「 𝐀𝐛𝐫𝐢𝐥 𝟐𝟎𝟏𝟎 」

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El verano había llegado a las amplias aguas del mar Aragón, en Zaragoza. Oliver había comenzado la escuela en una nueva ciudad lejos del tranquilo y silencioso campo en el que había crecido. Sin embargo, no le fue difícil armarse de un grupo de amigos conformado por Erika, Drake y él mismo.

Los tres siempre eran atrapados haciendo travesuras, pesé a que Oliver siempre se mostró como un pequeño tranquilo e incapaz de desobedecer órdenes, pronto descubrió que adoraba sentir la libertad, aquella que Drake le había enseñado.

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—¿Usted es la señorita McFallen? —

Preguntó en tono serio la señora frente a ella, Elizabeth, la directora de la escuela a la que asistía Oli. La madre de este solo asintió y puso una pierna sobre la otra, esperando a que le explicaran qué es lo que había sucedido esta vez.

A Oliver lo habían descubierto fugándose de la escuela y pese a que no era la primera vez, aquella era la última oportunidad que tenía para no ser expulsado.

— ¿Qué ocurrió? —

Preguntó finalmente la madre, luego de mirar ambas por un par de segundos a Oliver.

Elizabeth o la Sita Roy, como era conocida, cruzó sus dedos y acomodo su barbilla sobre sus manos. Soltó un largo y pesado suspiro y comenzó con la misma historia de siempre, pero esta vez le entregó una carta a su madre en donde debía firmar para no ser expulsado, como un juramento de que sería la última vez, ¿La razón? Oliver era el mejor de su clase, por no decir de todo su ciclo. Luego de eso, ambas se estrecharon las manos y su madre, tomando a Oliver del brazo, lo condujo hasta el auto y comenzó un sermón. 

Este ya estaba aburrido de escuchar aquella charla, la que recibía cada vez que llegaba a casa luego de ser reprendido por la directora. Sus padres eran reservados, poco sociables pero no por eso malos padres. Su madre se dedicaba a cuidar de él y la casa, mientras que su padre trabajaba en una pequeña oficina a la que había sido trasladado luego de un ascenso.

No eran una familia de grandes recursos, pero tampoco una familia con carencias económicas. Su casa era enorme, si que lo era, fue heredada por uno de sus abuelos maternos quien tenía su propia empresa y le gustaba una vida acomodada. Para algunos lujosa, para Oliver aburrida y demasiado espaciosa, pero perfecta para hacer desastres de vez en cuando junto a Oso, un enorme perro San Bernardo, cuya característica destacable era ser un tornado cuando se juntaba con la mente de Oli.

Aquella noche, la televisión se apagó a las nueve en punto, hubo un silencio incómodo y desagradable, hasta que los gritos comenzaron. No era un mal hijo, pero siempre escuchaba hablar de sus amigos, aquellos que eran una "mala influencia" para él. Sin embargo su padre le defendía, pues era la actitud esperada de un chico de su edad, pero a su madre no le parecía.

Oso subió a la cama, solía esconderse de los gritos al igual que Oli, ambos se acurrucaban y esperaban al día siguiente, momento en que sus padres fingían algún tipo de demencia porque no tocaban el tema de la noche anterior, no frente a él. Como si el eco de la enorme casa no le permitiera escuchar los gritos del piso inferior.

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—¿Qué tal si entras a algún club de la escuela? —

Preguntó la madre para romper el silencio mientras preparaba el desayuno. Otra vez lo mismo, dos huevos que junto al ketchup formaban una carita feliz, «como si fuese un bebé» pensaba Oliver.

Oli miró a su padre quien se encogió de hombros como diciendo qué él no fue quien metió esa idea en su cabeza. Pero Oli odiaba la idea, odiaba nadar, el básquet, el fútbol, nada parecía gustarle, él solo quería jugar con sus amigos después de clases, no quedarse más tiempo de lo normal y perderse sus aventuras.
Luego de un silencio casi eterno la madre prosiguió.

—Podría ser útil para, ya sabes, gastar energías en cosas positivas.—

Miro a su padre como diciendo "¿A qué se refiere con positivas?" pero nuevamente no obtuvo respuesta.

No lo sé, no me gusta ninguno.

—Respondió finalmente. La madre se detuvo en seco y volteo a mirarlo. Dejó salir un suspiro y se acercó a él poniéndose a su altura. Pudo leer en sus ojos un «¿Qué voy a hacer contigo?» pero solo sonrió y acarició su cabellera.

— Está bien, que así sea entonces.

Respondió y se volvió para lavar los trastes. Sin embargo, cuando esta se puso a su altura, Oliver logró ver un pequeño moretón en su hombro derecho, y unas marcas en sus brazos, miró a su padre con furia y tomando sus cosas de largo de casa, camino a encontrarse con Eri y Drake.

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— ¿Qué tal el finde?—

Cuestionó Drake mientras observaba a ambos con entusiasmo. El habría estado trabajando, lo normal, pero quería saber sobre sus amigos.

— Dramas y más dramas. Mamá quiere que me meta a uno de los talleres de la escuela, como si no me bastará con las clases de literatura.

— Al menos los tuyos se interesan porque hagas algo.—

Respondió en tono triste Eri. Pues sus padres la abandonaron todo el fin de semana por un viaje "romántico" que de seguro salió mal, pues al volver las discusiones eran tan habituales como siempre.

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Y así, entre conversaciones, opiniones y risas llegaron a la escuela. Los tres cumplieron con sus clases correspondientes y se quedaron como de costumbre en un parque. El día fue horriblemente agotador, pero eso no evitó que pensaran en nuevas travesuras para su día a día.

— Encontré la forma de hacer bombas de humo.— Dijo el Mayor, Drake. —Solo necesitamos una cajetilla de cigarrillos y una pelota de ping Pong.

Ambos amigos atónitos por lo que acababa de decir, comenzaron a reír y reconocieron que era una gran idea, pero peligrosa debido a su comportamiento esos últimos días. La expulsión estaba más cerca que el paseo de fin de año.

— ¿Que opinas Oli?—

Oliver parecia perdido, su mirada estaba en un punto fijo y solo asintió.

— Suena bien, pero es peligroso, mamá ya me advirtió sobre el cambio de escuela, así que prefiero evitar líos por el momento.

Decepcionado, Drake soltó un largo y sonoro suspiro y se echó para atrás en el frondoso pasto que los rodeaba. La vista del cielo cada vez más rosa y anaranjado les traía paz pero significaba que ya era hora de volver a casa.

Oli tomo sus cosas y fue el primero en marcharse. Y cuando llegó a casa, desde la entrada escucho un par de gritos y subió rápidamente a esconderse, como si nunca hubiese estado allí.

Esta vez la discusión no iba sobre él, sino sobre otra mujer. «Lo que faltaba» pensó Oliver mientras abrazaba a Oso y le acariciaba su largo pelaje. «Todo estará bien mañana, si?» Se dijo para si y para Oso. « Ahora vamos a dormir.» Susurró y se dejó caer en la cama.  

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La noche paso, de vuelta a la rutina,  un desayuno rodeado de mentiras y sonrisas fingidas. Oliver se lo saltó, decidió dirigirse de una vez a la escuela, pero para su sorpresa Eri no estaba en clases. Drake no tenia idea del porqué, nadie sabia ni los maestros. Eso preocupo a Oli, pero no fue sino hasta el fin de semana que decidió ir a averiguar el porqué de su inasistencia.

Oculto en el HumoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora