Capítulo treinta y cinco: La mascarada.

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La premier fue un éxito, o eso leía en mi laptop. Los diarios en España, como es natural venían en el dialecto extranjero que me es desconocido totalmente, por lo que recurrí al Times electrónico mientras desayunaba. La noche anterior sólo había ido al cine, me había visto actuar, me avergoncé y finalmente vine directamente al hotel; no tenía ganas de celebrar nada.

Aquella mañana era la penúltima que pasaría en Madrid. Al día siguiente por la tarde debía irme hacía Bangcock para encabezar la premier allá. Pero eso no me tenía preocupada ya que con el día anterior había tenido una mínima idea de lo que era ir caminano en una alfombra roja.

Vacié mi vaso con zumo de uva y seguí leyendo el Times, había optado por desayunar en el restaurant del hotel. Y estaba tan absorta que no noté cuando un camarero se colocó junto a mí. Hasta que habló.

— ¿Señorita Blackwood? —preguntó. Elevé la vista hacía él y asentí con una sonrisa—. Le mandan esto —y puso sobre mi mesa una rosa roja recién cortada con una nota atada a ella.

"Johnny" Pensé con temor.

—Gracias —despedí al camarero. Con una sonrisa cortes, se alejó de ahí.

Bufé por lo bajo mientras tomaba la nota de Johnny.

"Hoy también te amo.

Johnny D."

—Sí, claro —murmuré mientras arrugaba la nota entre la mano; sin embargo, la rosa era linda, por lo que al tomarla una sonrisa afloró en mi rostro. Johnny intentaba pelear, pero lo que él no sabía (y yo tampoco sabía) es que probablemente luchaba por una causa más que perdida.

Ordené otro jugo de uva mientras me recargaba en la mesa. Solté un suspiro sintiéndome pesada; Johnny había sido mi primer amor, él y sus hermosos y profundos ojos. Él con su seriedad, y su locura tras las gafas. Él, tan amable, tan misterioso...Tan raro.
Pero Robert era diferente a él, sí, obviamente. Él siempre me había hecho sentir mejor cuando más mal me encontraba.
Todo era una estúpida confusión. Y me sentía mal. Porque en parte le decía y mentía a Robert, mientras que a Johnny, a Johnny lo hacía sentir también mal.
Y todo por mi culpa.

—Scar —saludó Robert.

—Hola —respondí aún recargada sobre la mesa. Robert se sentó en la silla frente a mí y me miró con una sonrisa.

—Vamos a conocer Madrid —dijo.

—No tengo ganas, Bob.

—Yo sí —replicó, y poniéndose en pie se acercó a mí tirando de mi brazo—. Ven vamos al teleférico; verás toda la ciudad en menos de una hora, y sobre los aires. ¡Es magnífico!

—Bueno...—Suspiré—, me convenciste —dije, poniéndome de pie junto a él, sin muchas ganas. Robert dirigió una mirada a la rosa que estaba en la mesa, y después me miró a mí.

— ¿Y esa rosa?

—No lo sé —mentí con facilidad—. Ya estaba ahí cuando llegué a desayunar.

—Está bonita, ¿No te la quieres llevar? —preguntó, arqueando una ceja.

—No, está bien —Le dediqué una pequeña sonrisa y tomé su mano para guiarlo fuera del restaurant. Robert me la apretó suavemente con cariño, y sonriendo también, me dio un beso en la mejilla.

—Cada día estás más linda —Susurró cerca de mi oído, una vez estuvimos en la calle. Tosí un poco, sintiéndome extraña.

—Gracias, Rob.

—De nada, nena —dijo, abriéndome la puerta del coche. Alcé ambas cejas, sorprendida.

— ¿Nena? —pregunté cuando éste se subió.

El pasado jamás se olvida [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora