Capítulo tres: La fiesta.

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Después de que el señor Depp subiera a sus habitaciones seguido por su hermana, yo me dispuse a dirigirme a la cocina a tomar mis cosas, Danny y Rosie charlaban animadamente, sin embargo, yo me encontraba cansadísima, pero a final de cuentas un día de trabajo que me será pagado, o al menos eso esperaba.

— ¿No cenarás? —Me preguntó Dan. Negué con la cabeza, me encontraba demasiado exhausta como para ''cenar''.

—Te acompaño a casa...—Se ofreció.

— No, yo sola iré, mañana será un largo, largo, día lo mejor será que te vayas a dormir —Contesté cansada.

— Está bien, nos vemos mañana Scar... —Dijo,  plantando un beso en la mejilla, yo asentí y me dispuse a marchar.

— Chao, Rosie —Me despedí, mientras que ella se atiborraba de panecillos.

—Arrivaderchi Scar —Contestó con la boca llena, yo sonreí y me fui de ahí arrastrando prácticamente los pies.

Salí de la mansión, con un paso veloz, por mas cansada que estuviese no me importaba correr, se trataba de llegar a casa, a uno de los mas miserables barrios de Londres, pero aun así mi hogar. Al llegar, todo oscuro, subí a la habitación de mis hermanos, como suponía; estaban dormidos. Sin hacer ruido me fui, y me acerqué a mi habitación, me quité rápidamente el uniforme, para después sumergirme en el profundo mundo de los sueños.

Al día siguiente, como de costumbre el grito de Richard me despertó de una larga ausencia. Entre abrí mis ojos, notando que todo mi cuerpo me dolía. Debía suponer que por la larga jornada trabajada ayer. Lenta y pesadamente, logre sentarme, y después de bostezar. Estiré mis brazos , me puse en pie y comencé a colocarme de nuevo el uniforme. Luego de peinarme con una simple coleta salí directo a la cocina.

— ¿Por qué nunca descansas? —Me preguntó Richie, mientras yo servía el desayuno.

—Ese es un privilegio... para ricos —Respondí bajando la vista.

— Pero, sí tú eres...

— Mira, Richie mejor desayuna rápido, hoy no podre acompañarlos, hoy tomaran un taxi —Dije mientras depositaba sobre la mesa, lo único que quedaba de mi último día de pago.

—Vayámonos pues —apremió  Peter, tomando el dinero y poniéndose en pie. Su actitud para conmigo era como un reproche, sin embargo, lo único que he hecho es cuidarlo, no sustituiría a mamá, o a papá, pero por lo menos intentaba ser alguien para ellos, esto pensaba mientras los miraba yéndose en el primer taxi que encontraban.

Suspiré, mientras tomaba mi bolso y me alejaba de mi pequeña casa, caminar por las frías y enormes calles de Londres, era una rutina que extrañamente me relajaba, pues podía pensar con tranquilidad, a la vez que mis músculos se destensaban era un alivio para mi.

Llegué a la enorme mansión, y lo extraño era que mi amigo Rudolff no atendía la puerta, si no un sirviente que apenas conocía, el cual me abrió la verja, a pesar de lo temprano que era, se podían apreciar adornos a fuera en el jardín, a su vez que los jardineros trabajaban incansables, después pase a la puerta de servicio, la cual daba a la cocina, donde no estaban, mas que los cocineros y algunas sirvientas, aquello era un completo caos, sin embargo, deje mis cosas donde solía hacerlo y pase a la sala, donde si ayer era divertido, ahora era una revoltura.

Sirvientes por doquier, el doble que ayer, adornos, bebidas, botanas, algunos moviendo muebles, después aquella masa de uniformes rosas y trajes negros, deslumbre a una de las personitas que mas quería ver, mi amiga, me acerque a ella y con un movimiento me indico mi trabajo, sin chistar comenzó a imitarla, sabiendo que no había tiempo de hablar.

El pasado jamás se olvida [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora