Carlo sería el indicado para salvar a su hija, si existía aún en los recovecos del corazón de Clara un poco de nobleza. Debía rescatarla antes de que se sumergiera por completo en un profundo pozo de amargura y resentimiento. Sería él y no yo. Aunque me habría gustado ser yo, su amiga entrañable, quien la liberara de sus espectros y pesares.
Pero ella me había dado la espalda en incontables ocasiones, franqueando cada uno de los senderos que me hubieran podido trasladar hasta llegar al fondo de su alma, donde una pequeña niña sufría por el abandono de su madre.
Sin embargo, había alguien a quien yo sí podía rescatar. Debía. Carlo me reveló la verdad para que su hijo fuera feliz. Clara y Mario lo odiarían seguramente; quizás todo el rencor que sintieron hacia su madre se volcaría ahora en él, de manera irreversible. Quizá tampoco podrían perdonarlo. Pero al menos ahora serían libres. La verdad, por dolorosa que fuera, les brindaría el alivio y la calma buscada durante tantos años. Nada frustraría mis planes ni le arrebataría a Mario la felicidad que le correspondía. Con una nueva resolución en mi vida, marqué el móvil dispuesta a aclararlo todo.
Él no contestó. Después de varios intentos, marqué el número de su departamento. Para mi sorpresa, me contestó la voz de otro chico, su amigo de sus años adolescentes.
—No ha venido desde anoche. Dejó su móvil olvidado —respondió tranquilo.
Creo que el joven notó mi desconcierto y preocupación, porque de inmediato se aventuró a decir:
—No te preocupes, sé que está bien. Está empezando a trabajar en un proyecto, así que seguramente pasó la noche en el centro de investigación. Le daré tu mensaje si es que regresa hoy.
—Gracias —musité, y colgué.
El sol de julio ascendía cada vez más hacia su cenit y la brisa del océano volvía el aire cada vez más denso, casi irrespirable. Era uno de los días más calurosos del verano. Tomé un baño con agua helada para aminorar un poco la temperatura corporal. Poco después de salir de la regadera, alcancé a escuchar los timbrazos de mi móvil. Corrí a toda velocidad y, jadeante, levanté el auricular. Del otro lado, la dulce voz de Mario me devolvió el alma al cuerpo.
—¿Buñuelo? ¿Cómo estás?
—¡Mario! ¡Gracias al cielo que me llamas! ¡Tengo que verte! Escucha, Mario, todo ha sido un error. —Las palabras salieron atropelladamente de mi boca, sin dejar ocasión para que él hablara—. ¡Tengo que verte! —repetí.
—Annia… —susurró—. También quiero verte. Por eso he venido. ¿Recuerdas que lo prometí?
—¿Dónde estás? —pregunté extrañada.
—En la galería, preguntándome por qué no estás aquí. Tampoco veo ninguno de tus cuadros. ¿No piensas venir?
—¿La galería? ¿Qué día es hoy?
—¿En qué mundo vives, linda? Sigues tan despistada como siempre. Ven pronto antes de que Anton el Virtuoso se lleve todas las palmas.
Un estremecimiento me paralizó.
—¿Anton está ahí? —tartamudeé.
—Sí —contestó despreocupado—. Y déjame decirte que no me ha mirado con buenos ojos desde que entré. Me atrevo a decir que ahora me odia más que nunca. Deberías verlo, ahora mismo está recargado en la puerta principal mirándome con toda la aversión y el desprecio que le es posible. Es escalofriante, debo admitir.
—¡Mario, Mario! ¡Sal de ahí inmediatamente!
—¿Que me vaya?
—¡Por favor! —supliqué.
De pronto se hizo un silencio sepulcral.
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En Tus Sueños
Teen FictionAnnia es una joven que recuerda vagamente lo que sucedió el día en que perdió a su padre. Su muerte es una herida que, con el paso de los años y debido al misterio que la envuelve, no ha podido cerrar. A través de sus propias experiencias y de la re...