Capítulo treinta y dos: Al caño la amistad.

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Dos horas. Llevaba dos horas tumbada en mi habitación; como era de esperarse la premiere fue cancelada, cosa que no me pareció bien, pero Gary insistió; el asunto había sido bastante grave como para "festejar" mientras yo temblaba como gelatina en mi habitación.

Me había deshecho del fastidioso vestido, y peinado en una simple coleta; al principio estaba en shock y no podía hablar. April estaba en su habitación, durmiendo. Cuando las ambulancias llegaron hasta donde nosotros, tuvieron que sedarla porque era la más afectada de los tres, después noss trajeron al hotel de nuevo en ambulancia, y un enfermero se encargó de meterla en su cuarto. Dormiría hasta la mañana.

Pero yo no quise adormecerme; no después de lo que acababa de protagonizar.

En cambio, pedí un café frío a la recepción, y me tendí en mi cama, en medio de la oscuridad. Me sentía tranquila, la oscuridad y yo nos conocíamos de antaño y nuestra relación seguía siendo tan estrecha como las veces que nos vimos en los basureros.

Sin embargo, la taza de café llevaba más de una hora vacía, y la oscuridad se había hecho más densa; Me quité las sábanas de encima, y me acerqué al interruptor de la luz para sentirme un poco más confiada. Cuando la encendí, dejé de ver sombras fantasmas, y comencé a tomarle forma a los objetos.

¿Qué iba a hacer ahora? Era más que obvio que me querían muerta. Y bien muerta. Sin embargo de no ser por Johnny probablemente habrían cumplido su cometido. No sabía que conducía de aquella manera, pero, era obvio que en las películas no todo es ficción.

Justo cuando me senté en la cama de nuevo, cuando escuche golpes a la puerta. Me exalté, y me acosté con rapidez, escondiéndome entre las sábanas y la colcha, como cuando era pequeña, y no quería que los fantasmas me encontraran y robaran.

Ahora no quería que me mataran.

— ¿Scar? —Por encima de las cobijas, sabía que era Robert. Aun así, no tenía fuerzas para encararlo, para sonreírle sin temblar. Decirle que todo estaba bien, y que por suerte salí viva.

No podía.

— ¿Scar? —su mano tocó mi espalda, y la parte derecha de mi cama se hundió—. ¿Estás bien?

No contesté, y en cambio hundí más mi cara en el colchón. Sabía que si pronunciaba media palabra, terminaría llorando.

—Scar, por favor, sal. Quiero hablarte.

—N...—suspiré—. No...quie...ro

—Por favor —Suplicó Robert.

—No, por favor tú —repliqué, con la voz ahogada.

Pasaron algunos segundos en silencio, y la mano que Robert tenía en mi espalda, comenzó a moverse en mi cintura, su otro brazo se unió y ambos me tomaron y jalaron fuertemente. Intenté resistirme y quedarme hundida en el colchón; pero fue imposible, sus fuerzas me superaban por mucho, y terminé saliendo de mi escondite, con algunas lágrimas rodando por las mejillas.

—Suéltame, por favor —pedí.

—Eso nunca, yo te tengo —dijo, y me sentó en sus piernas. Me sentía como un bebé en los brazos de su protector.
Me acunó entre sus fuertes brazos, y me sonrió levemente.

—Ya pasó —murmuró con voz ronca.

—Sí —mentí.

— ¿Qué sucede?

—Pensé que jamás te volvería a ver —Confesé—. Ni a ti, ni a mis hermanos, ni a...—Robert colocó un dedo sobre mis labios, indicando silencio.

El pasado jamás se olvida [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora