Cuando mi madre cumplió cuarenta y seis años, quise obsequiarle un caro medallón que había comprado con mis ahorros del tiempo que trabaje en Roger's Pizza. Ella estaba sentada en nuestra amplia mesa del comedor repasando la lección que impartiría a Sonia, una pequeña niña de ocho años con grandes ojos verdes y cabellera tan clara como la paja.
Para mi sorpresa, mi madre no aceptó mi regalo. Puso cara de frustración cuando desenvolví eufórica la pequeña caja donde estaba colocado el relicario, en una preciosa y finísima cadena dorada.
—¿Y cuánto te costó esto? —me preguntó desviando la mirada.
—Unos doscientos dólares —admití con pena.
—¿Puedes devolverlo? Es mucho dinero, Annia. No estamos para derrocharlo en banalidades como ésta —repuso con severidad—. Aun así, te lo agradezco, hija. Hubieras pensado en algo simple... una sencilla tarjeta de cumpleaños habría estado mejor. —Se giró hacia sus partituras, fijó su mirada en ellas, y despejó de su frente unos ligeros cabellos que se le escapaban del rodete de pelo.
Una vez más supe que ella nunca cambiaría. Me reproché por haber comprado algo tan caro para una mujer que seguía sin acercarse a mí.
Ahora que yo parecía haber superado la muerte de Aaron, mi madre volvía a alejarse de mí, como si creyera que ya era lo bastante fuerte como para continuar yo misma.Además, la verdad era que no podía regresar la joya. Ni siquiera se había tomado la molestia en observar el relicario. tenía su nombre grabado, con la primera inicial de su apellido de soltera, como a ella le gustaba ser nombrada. Ilusamente, había creído que dentro de él, mi madre pondría una foto nuestra, es decir, de nuestra familia, y siempre nos llevaría a mi padre y a mí cerca de su corazón. Abandonaría, por lo tanto y por fin, ese viejo crucifijo plateado que a veces llevaba puesto, del cual yo no conocía la procedencia. Nunca comprendí por qué mi madre lo escondía entre los abultados encajes de sus blusas, y cuando no lo llevaba puesto lo encerraba bajo llave en el ropero, como si fuera uno de sus más preciados tesoros, cerca de sus cartas.
Lo que ella no sabía era que yo sí me daba cuenta cada vez que portaba el crucifijo. Porque cuando se encontraba nerviosa o meditabunda, siempre rozaba su pecho con la mano, como acariciándolo. Además, su silueta se dibujaba a través de la tela del vestido. Nunca le pregunté nada.
Supuse que era un misterio más en la vida de Isabel y de Irenne. Esas cartas guardadas en lo más íntimo, pero nada de mi padre... ni una pequeña fotografía.Molesta conmigo misma, más que con mi madre, lancé el relicario por los aires, y fue a estrellarse precisamente donde descansaban la bolsa con los recuerdos de Aarón y una caja con los regalos de Clara. Me sentía aliviada cada vez que cerraba la puerta corrediza de esa parte de mi armario. Cada capítulo pesaroso de mi vida terminaba sumido en ese rincón.
Pero yo no era como mi madre. Jamás echaría a la basura los recuerdos que alguna vez me hicieron feliz, como ella hizo con los de mi padre. Entre más lo pensaba, menos lo creía, pues no podía imaginar adónde se había llevado el recuerdo de su amado esposo. El basurero era la única imagen que venía a mi mente cuando me hacía esa pregunta. Ahí estaban mis preciosas muñecas y las joyas de fantasía que con tanto amor me regaló; sus cartas de cuando se encontraba lejos y las tarjetas de felicitación de cada cumpleaños.
Cuanto más lo pensaba tanto más aborrecía el mutismo y la actitud serena de mi madre, sus ojos fríos y amenazantes cada vez que sacaba el tema a flote. Me dolía su actitud, como siempre, pero hacía lo posible por comprenderla. Era mi madre, después de todo. Me repetía esto cuando sentía que mi amor por ella se debilitaba. tenía derecho a equivocarse, y yo la perdonaría una y otra vez.
Ella me quería a su manera. Me había consolado en los momentos más difíciles de mi vida, y, más difícil aún para ella, había abandonado todo su orgullo y resolución cuando me permitió revivir nuestro jardín y me entregó aquella bolsa con incontables semillas. Era como la mamá pájaro que cuida a su cría mientras es pequeña, o si está herida se queda a su lado para alimentarla, pero tan pronto como la pequeña ave puede volar, la abandona creyendo que ya ha cumplido con su misión y su deber de madre termina ahí.
Me prometí que ésa sería la última vez que le regalaría algo y lloraría por su rechazo.
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En Tus Sueños
Teen FictionAnnia es una joven que recuerda vagamente lo que sucedió el día en que perdió a su padre. Su muerte es una herida que, con el paso de los años y debido al misterio que la envuelve, no ha podido cerrar. A través de sus propias experiencias y de la re...