—¡No, no, no! ¡Si haces eso la arruinarás! ¡Tienes que esperar! —me advirtió Clay cuando quise empapelar mi recién terminada obra de arte.
—Tienes que utilizar un sellador. ¡Toma! —Me alcanzó una botella de laca—. Después de rociarla puedes llevártela; si no lo haces, el polvo del pastel se desprenderá.
Miré nuevamente mi cuadro. Clay me estaba enseñando la técnica al pastel, y yo había probado mi suerte tratando de dibujar una solitaria flor abriéndose en un día de invierno. Traté de realzar su belleza desplegando una variedad de tonos vivos entre un ramaje tosco y descuidado, pero sin quererlo predominaron los colores tristes.
—Quise pintar algo alegre, Clay. Algo así como «La esperanza es lo último que muere». Pero creo que no me salió.
Sonrió con ternura. Sus ojos verdes a través de sus gafas de cristal revelaban más experiencia de la que yo había visto en mi vida.
—Bueno, es que así es como te sientes realmente. Recuerda que la pintura es también un medio para expresarte. Si estás triste y nostálgica, tu cuadro representará tus verdaderos sentimientos.
Asentí.
—Pero me gustaría pintar cuadros más... alegres.
—Está bien —dijo dándome una ligera palmada—, con el tiempo lo harás. Además, apenas estás aprendiendo, y lo estás haciendo muy bien.
—Me gusta pintar —admití—. Aunque no lo haga muy bien, me siento aliviada cada vez que empiezo un cuadro.
—¡Oh, nunca es tarde para descubrir nuestra verdadera vocación! ¡Veo que tienes mucho potencial! Con los años y la práctica constante te convertirás en una gran artista. tienes imaginación de sobra para hacerlo; solo te falta un poco de experiencia.
Sonaba tan imposible lo que Clay decía. Ya creían que iba a ser escritora; luego pianista... Suspiré después de rociar la laca.
—¿Ya me la puedo llevar?
Clay afirmó con la cabeza.
—Puedes llevarte todos tus cuadros a casa. —Extendió el brazo señalando el montón de cuadros que se apilaban en una de las esquinas del estudio—. Pero recuerda: debes cuidarlos muy bien. Al final del curso haremos una exposición. Tus cuadros serán la prueba fehaciente de que nunca es tarde para aprender cuando uno realmente se lo propone.
—No lo olvidaré, Clay.
Fui al extremo del cuarto y recogí tres de mis cuadros, los que me parecían mejores; luego miré por el rabillo del ojo el cuadro que pintaba Anton.
Había estado como loco, subiendo y bajando el pincel a lo largo de dos horas. No alcancé a ver muy bien lo que pintaba, pero se evidenciaban las sombras escalofriantes de siempre.
—Me gustan mucho esos —recalcó Clay al mirar dos de mis lienzos. ¿Quién es el chico que está en ellos?
—No lo sé. —Suspiré—, es un recuerdo que tengo en el corazón.
—¿Eres tú a quien sostiene? —Asentí con la cabeza.
Las pinturas habían salido de la peor de mis pesadillas, pero a la vez representaban uno de los más cálidos y bellos recuerdos.
—Estoy tratando de adivinar en qué estabas pensando cuando lo pintaste.
Era una enorme mancha oscura, coronada por unas llamas rojizas que parecían consumir todo a su paso. Una mitad del cuadro era escalofriante, pero la otra parecía compensar el panorama, ofreciendo trazos de esperanza. En ella, un hombre alto, de espaldas, me cargaba entre sus brazos. Me llevaba con paso firme hacia la salida, un umbral adornado con lilas púrpuras y blancas y alumbrado por los rayos dorados del sol y cubierto por las nubes más azules que se pudiera imaginar.
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En Tus Sueños
Teen FictionAnnia es una joven que recuerda vagamente lo que sucedió el día en que perdió a su padre. Su muerte es una herida que, con el paso de los años y debido al misterio que la envuelve, no ha podido cerrar. A través de sus propias experiencias y de la re...