Capítulo treinta y uno: El chofer.

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Nueva York es una enorme ciudad. Tan sólo el aeropuerto estaba infestado de mil veces más de personas que en los Ángeles. Todas tenían una nacionalidad distinta, así como colores de piel que variaban, banderas, idiomas y sentimientos.

Llegué una semana antes de la premiere. Quería pasearme y conocer la ciudad, para no hacer mal uso de un viaje tan importante.
Los primeros días me los viví en el barrio chino, donde ¡Había chinos de verdad! Comí algunas cosas, y por supuesto, rechacé otras.
Después anduve por los centros comerciales. No era muy afán a conseguir ropa o accesorios, pero quería explorar. ¿Quién decía y no encontraba algo interesante?

Pero nada.

Simplemente quería despejar mi mente de todo: De la película, de si es un éxito o no. De Robert. De Johnny. Del loco que intentaba asesinarme... Pero no pude.

—Scar, creo que deberías dejar de ver a la nada —Musita April, que intenta encargarse de mi revoltoso cabello. Es el gran día, la premiere se nos viene en menos de tres horas, y yo sigo sumida en pensamientos negativos.

—Scar —April consigue mi atención, y me acomodo mejor frente al espejo.

—Lo lamento.

—No te preocupes —Dice, tomando mi cabello entre sus habilidosas manos. Ella hace magia con sólo un cepillo y una liga—. Aunque creo que deberías de relajarte, sólo un poco...

Asiento, viendo mi reflejo fijamente en el espejo. Portaba un vestido color rojo, pues según April, el rojo había sido tendencia en toda alfombra roja de importantes premiaciones. Y no quería que yo estuviera al margen de esa situación.

—Lo intentaré —digo, pero no puedo prometerlo.

—Dime, Scar —da un tirón a mi cabello, y hago una mueca—. ¿No estás feliz de ir a una premiación? Es decir... Habrá artistas, cantantes, todos yendo por ti.

—No se te olvide que tú también vas.

—Lo sé —Suspira, y acomoda varios mechones en una postura extraña, pero confío en ella—. Y te agradezco por eso.

El silencio se propaga en la habitación. April se encarga de mi peinado, y yo me entrego a mis pensamientos, de nuevo. Debo admitir que no sé qué es lo que tanto pienso, si ya todo tenía cabos atados.

Menos el maníaco manda notitas. Él me tenía un poco preocupada, pero también decidí qué volviendo a los ángeles buscaría ayuda o refugio en la policía. Eso haría, no pondría en riesgo a mis hermanos más.

Miro de nuevo a consciencia mi reflejo, y veo que el peinado está terminado. Tiene volumen, pero el suficiente para verme bien. E incluso, me siento ligeramente sexy.

— ¿Te gusta? —Quiero llevar mis manos a él y tocarlo, pero me contengo y en cambio, sonrío.

—Es hermoso —April se ruboriza.

—Siempre tan amable.

—No, es en serio —Sigo maravillada, pero después recuerdo que tenemos el tiempo encima. Me levanto con pesadez del banco—. Ahora vas tú. Recuerda que debemos estar listas para las seis de la tarde que es cuando el chofer vendrá por nosotras.

—A las cinco treinta estaré lista.

—Perfecto —Le dedico una sonrisa—. Voy a mi habitación.

April asiente y yo salgo. Me encuentro hospedada justo frente a su habitación, no quise alquilar una suit porque me pareció algo suntuoso, y costoso. Meto la llave a la puerta, y entro en el lugar que es enorme, y limpio.
Siento ganas de tirarme en la enorme cama y de dormir hasta morir. Pero en vez de eso, me acerco a la gigante ventana que daba a varios edificios. Esa ventana me atrajo desde la primera vez que la vi, y no sólo porque era enorme, sino porque la vista que tiene, me impresionó demasiado.

El pasado jamás se olvida [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora