Capítulo veintidós: Un día a lo Downey Jr

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Sentada en el desgarrado sofá de mí departamento, esperaba pacientemente a que la tarde llegara. Era jueves, y lo único que sabía es que a las cuatro de la tarde Robert Downey Jr tocaría a la puerta de mí departamento para hacer la misma pregunta que hacía todos los días desde el domingo pasado:

— ¿Salimos? —Preguntaba, sonriendo ladino y alzando una ceja. Y para su mala suerte, yo siempre le respondía lo mismo:

—No tengo ganas, gracias —Él formaba un puchero con su barbilla, y después pasaba al departamento.

A decir verdad, su presencia me hacía bien. Los primeros días me sentí un poco mal de que invirtiera su tiempo en mí, pero después me fui acostumbrando, pues parecía que a él le gustaba hacerme compañía. Se sentaba con las piernas cruzadas, y las gafas colgadas al cuello de la camisa. Se veía tan joven.

Siempre que llegaba, llevaba consigo algunos libros. Los colocaba sobre la mesita, y me sonreía.

—Estos son algunos de mis favoritos —murmuraba, y tomaba asiento junto a mí. Cuando él se iba, los guardaba debajo de la cama, pues era el lugar más seguro que tenía.

Las tardes se iban volando junto a Robert, qué relataba anécdota, tras anécdota. Todas y cada una con un toque singular de diversión. Cuando él se iba, me dejaba siempre una sonrisa imborrable en el rostro. Al final del día, cuando cerraba la puerta tras de él, la nostalgia volvía a mí, pero mi mente me ayudaba a mantenerme estable haciendo que recordara las divertidas historias de él, y de sus aventuras durante su vida. Me dormía siempre sonriendo.

Aunque mí cara aún estaba adornada con esos feos moretones.

Dos toques a la puerta y mi corazón golpea con fuerza mí pecho; Es él. Me levanto, me arreglo la ropa y camino a la puerta con paso seguro y tranquilo. Preparo mí sonrisa y hago girar el picaporte; En efecto, recargado en el marco de la puerta, me miraba desde arriba, pero su mirada no era tan alegre como otros días.

—Hoy saldremos de paseo aunque no quieras —Fue su saludo. Fruncí el ceño, no me sentía con ganas de salir desde aquél incidente, de hecho, no me sentía con ganas de salir desde que había llegado. Creí que lo había dejado claro.

—Me encantaría, pero…

—Pero nada, Blackwood —Me sorprendí ante el tono rudo y divertido de su voz. Indudablemente, también sabía ser intimidante cuando se lo proponía. Rodé los ojos, muy pocas veces lo hacía, aunque aquella vez sólo para hacerlo enojar.

—Hmmm, depende… ¿A dónde vamos? —Pregunté, cruzando mis brazos sobre mí pecho. Él torció sus labios de un lado, su semblante pasó de serio a pensativo, y después a relajado.

—No lo sé, a pasear. —Se concretó a responder, encogiéndose de hombros— Ve por un suéter, aquí te espero.

—No me dan ganas de pasear aquí… Es, una ciudad como cualquier otra —Respondí, encogiéndome de hombros.

—Eso crees, porque haz paseado con las personas incorrectas —Un guiño fugaz atravesó su ojo derecho— Ve por el suéter. —Me ordenó, de nuevo.

—Sí, amo —Contesté, sarcástica. Él sólo me dedicó una sonrisa, extraña.

Me di media vuelta, y fui por el chaquetón que tenía tendido sobre el sofá; No era una persona muy ordenada cuando de mí ropa se trataba. Lo tomé, me lo puse, y lo más rápido que pude, volví junto a él, que tarareaba por lo bajo una melodía.

— ¿Lista? —Preguntó. Yo asentí— Bien, vamos —Puso suavemente una mano en mí espalda, y me empujó débilmente fuera del departamento. Cerró la puerta, y después sus pisadas acompañaron a las mías por el suelo a las oscuras escaleras.

El pasado jamás se olvida [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora