32. Mentiras o verdades

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Peter

- Yo me encargo – escucho lo que me tiene que decir mi padre del otro lado de la línea y llevo mis dedos al puente de mi nariz – en unos minutos estoy ahí.

Cuelgo.

Acabo de salir del salón de Regina. Sé que le irá excelente en su examen. Me preocupa su regreso a casa, solo espero estar de vuelta temprano para llevarla.

Subo a mi coche y lo pongo en marcha. Estoy harto de toda esta mierda. Llevo una semana que no paro por culpa de los enredos de mi padre. Al final no quiero pertenecer a su jodido mundo, pero ¿Qué puedo hacer? Es mi padre y por mucho que me joda tengo que ir a su llamado cada vez que disponga de mí. Para mi desgracia ahí tengo que estar.

Salgo del pueblo tomando la carretera que va a la ciudad, esa carretera que conozco tan bien. Cuando paso por el sitio que he visitado tantas veces con Regina no puedo evitar sentirme la peor mierda de este planeta. Bajo la velocidad hasta detenerme. Me bajo y camino bosque adentro. Me permito respirar el aire fresco de este lugar y mi pecho se comprime al recordar cada momento que viví aquí con ella. Me siento tan jodido. Estoy enamorado hasta los huesos y eso no era lo que debía pasar. Me siento como una basura, una porquería que no merece el amor de una mujer tan maravillosa.

Mi teléfono suena en mi bolsillo y lo tomo de mala gana contestando.

-      ¿Qué mierda quieres ahora?

-      Necesito que vengas ya. – Sentencia. La mera existencia de mi padre me  exaspera.

-      Ya voy en camino.

-      No te demores que no tengo todo el día. Sa– cuelgo.

Esta situación está pudiendo más que yo. Me está sacando de mis casillas.

Salgo del bosque y subo nuevamente a mi auto. Lo pongo en marcha acelerando por toda la carretera.

Una vez en la casa de mis padres me bajo aparcando el coche. Camino por el sendero que me lleva a la entrada principal de la zona residencial y saco las llaves que tengo de este lugar para entrar.

-      Hola hijo. – mi madre me saluda calurosamente y yo le doy un beso en la mejilla mientras la abrazo.

Se hace menuda entre mis brazos ya que le saco dos cabezas de diferencia. Es el único amor que he recibido en mi vida. Aunque ahora también tengo el amor de ella, pero sé que no será por mucho tiempo. No lo merezco.

-      ¿Dónde están? – pregunto y su rostro se contrae en una mueca triste señalando el estudio.

Camino hasta allí y tomo una bocanada de aire antes de entrar ahí. La sangre me hierve al ver a la persona que está sentada frente a mi padre muy tranquilamente.

-      Padre – saludo

-      Bienvenido, hijo – me dice.

Hago silencio y mi padre levanta la comisura de su boca en una sonrisa torcida, maquiavélica.

-      ¿No saludas a la visita?

-      Señor Hoffman – saludo incómodo tratando de tragarme mi orgullo.

Él solo hace un ademán y mi padre asiente a modo de aceptación, complacido por tenerme lamiendo sus botas.

-      ¿Cómo va todo? – pregunta el padre de la mujer que amo y me centro en ignorar el odio tan profundo que le tengo.

-      Está todo bien, pero no creo que eso sea de su incumbencia señor, con todo respeto, no finja que ella le preocupa.

-      Después de todo es mi hija – dice el muy cínico.

Con ninguno de los dos: el peso de las decisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora