「 ♱ 𝐄𝐥 𝐜𝐡𝐢𝐜𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐚𝐛𝐚 𝐜𝐢𝐜𝐚𝐭𝐫𝐢𝐜𝐞𝐬 ♱ 」

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Oliver

Una, dos, tres, cien, miles, millones.

Las peleas de papá y mamá eran mas fuertes. Y yo me volvía cada vez más débil. Ya no contaba estrellas, contaba los cortes, ya no era niño ni un hombre, ni un punto medio. Me sentía nada. Vacío, sin amor, sin atención.

Cuatro, cinco, seis, diez, veinte, treinta.

Me sentía vacío, pero al ver la sangre, ese sentimiento de estar lleno de algo, hacía que mi corazón se sintiese colapsado de alguna forma.

Siete, ocho, nueve, diez.

«Mi psicóloga solía aconsejarme que contase hasta 10. Que respirara profundo y buscará ayuda si sentía la necesidad de hacerme daño.» Recordé mientras escondía mi rostro en el agua.

El ligero torno carmesí me traía paz, el dolor satisfacción y el aroma tranquilidad. El olor, metálico, ácido. El dolor, insensible. ¿Qué estaba haciendo? Debía pedir ayuda, pero ¿A quién?.

Me sentía solo, solo en este sentimiento que me jalaba con fuerza al caos y me atrapaba entre sus cálidos brazos llenos de desastre.
Me faltaba el aire, me faltaba energía, me faltaba esa motivación por vivir, pero no encontraba ninguna de las tres. Me sentía ahogado.

- Oliver, la cena está servida.-

Fingir, fingir una sonrisa, fingir estabilidad. Todo se trataba de eso, mis padres lo hacían, pero ¿Por qué debía hacerlo yo también? No lo entenderían.

Salí de la tina en la que estaba, limpie todo, la sangre alrededor, mis brazos y los vendé. Fui a mi cuarto, la ropa limpia estaba doblada a los pies de la cama con un agradable olor a lavanda.

Me vestí, me puse un suéter para ocultar las vendas y baje con mi mejor cara, aún si por dentro sentía ganas de derrumbarme y llorar. La cena estaba deliciosa, le agradecí a mi madre y al terminar subí corriendo a mi cuarto.

-Uno, dos, tres...-Perdi la cuenta. No sólo de los cortes, sino también de las veces que acudí a ello cuando me sentía triste. Tenía apenas 14 años cuando comencé y hoy a los 17 sigue siendo mi salvación.

Las mentiras, Drake lo sabía pero siempre le decía que estaba bien, que solo era una mala costumbre mía. Me ofreció su ayuda, pero que podría hacer un chico de 18 años por mi. No tenía un título en psicología y escuchar mis problemas, podría ayudar a desatar el nudo en mi pecho, pero ¿Qué problemas tenía? Mi madre no era una drogadicta, mis padres no me golpeaban y jamás había sido abusado.

Eri no lo sabía, la primera y única vez que vio mis vendas fingí caer de un árbol, ella río, yo solo la acompañe, pero me sentí destrozado.

Nadie entendería lo que ocurría, siquiera yo lo hacía. ¿De dónde provenía tanta tristeza? No lo sabía.

****

Luego de un largo día de escuela, quite mi vendaje y Oso se acercó de inmediato a lamer mis heridas. Algunas aún sangraban, podrían infectarse, pero él era el único que me ayudaba a sanar, tanto física como mentalmente.

Sino fuese por Oso, ya me habría rendido. No apreciaba nada más en esta vida que a este enorme peludo que me acompañaba noche tras noche, un rescatado de la calle pese a ser una raza sumamente conocida.

****

-¿Que tal el fin de semana Oliver?- Preguntó mi psicóloga, quien por cierto trabajaba en mi escuela y mis padres no tenían idea de que asistía a su salón tres veces por semana.

Me encogí de hombros.

- Nada interesante, mis padres volvieron a discutir por mis malas calificaciones.-

Si bien cuando entre a esta escuela era el mejor de mi ciclo, los años pasaron y las calificaciones dejaron de tener importancia para mí y solía saltarme clases con Drake a menudo.

- Ya veo, ¿Qué piensa sobre eso? ¿Qué planeas hacer al respecto?- Preguntó y se preparó para apuntar en su libreta.

Odiaba eso, que quedará un registro de lo que hablaba. Se supone que es entre ella y yo, ¿Quién más debe saberlo que necesita anotarlo para no olvidarlo o mostrárselo a alguien?

- Pienso que deberían dejar de discutir por todo. Estoy harto. No pienso hacer nada, la escuela también me tiene colapsado. No soy una máquina, ¡no debo ser perfecto!- Al alzar la voz, algo se rompió dentro de mi y comencé a llorar.

Hace años no lo hacía, odiaba el sentimiento, no solo llorar, sino más bien hacerlo frente a alguien.

- Está bien Oliver, no tienes que ser perfecto ni una máquina, pero tus padres se preocu...- La interrumpí poniéndome bruscamente de pie.

- ¡No, no lo hacen! Usted no sabe nada, mire, cree que esto les importa. Tres años, tres malditos años y jamás lo han notado.

Levanté mi manga y dejé a la vista mis cicatrices, algunas recientes. Eso la dejo en silencio, seque mis lágrimas y tome mis cosas.

- No le importó a nadie.- Solloze. Limpie mis lágrimas, salí del salón y corrí hasta el baño.

Mire mis brazos y comencé a llorar, no merezco nada de esto. Saque tres tabletas de pastillas y las tomé. Luego de eso, no recuerdo más, pues caí rendido hacia atrás apoyando la cabeza en la pared trasera del cubículo.

****

Desperté en un hospital, tenía suero conectado a uno de mis brazos y una enfermera estaba sacando sangre del otro.

-¿D-dónde estoy?- Pregunté. La respuesta era obvia, pero dónde estaba situado, ¿Mis padres estarán aquí? -Mierda...-Pensé. la había cagado, de seguro se enteraron de mis cicatrices, de seguro me internarian.

Pero no pasó nada, actuaron como si nada, como padres preocupados por su hijo que había tenido un intento de suicidio.

****

Me dieron el alta tan pronto desperté y comí por mi cuenta. Y gracias a ello, debía volver a casa, en dónde las paredes hacían eco en mi cabeza de antiguas discusiones.

«Esto te hará más fuerte.» Recordé las palabras de mi padre.

- Si claro, pues resulta que a mí edad no necesito ser fuerte. Necesito sentirme protegido, amado y cuidado. Al igual que cuando era pequeño, su único trabajo era cuidarme, evitar que esto pasará.- Las lágrimas comenzaron a caer.

«Estoy cansado. Cansado de todo esto.» Pensé justo antes de acostarme a dormir. «Debia ser cuidado, amado, protegido.» Las palabras hacían eco en mi cabeza, hasta que concilie el sueño.

La mañana siguiente fluyó como si nada hubiese pasado, me levanté y mi madre había preparado el desayuno, podía notar la falsedad en su sonrisa. Era obvio, le había afectado y fingir que nada había pasado le resultaba más fácil que encarar el tema.

Mientras tanto, mi padre se había ido antes al trabajo, por lo que el silencio matutino había acogido el comedor. Apenas se escuchaban los pajaros afuera, los perros jugando entre sí en la calle frente a casa y uno que otro vecino socializando -cosa que mi madre no hacía demasiado-.

Al volver a la escuela, Drake y Eri me abrazaron, no sabían nada sobre la hospitalización, sino que creían que estaba resfriado, sin embargo, me extrañaron -o eso quería creer-.

— ¿Qué tal las mini vacaciones? Vaya suerte, podría estar muriendo y mis padres me enviarían de todas formas a la escuela.—Comentó Eri.

Lo mismo digo.—Agregó Kei.

Y así mi vida se convirtió en una farsa para siempre.

Oculto en el HumoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora