que había mejorado que todo comenzaba a marchar bien, por lo menos ya hablaba y ellos lo consideraban un avance.

Lejos de todo intento de chica normal estaba yo con tantos problemas y pensamientos negativos en mi cabeza.

Miraba un punto fijo en el rincón de mi cuarto pensando, solo pensando sin poder mover músculo alguno o reflejar alguna expresión en mi cara.

¡Maldita vida injusta!

Era viernes, faltaban solo tres días para comenzar la universidad y... ¿qué les cuento? Pues que no me daba ni pizca de emoción llegar a un lugar nuevo lleno de personas que ni siquiera conozco y que seguramente me van a mirar como la rarita del lugar, nuevo experimento para burlas.

Si me hubiesen dicho dos años atrás que mi vida se convertiría en esto no les hubiese creído. ¿Cómo puede cambiar tanto el dolor a una persona?

El sonido de la puerta al abrirse me sacó de mis pensamientos, era mi madre.

—Nan, ¿no piensas bajar a desayunar?¿Estás bien?

La miré de reojo la verdad no me apetecía hablar, mucho menos comer pero mi madre era demasiado insistente como para aceptar un no por respuesta. Me vi obligada a bajar con ella y fingir que todo estaba bien.

Los siguientes dos días transcurrieron tranquilos, pero al tercero mi casa era un caos en la mañana. Mi padre corría de un lado a otro de la casa, supervisando que todo quedara perfecto. Mi madre se ocupaba de gritarme en mi cuarto que preparara la maleta y al ver que no movía ni un músculo optó por prepararla ella.

Sabia decisión doña Mariam.

Yo solo miraba, no tenía ganas de irme. Ganas de nada en realidad, menos de llegar a compartir mi habitación con una desconocida.

La mañana pasó rápido y en la tarde mi padre me llevó a la universidad.

Mamá no fue, preferí dejar a la fiera en casa con una caja de pañuelos haciendo su drama de siempre.

Al llegar me sorprendió lo hermosa que era, hermosa sí pero demasiado grande para mi gusto. Habían miles de familias despidiéndose de sus hijos llorando y abrazando, juro que se podían sentir los sollozos a un kilómetro de allí.

Puse los ojos en blanco, menudo drama.

Me despedí de mi padre sin tanto lloriqueo y me acerqué a la puerta viendo cómo se alejaba en su auto.

Ahora estoy yo sola frente a este mundo horroroso, o por lo menos eso creía.

Guerrero silencioso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora