1. Ellos

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Regina

Corro lo más rápido que puedo, toda la adrenalina que produce mi cuerpo lanza corrientes de energía a cada parte de él y me llena de una sensación maravillosa.

Al llegar a una esquina doblo sin aplicar muy bien las leyes de la física y casi me estrello contra un árbol, pero no me importa porque sigo corriendo como alma que lleva el diablo.

Y es que sí, el diablillo que va corriendo delante de mí lleva mi esencia, y en verdad, ahora mismo toda mi energía, porque siento que no doy para más.

Logramos escabullirnos en un callejón a oscuras que encontramos a pocos metros de distancia, perfecto para no ser vistos y....

Silencio.

Lo único que se escuchaba entre el absoluto silencio de la noche eran los ruiditos de nuestras pesadas respiraciones acompañadas del sube y baja de nuestros tórax por la carrera. Escuchamos la sirena de la policía y nos adentramos más en la oscuridad del callejón.

La patrulla pasa de largo y regresa en un momento. Logramos pasar desapercibidos, gracias a que nuestras ropas oscuras nos ayudan a camuflarnos mejor. Luego de unos minutos todo se vuelve silencio nuevamente y no puedo evitar empezar a reír con todas mis fuerzas.

Eso ha sido genial.

Suspiro por la falta de aire y Aiden me sigue de la misma manera. Solo se me ocurre a mí seguir las tontas ideas de este loco, pero vaya que es divertido. Nada más y nada menos se le ocurrió robar un puesto de chocolates en la esquina de la comisaría del pueblo, hemos cometido un delito. La verdad es que hay que hacer lo que sea por los chocolates. De igual modo mañana ayudaremos al señor con el desastre y repondremos lo que "robaron" los ladronzuelos del pueblo. Gracias a Dios que no nos vieron la cara, pero la adrenalina y la carrera valieron la pena, y por supuesto, los chocolates. Ahora tenemos golosinas para casi toda la semana.

Río internamente, este loco me lleva a cometer grandes atrocidades, no es la primera vez que nos metemos en problemas juntos.

A diferencia de Peter, Aiden es una persona que vive la vida sin importar qué, como muchos dirían: lo que verdaderamente le impide desarrollar al máximo su potencial es el código penal. A este chico se le ocurren las mejores estrategias para todo.

Salimos del callejón aún muertos de la risa y caminamos juntos calle abajo revisando lo que obtuvimos. Siendo sincera me da pena con el señor de los chocolates, pero viéndolo de otra manera le vamos a reponer todo. Mañana temprano Aiden se encargará de traerle el dinero, pero valió la pena la experiencia.

Caminamos juntos hasta desviarnos en el camino a mi casa y nos despedimos en donde nuestras calles se separan.

— Nos vemos luego. — Me despido.

Él se acerca a mí y me da un corto beso en la mejilla.

Observo su espalda mientras se aleja de mí y niego sonriente por lo que acabamos de hacer. Continúo mi camino comiendo bombones. Decido no tardar mucho, pues es tarde y no quiero que me pase nada a estas horas mientras ando sola por la calle.

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Llego a mi casa y noto que la luz de mi vecino aún esta prendida. Ruedo los ojos, no puede ser que esté esperando a que llegue "sana y salva". Oh! Espera, que sí, sí me lo creo.

Como si pudiera leer mis pensamientos noto como se acerca a la ventana y se aleja en un instante. Pasan unos minutos en los que estoy parada como una tonta frente a mi casa y lo veo salir solo en unos pantalones de pijama, que le quedan de muerte. Él sabe lo que tiene y no le avergüenza mostrarlo.

— Te vas a resfriar — comento con un tono de voz un tanto juguetón.

Él solo mira mi aspecto, que ahora no ha de ser el mejor, después de haber corrido por mi vida. Inconscientemente paso mis manos por mi cabello y mi ropa tratando de eliminar las arrugas que me acabo de imaginar.

— Entra a casa, ya es tarde. — Se limita a decirme con seriedad.

      — ¿Sabes que lo que más me gusta de ti es lo gruñón?

Me regala una sonrisa de medio lado y me dice antes de retirarse y asegurarse de que camino a la entrada:

       — Buenas noches, Regina

Me molesta su odiosidad, pero no lo demuestro. Sonrío ampliamente y le respondo:

— Buenas noches, Peter.

Con ninguno de los dos: el peso de las decisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora