17. Malditos celos

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En todo el camino a casa Peter no menciona una palabra. Ni siquiera habla sobre lo que acaba de ocurrir. Me preocupa tanto silencio a ser sincera, él siempre ha sido como el hermano mayor sobreprotector que nunca tuve, ese que las hermanas odian porque no las dejan vivir. En mi caso no era odio lo que tenía con él, era obsesión. Aunque suene ridículo y me cueste reconocerlo, una vez que ya lo he aceptado es difícil decir lo contrario. Me obsesioné con mi mejor amigo.

Llegamos a casa y me bajo del coche con mi bolso en mano. Me dirijo al ascensor y marco el número de piso, número 4. No es un edificio muy grande ero cuenta con las comodidades básicas que cualquiera busca. Introduzco la llave en la cerradura y entro al apartamento. Voy directa hasta mi habitación y tiro el bolso sobre la cama, me quito la ropa y tomo una toalla para darme una ducha. Quiero evitar a Peter tanto sea posible porque sé que en cualquier momento me interceptará y me dará un sermón.

Antes de entrar al baño tomo mi celular y le envío un texto a Aiden avisando que llegué a casa y que me disculpe por haberme ido así. Espero unos minutos observando la pantalla del celular y no recibo respuesta, así que decido entrar al baño. El agua caliente cae sobre mí como agua bendita. Me permito disfrutar un poco mi baño y me lavo el cabello. Me toma unos 30 minutos al menos y cierro la ducha, estoy relajada, pero con ganas de dormir. Tomo la toalla, me envuelvo y salgo de vuelta a la habitación.

Al abrir la puerta del baño lo primero que me encuentro es a Peter, todo serio; sentado en una esquina de mi cama.

– Por qué no me avisaste que te ibas con él? – pregunta.

– No lo sé. – digo sinceramente – No pensé en eso.

– No lo pensaste – se pone de pie y comienza a caminar por la habitación – ¿Tienes una idea de lo preocupado que estuve? ¿Te lo puedes imaginar siquiera?

– Sinceramente no, no lo pensé hasta que no vi tus mensajes – bajo un poco la vista apenada.

– Mírame  a los ojos, yo no soy tu padre, no intento intimidarte.

– Lo siento – es lo único que me sale.

– ¿Qué hacías allá, con Aiden?

– No tengo que responder eso – aclaro – estoy de acuerdo con que te hayas molestado porque te preocupaste, pero ya me disculpé y fui sincera contigo, simplemente no pensé en avisar, se me fue de la cabeza. Me queda clarísimo que vivo bajo tu techo, pero no te permito que te metas en mi vida, es mi vida y son mis cosas. Ya soy mayor de edad y sé lo que hago, tengo mis cabales en orden para decidir lo que es o no bueno para mí – tomo una respiración – mis disculpas, pero no te debo ninguna explicación.

Que le hable así lo toma por sorpresa y se detiene en medio de la habitación. Sigo mi camino hasta el armario y saco mi ropa de dormir. Camino nuevamente hasta el baño y comienzo a vestirme.

– Discúlpame, no debí, ni pretendo meterme en tus cosas – escucho como dice desde afuera.

Abro la puerta y lo miro. No debí ser tan grosera.

– No, disculpa por ser grosera, pero es la verdad Peter – me molesto y no entiendo por qué – me cuidas demasiado y te preocupas de más. A veces me confundes y no quiero eso. Te comportas como un idiota cuando se trata de Aiden. No entiendo por qué.

Él frunce su ceño y mira hacia otro lado.

– Que tengas buena noche – dice y sale de la habitación.

Buenas noches dice, ruedo los ojos, si ya casi es el amanecer. Me dejo caer sobre la cama porque estoy agotada, necesito descansar un poco.

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Con ninguno de los dos: el peso de las decisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora