Desperté la mañana de otro aburrido domingo sin tener nada que hacer. Por fortuna, siempre estaba Mario dispuesto a llevarme a desayunar o a dar un paseo al Ensueño. Era una bendición que no trabajara los fines de semana.
Imagino que revisé cien veces mi móvil, por si acaso lo había dejado en modalidad silenciosa y no me hubiera percatado de la llamada (solía pasarme muy a menudo), pero no había ninguna llamada perdida o correo de voz. Encendí la computadora tan sólo para ver si de pura casualidad él se encontraba en línea, aunque no era muy dado a hacerlo.
Nada.
Decidí esperar un poco más, hacer algo de tiempo, aunque estaba segura de que si le llamaba no habría problema; en ocasiones solía llamarlo a altas horas de la madrugada sin que se molestara.
Bajé a desayunar. Mi madre tenía la mesa puesta, pero sólo para ella, con un ligero desayuno de cereal y un poco de fruta. Me sonrió confusa al verme. Cada día estaba más pálida y ojerosa.
—¿Y ahora? —preguntó extrañada—. ¿No me digas que vas a desayunar conmigo? —Movió la cabeza nerviosa, mirando hacia todas direcciones—. ¡Pero si no tengo nada preparado para ti!
Pobre, siempre tratando de preparar las mejores comidas para mí, aunque ella no pudiera probarlas. Lo que más disfrutaba eran sus esponjosos waffles con crema y fresas. En nada se parecían a los insípidos que vendían en los supermercados. Ella realmente hacía todo el proceso, y era muy buena cocinando. Nunca supe cómo se acostumbró al tipo de vida tan monótono que llevábamos.
Estaba segura de que mientras vivió en casa de mis abuelos, no habría lavado ni un sólo plato o cocinado algún platillo, repleta de sirvientes y cocineros como estaba siempre esa mansión. Y sin embargo ahí estaba frente a la estufa, como todas las mañanas, tratando de improvisar algo para que yo desayunara.
—No te preocupes, comeré cereal —dije mientras me trepaba a uno de los bancos y alcanzaba la caja.
—Bueno, al menos deja que te dé un poco de fruta. Nunca desayunas conmigo. Ya me había acostumbrado a que te fueras con Mario. —Sonrió un poco.
—¡Ah! ¡Pues resulta que ahora no fue así! —dije con toda la naturalidad que me fue posible.
—¿Y eso? —Arqueó las cejas.
—No sé. No me habló. Supongo que tendrá cosas que hacer.
—Hmm… quizá llame más tarde.
—¡Quién sabe! —dije encogiéndome de hombros despreocupadamente, pero la verdad es que estaba ya muy impaciente.
Subí a mi cuarto más o menos una hora después. Toqueteé la computadora para que dejara de hibernar y me permitiera revisar la ventanilla del chat. No había nadie ahí. De nuevo revisé mi teléfono. Nada tampoco.
Me eché en la cama y encendí el televisor. Cambiaba de canal cada segundo. Al final encontré un programa pagado, de esos embusteros que te prometen una larga y sana cabellera si eres calvo y una figura esbelta si eres un balón de futbol.
Transcurrió otra hora.
Para cuando llegó el medio día mi teléfono seguía sin sonar.
El estatus de Mario seguía en gris, y a pesar de que yo estaba en línea y tenía un montón de contactos, ninguno de ellos me hablaba.¿En qué momento me había vuelto tan impopular?
Era el resultado de que durante dos años no pronuncié ni media palabra cuando alguien estaba cerca de mí. Aunque ya no estaba triste, no lograba hacer ningún nuevo amigo o recuperar los que alguna vez tuve. Tal vez porque ni siquiera lo intentaba.
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En Tus Sueños
Teen FictionAnnia es una joven que recuerda vagamente lo que sucedió el día en que perdió a su padre. Su muerte es una herida que, con el paso de los años y debido al misterio que la envuelve, no ha podido cerrar. A través de sus propias experiencias y de la re...