El laboratorio está envuelto en una penumbra inquietante. Los estantes están llenos de frascos y probetas, conteniendo sustancias desconocidas y criaturas en estado de animación suspendida. Un aroma metálico y químico flota en el aire, creando una sensación de inquietud en el ambiente.
El científico, con su mirada obsesiva y desquiciada, se mueve con determinación entre los instrumentos y equipos de laboratorio. Su asistente, una mujer de mirada cautelosa, lo observa con temor y curiosidad, consciente de las consecuencias que podrían desencadenarse. Hace mucho que se cuestiona si decisión de trabajar para él, pero es demasiado tarde para arrepentirse, sabe mucho y no la dejaría irse, al menos no viva, e incluso así quizás tampoco.
El científico agarra una jaula llena de arañas venenosas y las coloca en una mesa de acero inoxidable. Sus manos temblorosas manipulan delicadamente los dispositivos que controlan la temperatura y la exposición a ciertas sustancias. Una sonrisa maliciosa se dibuja en su rostro, le da un aspecto demente con los ojos desorbitados, reflejando su obsesión con estos seres de ocho patas.
La asistente mira con cautela cada movimiento, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Siente una opresión en el ambiente, como si la maldad misma estuviera concentrada en aquel laboratorio. Una sensación de inminente peligro se apodera de ella, pero su curiosidad la mantiene allí, observando cada paso del macabro experimento.
El científico comienza a inyectar una sustancia desconocida en las arañas, una mezcla de su propia creación. Las criaturas se retuercen y agitan, mostrando signos de malestar. Sus ojos brillan con un resplandor antinatural, y sus colores oscuros se vuelven aún más intensos.
De repente, las arañas comienzan a mutar a una velocidad alarmante. Sus cuerpos se agrandan, sus patas se multiplican y sus colmillos se alargan. Los ojos de la asistente se abren con horror, mientras presencia cómo las arañas se transforman en criaturas monstruosas y grotescas.
En un instante, las arañas mutadas escapan de la jaula, inundando el laboratorio con su presencia amenazante. Sus movimientos son rápidos y erráticos, sus colmillos gotean veneno letal. El científico y su asistente retroceden, sintiendo una oleada de terror recorrer sus cuerpos. Él, en un instante de lucidez, se ha dado cuenta del grave error que ha cometido.
Las arañas, ahora agresivas y sedientas de sangre, se lanzan hacia la puerta del laboratorio, liberándose en la ciudad. Los ciudadanos, desprevenidos y ajenos al horror que se avecina, comienzan a escuchar los gritos de terror y desesperación. La gente corre en todas direcciones, tratando de escapar de las arañas mutadas que se abalanzan sobre ellos.
El pánico se apodera de las calles, mientras las arañas se multiplican y toman el control de la ciudad. La gente siente el terror correr por sus venas, el miedo paralizante de enfrentarse a estas criaturas deformes y sedientas de sangre. El caos reina mientras los ciudadanos luchan por su supervivencia, tratando de encontrar refugio en un mundo que ha sido invadido por el experimento horripilante del científico obsesionado con las arañas.
El científico y su asistente deben enfrentar las consecuencias de su experimento y encontrar una solución antes de que la ciudad sea devorada por el horror mutado. Si es que continúan con vida.
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El espejo de la mente rota: Entre la razón y la locura
HorrorEl terror se aferra a la psique humana como un depredador insaciable. Es un lamento trágico que se infiltra a lo más profundo del ser, consumiendo la paz y la libertad. Cada latido del corazón se convierte en un eco de ansiedad, haciendo que cada re...