33. Acopio de fuerzas

44 10 87
                                    

Ahora que Aarón me había dejado y Clara continuaba dándome la espalda, el único ser con el que contaba era Mario. Me recogía cada mañana para llevarme al sitio donde precisamente no quería estar. Lo más difícil de la escuela era encontrarme con Aarón en las escaleras, o sentarme a su lado en la mayoría de las clases. Odiaba haber acomodado mis materias para coincidir con él. Ni siquiera me miraba. Se desenvolvía ante todos como si yo jamás hubiera existido, riéndose a grandes carcajadas, como siempre.

«¿Cómo pudiste olvidarme tan rápido?» Como cada día, me asaltó la misma pregunta una mañana de principios de invierno mientras trataba torpemente de hacer los trazos de una estructura de hierro en mi lámina de dibujo. La muñeca que me había quebrado el día del accidente dolía cuando hacía frío, especialmente al dibujar.
Dudaba de que sanara algún día. Más bien estaba cierta de que me seguiría doliendo para siempre, como mi corazón.

—Estúpida mano... —mascullé cuando me agaché para tomar el cabestrillo de mi mochila con la intención de colocármelo para aminorar mi dolor.

Entonces descubrí que Aarón observaba mis movimientos. Me enderecé de golpe. Por un momento nuestras miradas se encontraron. Parecía decirme que no había dejado de amarme. Sostuve su mirada hasta que una sonrisa cínica retorció su rostro. En ese momento me enderecé. Me sentía una estúpida, rogando por su amor cuando era claro que él ya me había olvidado.

Un día, uno de los profesores tuvo la magnífica idea de acomodarnos en equipos de cuatro para resolver una lista de ecuaciones. La mala suerte parecía seguir de cerca mis pasos: Aarón y yo quedamos en el mismo equipo porque nuestros apellidos comenzaban con «S».

Me esforcé todo lo que pude por concentrarme y resolver las benditas ecuaciones de cálculo a las que no les encontraba ni pies ni cabeza. Aarón estaba situado justo frente de mí. todos estaban enterados de nuestro rompimiento. Uno de los chicos de mi equipo alzó la voz para preguntarme si tenía la respuesta de la ecuación número seis.

—¿Qué? —Levanté la vista sintiéndome confundida—. ¿La seis?

¡Si yo ni siquiera había terminado la primera!

—¡No! —le grité y me sumí en mis garabatos nuevamente.

—¿Cuántas has resuelto? —preguntó de nuevo.

—Ninguna... —rumié.

—¿Qué te pasa?, ¿estás loca? ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo mientras nosotros nos quebramos la cabeza para resolverlas? —me dijo con hosquedad.

—Estoy intentando... —dije con un hilo de voz.

—¡Pues inténtalo con ganas! ¡Nosotros no te daremos todas las respuestas; tú tienes que cooperar! Si no, ya te puedes ir buscando otro equipo. ¿No es así, chicos?

El resto del grupo asintió, incluso Aarón, quien me miraba de la manera más inexpresiva.

«¿Tú también?» Un pinchazo de tristeza enturbió mis ojos. Estaba a punto de llorar. Pero no quería que nadie me viera. Especialmente él.
Me puse de pie.

—Hagan lo que quieran. Me cambiaré de equipo —aclaré sin mirarlos.

Entonces me abrí paso entre las butacas y las mesas encaminándome hacia la salida.

—¿Me puede excusar por un momento? —le rogué a la profesora, quien debió ver mis ojos empañados y sin hacer ni una pregunta me dejó salir. 

Mi coraje y autodominio se quebraron en cuanto puse un pie en el baño de mujeres del edificio. Cerré la puerta, y sollocé, y me acurruqué entre mis piernas. ¿Ese era el destino de todas las chicas que amaran a Aarón? ¿Encerrarse en los lavabos para llorar como enloquecidas?

No sé cuánto tiempo estuve en ese lugar. Me perdí toda la clase. Ni siquiera quería regresar por mi mochila.

—¡Al diablo con mis útiles!... —Me levanté y destrabé el seguro, no sin antes cerciorarme de que la irritación en los ojos no delatara lo mucho que había llorado. Arreglé como pude mi rostro desencajado y salí. Afuera estaba Clara, de pie, como si supiera que yo me encontraba ahí adentro.

—¿Estás bien? —preguntó para mi sorpresa.

La ira se apoderó de mí.

—¡Qué te importa! —Me encaminé con decisión hacia el pasillo, haciéndola a un lado bruscamente.

Podía encarármele, preguntarle por qué me había herido tanto. Decidí que no tenía caso.

Mario recogió mi mochila y guardó mis útiles. Enrolló mis planos y los colocó en su estuche junto con mi regla T, y dirigió una furiosa mirada a Aarón.

❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀

Un día miraba a través de la ventana de mi habitación, absorta en mis pensamientos y melancolías.

—¡Suficiente! —exclamó mi madre.

Con aire confundido me giré a mirarla.

—¡Suficiente, Annia! —repitió—. ¡No puedes pasarte toda la vida llorando por un hombre!
«¿Toda la vida? ¿Pues cuánto tiempo ha pasado?»

—¿No te dije que te alejaras de él? ¿No te advertí que esto sucedería? ¿Por qué no me obedeciste?

«Mamá... si pudieras callarte por un momento.»

Ella se acercó a mí y me atrajo hacia su regazo.

—Vamos, Annia... —me consoló—, sal de tu mutismo. No es el único hombre al que conocerás, ni tampoco el más maravilloso. Eres muy joven. No te eches a llorar por alguien que no lo merece. Tu mundo no se ha terminado aún.

Acariciaba mis cabellos y mis mejillas por primera vez en mucho tiempo. No recordaba si me había abrazado de esa manera cuando mi padre falleció.

—Me tienes a mí —agregó—, a tu madre, quien siempre velará por ti. A tu edad los chicos van y vienen. Olvida a Aarón, y sé más prudente la próxima vez. No te dejes llevar tan fácilmente y piensa, piensa antes de enamorarte.

Era un consejo hecho a su medida...

—¡A la porra con Aarón! —Me puse de pie, reuní todas las cosas que me había regalado, las puse en una enorme bolsa de plástico, y la lancé por los aires. Terminó en un solitario rincón, en la parte de arriba de mi clóset.

Mamá me sonrió. Entendí por qué se había deshecho de todo lo que le recordaba a mi padre.
Si Aarón estaba vivo y era difícil lidiar con sus recuerdos, imaginaba cuánto más difícil sería hacerlo con alguien que había muerto. Me inquietó pensar lo que había hecho mi madre con sus cosas, si las había tirado, quemado, o simplemente las había arrinconado fuera de su vista, como yo. En ese caso, supuse que tendrían que estar en algún lugar, no en mi casa, pues yo la vi salir un día, después del sepelio, con montones de bolsas.

Desde el día en que decidí olvidarme de todo lo que tenía que ver con Aarón, mi ánimo mejoró. No volví a derramar ni una sola lágrima por él, y me atreví a entrar en su magnífico juego de indiferencia. Si él se mostraba inexpresivo conmigo, yo lo haría mejor que él. Si él reía, yo lo haría aún más.

Veríamos quién de los dos era más fuerte. No estaba dispuesta a seguir hundiéndome en mi soledad y tristeza.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
En Tus SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora