En un día ligeramente frío y ventoso, las calles se encuentran vivas con el bullicio y la efervescencia típica de la festividad. Una persona camina sin rumbo fijo, observando cómo cada rincón se transforma con las decoraciones y preparativos para honrar a los difuntos. Las casas están adornadas con altares llenos de coloridas ofrendas: calaveras de azúcar, flores de cempasúchil y velas que iluminan las fotografías de los seres queridos que ya partieron.
Es temprano, puede ver algunas madres o padres llevando a sus hijos e hijas a la escuela, los más grandes de cursos superiores como la secundaria o la preparatoria van solos. Algunos visten la ropa tradicional y llevan artículos que indican que seguramente armarán un altar en la escuela, otros tantos llevan disfraces, se ha puesto de moda y es cada vez más común en el país.
A medida que avanza, nota que las personas están absortas en sus propios quehaceres, sin prestarle atención alguna. Nadie le dirige la mirada, nadie le habla. Siente una extraña sensación de soledad, como si fuera invisible en medio de la multitud. Sin embargo, algo en su interior le impulsa a seguir adelante, guiándose por un instinto que desconoce. Cómo "algo" que le llama hacia una dirección específica, solo siente la necesidad de avanzar.
El ambiente a su alrededor es festivo y animado, pero también percibe una atmósfera cargada de misterio y melancolía; dos emociones que conviven en una peculiar armonía. Hay música, que resuena en el aire, mezclándose con el suave murmullo de las conversaciones y las risas. Pero bajo esa aparente alegría, hay un tinte de nostalgia y reverencia hacia los muertos, una sensación de respeto hacia aquellos que ya no están.
Alegría, diversión, seriedad, tristeza y dolor.
A medida que la persona continúa su caminar, una inquietud latente comienza a apoderarse de su ser. No sabe a dónde se dirige ni por qué, pero siente un profundo temor que se arraiga en su interior, es algo que no quiere enfrentar, pero necesita hacerlo. La incertidumbre y la confusión se entrelazan, envolviendo su ser en una espiral de emociones incomprensibles.
Finalmente, la persona llega a un lugar familiar, una casa que pareciera ser su hogar, hay un vago recuerdo en su mente. Al entrar, una sensación de escalofrío recorre su espalda, como si hubiera cruzado un umbral hacia un reino desconocido. Su mirada se posa en el altar que está en la sala, se encuentra una fotografía, rodeada de velas, flores y alimentos que conforman la ofrenda. Reconoce el rostro en la foto, esa cara es su cara.
La revelación es abrumadora: se ha dado cuenta de que ha muerto recientemente. La constatación de su propia muerte se cierne sobre su ser, llenándole de una mezcla de incredulidad, asombro y miedo. La noción de estar entre dos mundos, el de los vivos y el de los muertos, envuelve su mente en una sensación de desasosiego indescriptible.
El miedo se convierte en una presencia palpable en la habitación, sus latidos acelerados retumban en sus oídos. La persona se siente vulnerable, su mente desorientada, su alma atrapada en un limbo entre la vida y la muerte. Cada sombra, cada susurro, le parece amenazante, alimentando su temor de lo desconocido.
En este día de muertos, esa "persona" se enfrenta a su propio destino, a la realidad de su existencia efímera. Sus sensaciones de miedo y confusión se entrelazan, creando una tormenta emocional que consume su ser. Ahora debe enfrentar la incertidumbre de su nuevo estado, sin saber qué le deparará en el más allá.
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El espejo de la mente rota: Entre la razón y la locura
HorrorEl terror se aferra a la psique humana como un depredador insaciable. Es un lamento trágico que se infiltra a lo más profundo del ser, consumiendo la paz y la libertad. Cada latido del corazón se convierte en un eco de ansiedad, haciendo que cada re...