El aire frío de octubre sopla suavemente por las calles, trayendo consigo la emoción y el misterio que solo Halloween puede ofrecer. A medida que el sol se pone y la oscuridad envuelve el vecindario, la calle principal cobra vida con una exhibición impresionante de decoraciones espeluznantes.
Lámparas de calabaza iluminan el camino, arrojando sombras danzantes sobre las aceras adornadas con hojas secas y ramas retorcidas. Los árboles, vestidos con sus mejores galas de otoño, se alzan majestuosos con hojas rojizas y doradas, sus ramas parecen retorcidas como dedos esqueléticos que apuntan al cielo.
Las casas, envueltas en una atmósfera macabra, compiten por ser las más aterradoras. Telarañas cubren las fachadas, mientras que murciélagos y calaveras cuelgan de los aleros. Algunas ventanas se iluminan con velas parpadeantes, creando un efecto fantasmal que desafía la oscuridad de la noche.
Los niños y niñas, vestidos con una variedad de disfraces ingeniosos y escalofriantes, recorren las calles con risas y emoción. Brujas, vampiros, fantasmas y monstruos se mezclan en una sinfonía de colores y texturas, mientras recolectan dulces alegres o realizan alguna travesura.
La gente, desde los más jóvenes hasta los más ancianos, se une en la celebración. Los adultos, disfrazados con esmero, acompañan a sus hijos e hijas, mientras que los ancianos observan desde sus porches, recordando los días en los que ellos también se aventuraban en busca de golosinas.
En ese ambiente de Halloween, la calle se convierte en un escenario mágico, donde lo inusual se vuelve cotidiano y lo espeluznante se vuelve entretenido. La energía en el aire es contagiosa, impregnando los corazones de todos con la emoción de la noche más encantadora y embrujada del año.
Un grupo de niños y niñas se reúne emocionado en una casa adornada con calabazas y luces parpadeantes. Con sus coloridos disfraces, se preparan para una aventura nocturna en busca de dulces.
A medida que atraviesan las calles engalanadas con decoraciones tenebrosas, la luna llena brilla intensamente, iluminando sus rostros llenos de expectación. El aire fresco de la noche les eriza la piel, y pueden sentir cómo el escalofrío recorre sus espaldas, como pequeñas arañas que les susurran al oído. Cada paso que dan, el crujir de las hojas secas bajo sus pies les hace sentir una inquietante sensación de inseguridad.
Su edad es aquella en la que aún pueden salir a pedir dulces sin pena pero lo suficientemente grandes para ir sin un adulto. Han recolectado una gran cantidad de golosinas al punto de que deben tener cuidado de no tirarlos al caminar.
La risa y los gritos llenan el aire mientras se acercan a una casa decorada con calaveras y telarañas. Es curios, pero no recuerdan dicha casa a pesar de haber cruzado esa calle innumerables veces. El portón chirría al abrirse, revelando un camino oscuro y sombrío de hojas marchitas. A medida que avanzan, la sensación de temor se intensifica. Sus corazones laten con fuerza, como tambores en la noche, y sus manos sudorosas aprietan los canastos de dulces.
De repente, un escalofrío recorre sus cuerpos mientras un viento helado sopla en la dirección contraria. Sus ojos se encuentran con una figura alta y sombría que emerge de entre las sombras. El corazón de los niños se detiene brevemente antes de latir con una velocidad desenfrenada. La figura, envuelta en una capa negra ondeante, tiene ojos brillantes y penetrantes, y una sonrisa macabra que revela dientes afilados como cuchillos. Su presencia es aterradora, como si la maldad misma se hubiera materializado.
Los niños sienten un miedo paralizante que se arraiga en lo más profundo de su ser. Sus piernas tiemblan y sus músculos se tensan mientras luchan por mantener la compostura. Cada latido de su corazón es un recordatorio de la amenaza que enfrentan.
El monstruo sobrenatural se acerca lentamente, moviéndose a gran velocidad al segundo siguiente. Cada paso que da es como una pesadilla que se hace realidad. El aire a su alrededor se vuelve denso y opresivo, dificultando la respiración de los niños. La desesperación los invade, pero se aferran a la última chispa de valentía que les queda.
El monstruo extiende su mano hacia ellos, emitiendo una risa gutural que resuena en sus oídos, como si estuviera justo a su lado. Los niños sienten un escalofrío final, una oleada de terror que los inunda por completo. Sus mentes se nublan con el miedo y la incertidumbre, y su única esperanza es escapar de las garras de esta criatura maligna.
Con un último esfuerzo, los niños se apartan del alcance del monstruo y corren a toda velocidad. Cada latido de sus corazones es una plegaria desesperada a la vida. A medida que se alejan, las sensaciones de miedo y angustia disminuyen gradualmente, dejando en su lugar un anhelo de seguridad y protección.
Corriendo lo más rápido que pueden logran salir del portón.
A medida que el grupo de niños y niñas se reúne una vez más, respiran agitadamente y se miran unos a otros con alivio. Al mirar hacia atrás la casa a desaparecido, como si lo que acabaran de experimentar fue una ilusión de sus propias mentes.
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El espejo de la mente rota: Entre la razón y la locura
HorrorEl terror se aferra a la psique humana como un depredador insaciable. Es un lamento trágico que se infiltra a lo más profundo del ser, consumiendo la paz y la libertad. Cada latido del corazón se convierte en un eco de ansiedad, haciendo que cada re...