Trece.

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Daryl

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Daryl.

Acababa de besarla.

Me había atrevido a besarla después de todo.

No me arrepentía en absoluto, era mucho mejor de lo que había imaginado, por alguna razón sabía a cereza y sus labios en efecto, eran tan suaves como se veían.

Ahora estaba allí, a unos pasos de mí, rebuscando en el botiquín pastillas con las manos temblorosas.

—ten, debes de tomar dos ahora que llegues a tu casa y otras dos por la mañana – dijo con la mirada clavada en el piso –. Revisa la herida, por favor

—yo... Adhy en verdad

¿Qué se supone que se le decía a alguien después de eso?

—lo lamentas, ¿no? Ya lo sé – se atrevió a verme –. Descuida...

No era lo que iba a decirle, pero no me dio tiempo ya que su abuela aprecio en la puerta.

—¿estás bien? – me preguntó directamente

—sí, yo... todo bien – le asegure

—Joan te llevara a casa, con la camioneta pueden llevar tu moto y así evitamos accidentes – me sonrió –. Me alegra que no haya sido nada grave

—gracias, señora

—Clare, dime así

Supuse que tenía que salir del lugar, así que me dirigí a la parte de debajo de la casa, esperando que Adhara y la señora Clare bajaran detrás de mí.

Luego de despedirme y de no poder evadir la propuesta de llevarme a mi casa. Sali de allí con una sensación extraña, cuando inicie mi jornada laboral no tenía en mente besarla y ahora probablemente lo había estropeado todo.

El camino fue bastante silencioso, tal cual cuando trabajábamos.

—es allí – le indique a Joan

—Daryl, si necesitas unos días para descansar, tómalos – estaciono la camioneta lo más cerca que se podía de la entrada –. Mejor estar seguros de que no traiga repercusiones

—me siento bien, solo fue un golpe – le asegure

—de acuerdo, pero si mañana decides quedarte en casa, nadie te culpara – palmeo mi hombro –. Venga te ayudo con la moto

Entre los dos bajamos la motocicleta. Yo tenía que andar unos cuantos metros más dentro del bosque, pero estaba acostumbrado a llevarla, el peso no resultaba un problema.

Lo que realmente era un dolor de cabeza era mi hermano. Esperaba que se encontrara con sus amigos o con alguna mujer y no regresara hasta la mañana siguiente cuando ya no estuviera en casa, pero la luz encendida me decepciono.

—¡Darlyna! – gritó desde la cocina, estaba rebuscando algo en la nevera –. Pensé que ya te quedarías a vivir con esa gente – se levantó, con una cerveza en la mano –. ¡Vaya! ¿Qué te sucedió?

Ocean Eyes || Daryl Dixon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora