21. Despertar

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Regina

Me despierto sintiendo frío en la mañana. Giro mi rostro y no encuentro a Peter por ningún lado. La decepción me invade un poco y me arropo nuevamente para intentar seguir durmiendo. Escucho la puerta abrirse tras de mí y me giro encontrándome a Peter con una enorme sonrisa y una bandeja con desayuno en las manos.

Muero...

Le devuelvo la sonrisa.

         – Buenos días – saludo animada, sentándome.

         – Buenos días preciosa – coloca la bandeja sobre mis piernas y deja un beso sobre mis labios y otro en mi frente.

Me fijo en que se encuentra sin camisa, solo trae unos pantalones de pijama, bastante finos, que no dejan mucho a la imaginación. Esos que le quedan tan bien.

         – Creo que primero debes comerte el desayuno – dice divertido.

         – ¿Ah? – pregunto llevándome una tostada con mantequilla a la boca.

         – Que me estás devorando con tus ojos – me atraganto con lo que tengo en la boca y comienzo a toser como loca – Para, tranquila – me acerca el jugo a los labios y bebo como si mi vida dependiera de ello – no queremos que te ahogues.

El muy tonto se echa a reír mostrando sus perfectos dientes blancos y me contagia sus carcajadas. Le pego en el hombro y se hace el dolido. Sigo comiendo y él me observa con una pequeña sonrisa.

         – Se te ve muy feliz esta mañana – lo molesto.

         – Será porque tuve la mejor noche de mi vida después de ser valiente y declararme a la mujer que me trae loco y después de cogérmela duro dormimos abrazados – dice con descaro y abro mis ojos como platos.

         – ¿Quién eres y qué hiciste con mi amigo?

         – Tu amigo se enamoró – dice tocándome la punta de la nariz – de ti.

Eso me hace sonrojar.

¿Por qué se pone tan guapo cuando habla de sus sentimientos?

        – Bueno – dice recogiendo la bandeja – lamento destrozar este hermoso momento, pero es hora de ir a la universidad.

         – ¿Qué? ¡Nooo! – me quejo y me escondo bajo las sábanas.

         – Vamos, Regina. No te comportes como una niña – me regaña y me da un beso.

Perezosamente me pongo de pie. Estoy muy acostumbrada a esta vida, cuando vivía con papá la pereza no tenía cabida en mi rutina, todo tenía que ser a punta y pie para que nada saliera mal. Pero desde que vivo aquí me he vuelto muy perezosa.

Avanzo hacia el cuarto de baño y me doy una ducha rápida porque no quiero retrasarme. Salgo envuelta en la toalla y camino hasta el closet para vestirme. Me pongo unas bragas de encaje.

         – ¿Eso no te queda demasiado bien como para ir a la universidad? – la voz de Peter me interrumpe.

Me giro en su dirección tapando mis pechos con mi antebrazo.

         – Ya los vi, no sé qué te tapas – camina lentamente hasta donde estoy inspeccionándome – de hecho ya lo vi todo – me dedica una mirada lasciva y me quita la mano con suavidad del pecho.

Comienza a masajear uno de ellos, mientras que con su otra mano masajea mi trasero. Echo la cabeza hacia atrás disfrutando su tacto y aprovecha para besar mi cuello. Introduce su mano en el interior de mi braga, encontrando la humedad que provoca. Esto me gusta. La tensión sexual entre nosotros es demasiado fuerte. Ha de ser porque siempre lo he deseado. Él sigue con sus besos y me dejo llevar, mueve sus dedos en círculos dándome placer y haciéndome temblar entre sus brazos.

Con ninguno de los dos: el peso de las decisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora