La casa a la que una mujer se muda es un remanente de tiempos olvidados, una mansión de aspecto imponente y decadente. Sus paredes, antes majestuosas, ahora están cubiertas de grietas y cubiertas de enredaderas. Las ventanas, una vez radiantes, están ahora cubiertas de polvo y telarañas, ocultando lo que yace en el interior. No es que la haya elegido para vivir por gusto; recientemente ha estado en bancarota y esa es la única propiedad que le queda.
A medida que desempaca sus pertenencias, el olor a humedad y abandono impregna el aire. La mujer se adentra en la cocina, y al abrir una caja de utensilios, una horda de cucarachas sale disparada en todas direcciones. Su piel se eriza y un escalofrío le recorre la espalda, mientras grita y se aleja de aquel inesperado encuentro. Es tanto su espanto que ni siquiera alcanza a gritar y se queda atorado en la garganta provocando que tosa.
Suspira impotente.
La infestación de insectos se intensifica cada día. Hormigas marchan en fila por las paredes, arañas tejen sus telas en las esquinas, y moscas zumban alrededor de la lámpara del salón. La mujer está llena de imponencia, cada noche se hecha a llorar, ya no tiene el privilegio de alejarse, menos el de quejarse con nadie, está sola con ese problema, sin importar cuánto miedo sienta no habrá otra persona que lo resuelva por ella.
Las sensaciones que la invaden son de repugnancia, un cosquilleo incesante en su piel y una sensación de asfixia cuando las criaturas se le acercan demasiado.
La ansiedad se instala en su pecho, convirtiéndose en una bola de angustia que se retuerce sin piedad. Cada movimiento se vuelve cauteloso, cada rincón es explorado con miedo a lo que podría esconder. Su corazón late desbocado, como si fuera un tambor resonando con el temor y el pánico que la rodea. En su mente, las imágenes de los insectos se superponen, multiplicándose y deformándose en una grotesca sinfonía de pesadillas. No puede dormir bien por las noches ya que cuando cierra los ojos y va cayendo en un sueño profundo puede sentir varias criaturas lanzarse sobre ella.
Pero el verdadero terror llega cuando los insectos traspasan los límites de lo imaginable. Uno a uno, comienzan a aparecer en lugares inesperados: dentro de las sábanas de su cama luego de lavarlas y fumigar, entre los platos de comida recién preparados, incluso dentro de su propio cuerpo. Las sensaciones que experimenta son indescriptibles: una sensación de rastreo bajo su piel, de patas diminutas arrastrándose por su carne, de picaduras invisibles que dejan marcas ardientes.
La mujer se encuentra en un estado de constante agitación, su mente acechada por una sensación de horror visceral. Cada encuentro con un insecto es un recordatorio de su impotencia, de la invasión incesante que la consume. Su miedo se alimenta de la incertidumbre, la sensación de que nunca estará a salvo, de que los insectos siempre estarán ahí, acechando en las sombras.
En esa casa antigua y plagada de insectos, la mujer lucha por preservar su cordura mientras las criaturas se convierten en una presencia ineludible en su vida. Cada día que pasa, su terror crece al igual que el número de insectos a pesar de sus esfuerzos por eliminarlos, sumergiéndola en el lado más oscuro de su mente, donde las fronteras entre la realidad y la alucinación comienzan a difuminarse.
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El espejo de la mente rota: Entre la razón y la locura
HorrorEl terror se aferra a la psique humana como un depredador insaciable. Es un lamento trágico que se infiltra a lo más profundo del ser, consumiendo la paz y la libertad. Cada latido del corazón se convierte en un eco de ansiedad, haciendo que cada re...