43. Un hogar en su corazón

91 12 245
                                    

Los días que siguieron a la confesión de Mario los transité como espectro vagando por los pasillos de la escuela y las habitaciones de mi casa. Hasta Clay se veía preocupado.

Lo evité lo más que pude, pero una tarde fue a verme al taller de pintura. Fui incapaz de sostenerle la mirada o pronunciar aunque fuera unas pocas palabras con él, así que utilicé a Anton como pretexto, y antes de que pudiera pasar de un saludo, lo apremié para que me enseñara sus nuevos cuadros. Aquellos que exhibiría en la galería que montaríamos al final del curso.

Anton miró con arrogancia a su enemigo. Yo me sentí como una traidora y una cobarde.
Abandoné a Mario en el jardín del estudio luego de excusarme con él diciéndole que tenía algo importante que tratar con Anton. Vi cómo se quebraba su rostro. Yo no quería herirlo, pero aún no sabía qué contestarle.

Al poco tiempo llegó mi cumpleaños número veintitrés. Esa mañana no pude evitar la nostalgia infinita que me embargaba al recordar el aroma de las rosas y las interminables cadenas de flores entretejidas que cruzaban de extremo a extremo mi habitación. Pensé que desde alguna parte mi padre me estaría felicitando con dulce voz, más dulce que las más bellas melodías jamás entonadas.

No esperaba que nadie recordara la fecha, pero me llevé gratas sorpresas. Al regresar de la universidad, mi madre me esperaba con un impresionante pastel de chocolate, y al final de una de las clases, Clara se encaramó en un alto banco de madera, y gritó como si tuviera un altavoz incrustado en la garganta.

—Mi mejor amiga... ¡Cumple años hoy! Vamos, Annia, no seas tímida. Ven aquí para que te vean todos.

Yo estaba encogida cerca de la puerta. No tuve más remedio que dejar mi refugio e ir junto a Clara.

—¡Felicidades! —Se oía por todos lados.

—¿Y va a haber fiesta? —preguntó un compañero.

Quise contestar en seguida, aclarando que no iba a haber ninguna fiesta, pero Clara se me adelantó:

—¡Pues claro que va a haber! —dijo sonriendo y guiñando un ojo—. En mi casa. Los esperamos a todos el sábado por la noche. ¡Yo misma les enviaré un e-mail con los pormenores!

Todos festejaron la noticia. La verdad es que las fiestas a esas alturas del semestre ya eran una necesidad.
Clara descendió del banco.

—¡Será fenomenal! ¡Ya lo tengo todo planeado!

—¡Pero si no me consultaste antes a mí! ¡Sabes que no me gustan las fiestas!

—Ya, Annia... ¿Es que no te interesa reintegrarte a la sociedad y volver a tener amigos como antes? Lo único que quiero es que tengas más amigos. Y esta fiesta puede ayudarte.

—No me interesa demasiado; además, éste es mi último año, así es que dentro de tres meses dejaré de verlos a todos. ¿Para qué necesito hacer amigos ahora?

Clara suspiró.

—Te conviene, Annia. Nunca sabes con quién te vas a relacionar una vez que termines tu carrera. Que tengas algunos buenos amigos o conocidos puede ayudarte a posicionarte mejor.

—¿Y te dará permiso tu padre?

—¡Claro que sí! ¡Sabes que te tiene aprecio! ¡Cómo va a decirme que no!

Y se colgó de mi brazo, como antes lo hacía, para planificar la fiesta mientras caminábamos hacia la salida. Elevaba la voz cada vez que acudía a su mente una nueva idea. Sus ojos soñadores acompañaban, bien abiertos, sus felices ocurrencias.

—No tengo mucho tiempo —me apremió—. Hoy mismo iré a seleccionar los adornos. Tú no tienes que preocuparte por nada. ¡Deja todo por mi cuenta!

En Tus SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora