Capítulo 20: la abadía Virgínea

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Mi nombre es Carolina, tengo 15 años, durante la gran guerra demoniaca tenía solo 13 años y mi pueblo fue arrasado por los demonios matándolos a casi todos incluyendo a mi familia. Cuando estaba a punto de morir una gran espada iluminada atravesó el cuello de ese monstruo dándole muerte, cuando vi a mi salvador me sorprendió al ver que era una jovencita algo más pequeña que yo, pero sus ojos iluminados de color dorado eran imponentes.

Mi salvadora tenía su cabello de color negro que era peculiarmente llamativo ya que es raro ver a alguien así. Ella era Ciel la denominada santa, había sido salvada por el grupo del héroe Alexis.

- ¿Qué debería hacer? Mi familia fue asesinada y mi pueblo arrasado, aunque la santa me salvó ya no tengo nada por que vivir.

-Eso no es cierto, aún tienes mucho por que vivir.

- ¿Por qué dices eso? ¿Has perdido a tu familia también?

-No.

- ¿Entonces por qué hablas como si pudieras entenderme?

-Por qué todas las vidas inocentes importan y lo que has vivido puede ser la esperanza de muchas otras.

- ¿A qué te refieres exactamente?

-Esta guerra demoniaca está en su punto más cruel, así como tu pueblo fue arrasado muchos otros van a pasar por esto, no estás sola.

-El saber que más personas van a pasar el mismo infierno que yo no me hará sentir mejor.

-No quiero que te sientas mejor... pero quizás tu si puedas hacer que otros lo estén.

-... ¿Cómo? No soy una soldado, no tengo dinero y lo único que podía hacer era hornear pan con mi madre, pero ahora lo perdí todo.

Una carta fue entregada en la mano de la adolescente.

- ¿Qué es esto?

-Una carta de recomendación.

- ¿Para qué?

-Si no tienes un lugar a donde ir y quieres darle un significado al por qué has sobrevivido quizás deberías ir allí.

- ¿A dónde? ¿Y quién eres tú?

-A la Abadía de Santa Virgínea, diles que vas de parte de la hermana Esmeralda.

...

...

...

El sol se asomaba por el horizonte para salir, una monja pasaba con una lampara mientras tocaba las puertas del pasillo despertando a las hermanas quienes Vivian en habitaciones compartidas. La rutina diaria había empezado.

En la cocina las fogatas se encendían mientras me amarraba las mangas de mi habito y me colocaba mi mantel, era mi turno de ayudar en la cocina preparando los alimentos directamente para el desayuno diario.

Preparar el pan era lo único que había aprendido cuando mi madre estaba en vida, pero desde que llegué a la abadía se me había enseñado a realizar más que eso, pasteles, bizcochos y muchas cosas más.

-Hermana Carolina ¿Has escuchado? Tendremos la visita de alguien especial el día de hoy.

- ¿En serio? ¿Sabes quién podría ser?

-No se nos ha comunicado, pero han pedido que todas las hermanas de turno preparáramos un gran banquete, no sabemos si será para el desayuno, el almuerzo o la cena. Es un gran fastidio.

Un mundo carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora