Aquella persona, tras darse cuenta de su propia muerte, se encuentra en medio de un limbo entre el mundo de los vivos y de los muertos. A medida que pasa el tiempo, empieza a vislumbrar la presencia de otras almas errantes, todas ellas han obtenido el permiso de salir ese día. Sus figuras translúcidas y etéreas se desplazan entre las tumbas, los altares y las calles adornadas, como espectros atrapados en un ciclo eterno.
Inicialmente, la persona se resiste a aceptar su destino y se aferra a la vida que una vez tuvo. Siente una mezcla de angustia y desesperación ante la idea de abandonar este mundo y adentrarse en lo desconocido. Cada encuentro con las otras almas le provoca una sensación de inquietud y temor, como si estuviera presenciando una realidad que no puede comprender del todo.
Las horas transcurren se hace de noche. Y así continúa vagando hasta que pasan unos días. No le queda más que aceptar su muerte, pero aquello no le brinda alivio ni calma, pues ahora no sabe ni siquiera qué debe hacer o a dónde ir.
Sin embargo, en medio de la confusión y la incertidumbre, una voz femenina comienza a resonar en su mente pronunciando si nombre. La dulzura y la calma que emana de esa voz lo atraen y lo envuelven en una sensación de paz. La persona sigue el llamado, dejándose guiar por la melodía de palabras reconfortantes.
—Ven —dice aquella dulce voz que le hace querer cerrar los ojos y dormir.
Al final del camino, se encuentra con una mujer hermosamente vestida de manera elegante, envuelta en un vestido blanco que fluye con gracia. Su atuendo está adornado con detalles bordados y un delicado encaje, hay un velo que cubre su rostro, el color blanco es tan puro que está resplandeciendo en medio de la penumbra. Ella es la personificación de la muerte; se lo dice su instinto, pero su presencia no emana un aura siniestra, sino una serenidad que trae consuelo.
La figura de la muerte se acerca a la persona y, con una sonrisa suave, le ofrece su mano. La persona siente una mezcla de admiración y aceptación al verla de cerca, comprendiendo que su llegada es inevitable. La muerte le transmite una sensación de tranquilidad y resignación, como si todo estuviera en orden dentro del ciclo natural de la existencia.
Juntos, la persona y la muerte se alejan lentamente del mundo de los vivos, dejando atrás a las almas y espíritus que regresan a sus moradas. La despedida es melancólica pero necesaria, ya que el día en que se les ha concedido permiso a los muertos llega a su fin y la conexión entre ambos planos se desvanece. La persona se marcha con la muerte, sabiendo que regresarán el próximo año para continuar su camino en el más allá y visitar a sus familiares y seres queridos.
En este encuentro con la muerte, la persona encuentra la paz que tanto anhelaba. Sus sensaciones de miedo se transforman en resignación y aceptación, mientras se adentra en un nuevo capítulo de su existencia. Juntos, se adentran en la eternidad, dejando atrás el mundo de los vivos y desvaneciéndose en la oscuridad de la noche, hasta que el próximo año se vuelvan a abrir las puertas entre ambos mundos.
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El espejo de la mente rota: Entre la razón y la locura
HorrorEl terror se aferra a la psique humana como un depredador insaciable. Es un lamento trágico que se infiltra a lo más profundo del ser, consumiendo la paz y la libertad. Cada latido del corazón se convierte en un eco de ansiedad, haciendo que cada re...