El frío comenzó a arreciar. Había mañanas en las que llovía ligeramente, y otras en las que las tormentas me despertaban abruptamente. El servicio meteorológico había pronosticado para finales de mes el paso de un huracán que sacudiría primero el noreste de Carolina del Norte y se desplazaría por la costa oriental de Estados Unidos, para finalmente azotar el norte de Massachusetts, Maine y Nueva Jersey. No fue ni el primero ni el último huracán que mis ojos verían, y aunque la ciudad estaba en estado de alerta, no se esperaban más que vientos fuertes y tormentas esporádicas a lo largo de dos días. Una chaqueta abrigada, botas para caminar en la lluvia y un paraguas era todo lo que necesitaría.
Cuando Aarón se vio derrotado en el juego de indiferencia, cambió su manera de actuar. Observé con pesar que comenzó a alejarse de la gente y que el eco de su risa dejó de oírse en los corredores de la institución. No me alarmé en un principio, aunque me dolía verlo triste y melancólico, pero no estaba segura de si era yo la causa de su desdicha.
Un día no se presentó a clases. Yo lo esperaba con ansias, aunque ya ni siquiera nos saludábamos. Aún necesitaba su presencia para sentirme viva y con ánimos para continuar, aunque él ya no me hablara. El solo hecho de verlo pasar a través de la ventana del salón calmaba mi desasosiego.
La última vez justamente una de mis plumas rodó por el pasillo para terminar junto a los zapatos de piel lustrosa que había estado utilizando en ese tiempo. Maldije mi mala suerte cuando me agaché sin mirarlo para recogerla. Entonces él se me adelantó, la cogió y la acercó a mi rostro. Una sonrisa enternecedora, que no veía desde hacía mucho tiempo, acudió a sus labios. No me dijo nada, pero una vez más su forma de mirarme me hizo pensar que todavía me amaba. O quizá eso quise creer.
Pasaron cinco días sin que se presentara. A pesar de la ley del hielo que habíamos establecido, empecé a preocuparme. El sexto día llamé a su casa. Se me acalambró la mano y me quedé sin habla cuando oí una voz femenina que no era la de su madre. Colgué el auricular a pesar de que preguntaba insistentemente si había alguien del otro lado de la línea.
A los pocos segundos entró una llamada del mismo número.
—¿Annia? ¿Annia? ¿Eres tú? —Escuché la misma voz.
—Sí —musité después de un largo silencio.
—Soy Arlette. ¿Me recuerdas?
Me maldije por haberme metido en tal lío. traté de infundir seguridad a mis palabras:
—Sí... sí te recuerdo. ¡Claro! ¿No vivías en California?
—Sí, pero ya volvimos —aclaró, y de inmediato añadió con un tono de desesperación—: Annia, necesito hablar contigo. Es muy importante. ¿Conoces el café Luna?
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Me reuní con Arlette dos horas más tarde. Vestía un precioso suéter de lana rojizo, que daba más realce a su melena de bucles negros, una falda corta ceñida a su esbelto cuerpo y unas botas blancas hasta las rodillas. De inmediato me reconoció al entrar al café. Después de saludarme ordenó un capuchino. Ante mi cara de intriga, aclaró:
—Sé lo que pasó entre Aarón y tú —yo esquivaba su mirada porque, a veces, tan solo al escuchar su nombre mi corazón se estremecía—. Mi hermano está mal, Annia, muy mal...
—No es mi culpa —contesté con acritud.
—No lo entiendes... y tú eres la única que puede ayudarlo.
—¿Y qué de especial tengo yo para ayudarlo si está enfermo? Además, él ni siquiera me dirige la palabra —respondí vagamente.
—Escucha, Annia, lo que te dijo Aarón sobre su infidelidad no es cierto. Solo lo hizo para alejarte de su vida.
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En Tus Sueños
Teen FictionAnnia es una joven que recuerda vagamente lo que sucedió el día en que perdió a su padre. Su muerte es una herida que, con el paso de los años y debido al misterio que la envuelve, no ha podido cerrar. A través de sus propias experiencias y de la re...