12. Las dos invitaciones

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Fui a buscar a Clara a su casa. Me pareció extraño no encontrarla, porque no salía con nadie más que conmigo.

—Fue a casa de Rosy Mills —me dijo su padre amablemente. también era raro encontrar a Carlo Sanford en su hogar—. Puedes esperarla si quieres, vendrá en una hora.

Decidí esperarla. Me dirigí al cuarto de Mario. Estaba estudiando, como siempre.

—¿Qué hay, Mario? —lo saludé; giró su silla para mirarme.

—Te vas a aburrir si esperas a Clara aquí conmigo —dijo sin perder la concentración.

Con descaro ignoré su advertencia. Alcancé otra de las sillas giratorias y me senté.

—¡Me las arreglaré! —dije mientras empezaba a impulsarme con los pies para hacer círculos.

Cuando dejó de divertirme estar girando sin sentido, pregunte:

—¿Y qué haces?

—Repasando algunos puntos de mi tesis...

—Oh... —Puse cara de sorpresa—. ¿Y de qué trata tu trabajo?

Me miró y soltó una risilla.

—No lo entenderías.

—Vamos, dime —insistí—. No creas que soy tan tonta... Caray, ¡Qué mal concepto tienes de mí!

—No es eso. —Volvió a reír—, ni yo mismo lo entiendo.

Eso era diferente.

—A veces pierdo el objetivo de mi trabajo. No logro hacer que las ideas se acomoden de una manera que puedan ser entendibles.

—¿Qué es lo que no puedes acomodar?

—Ruido gaussiano y sistemas caóticos... —susurró.

Tal vez tenía razón. Aunque me lo explicara, no iba a entender.

—Quiero hacer algo diferente —continuó—. La mayoría de mis mentores son gente capacitada y muy inteligente, pero normalmente caen en los mismos viejos y cansados conceptos de la física moderna. Quiero hacer algo distinto, pero desde hace un tiempo estoy más distraído que de costumbre —sonrió.

Ese sería el último año en el doctorado de Mario. No estaba seguro de cuál sería el siguiente paso en su vida. La docencia le agradaba, y en realidad disfrutaba enseñando a los jóvenes. Ellos tenían la habilidad de hacerlo sonreír.

Mario prácticamente se había pasado la vida estudiando. Desde que tenía dos años ya asistía al jardín de niños, y, contrario a los demás, a él le gustaba estar en ese lugar porque aprendía cosas nuevas cada día. Era muy analítico.

Fue feliz cuando en una navidad sus padres le regalaron su primer juego de química. Se pasó horas enteras haciendo experimentos con él. tiempo después, se dio cuenta de que sólo se trataba de experimentos sencillos y caseros, dejó todo de lado y volvió a los libros, que siempre tenían la respuesta para todo, como solía decir.

Garabateaba ecuaciones en su cuaderno mientras yo navegaba en Internet en la computadora de Clara.

El teléfono sonó. Mario echó una ojeada al identificador de llamadas. No contestó. Dejó que timbrara hasta que el persistente y molesto sonido se apagó y el nombre de «Lucía Ann» desapareció.

Yo había visto a Lucía un par de ocasiones. Mario solía salir con ella. La conoció en un grupo de lectura al que asistía los miércoles por la tarde. Tenía veinticuatro años, era bonita, y hasta podía decirse que era inteligente. No obstante, la chica parecía tener problemas existenciales. Siempre vestía de negro, tenía varios piercing en la oreja izquierda, que se alineaban desde la parte superior hasta el lóbulo. Su maquillaje era cargado, siempre enfatizando el color negro o púrpura, y llevaba el cabello corto y negro. A simple vista, no tenía nada que ver con Mario.

En Tus SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora