Capítulo veintisiete: Ha vuelto.

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—No se te olvide. En los estudios a las ocho —dijo el señor Ross. Yo asentí, tomando mí bolso y colgándomelo en el hombro.

—No dude que estaré ahí... pero —mordí mí labio—; Jamás me han entrevistado, así que sí soy un desastre, no diga que no se lo advertí.

—Tranquila, Scarlett. Sólo te entrevistarán para promocionar la película y saber un poco más de ti, la protagonista —Sonrió, y se cruzó de brazos sobre su pecho—. Además, Ellen DeGeneres es muy divertida. No te hará sentir incómoda ni hará nada indebido.

—Bien. Ahí estaré —Prometí. Él asintió de nuevo.

—Te puedes ir. Recuerda; tienes éste fin libre, pero la semana entera estarás por lo menos doce horas seguidas aquí —Asentí de nuevo, viéndolo fijamente—. Y mantén tú celular encendido, por si acaso. —dijo, y después salió por la puerta de mí camerino. Suspiré pesadamente, era mucho que procesar. Vi a April que escribía algo en un cuaderno, y sonreí.

—Ya oíste, April. No te veo hasta el lunes —April alzó la vista y asintió, sonriente.

—Hasta el lunes, señorita —Se despidió. Le dije adiós con la mano y salí del camerino directo al elevador. Mordí de nuevo mi labio, estaba muy nerviosa. Una cosa era actuar ante una cámara y poder repetir la escena, pero otra muy diferente el público en vivo por televisión.

Salí del edificio de Lionsgate y pedí un taxi. Pero ahora en vez de darle la dirección del hotel, le di la dirección de mí nuevo departamento en Echo Park. Las casas que quería eran muy económicas, pero tenían unos fallos que no podía permitir, por mis hermanos. En cambio el departamento, además de una buena ubicación, era mucho más habitable.

Cuando mis hermanos lo vieron, casi se fueron atrás de la impresión. Como lo hubiera hecho yo, si la tristeza no me hubiera carcomido todo el pensamiento.

Llevaba un mes, o dos sin saber absolutamente nada de Johnny Depp. Al principio la opresión en mí pecho era tan fuerte que, creí, no resistiría y en cualquier momento correría a buscarle. A decirle que accedía a todo, con tal de estar con él. Pero no sucedió.

No sé si fue bueno o malo.

El taxi estacionó justo en frente del edifico. Una nostalgia extraña invadió mí estómago al bajarme; no estaba el viejo Job en la puerta, esperando a las vecinas. En su lugar, un portero con chaleco y camisa arremangada hasta el codo, que sonreía afablemente. Nada sucio, nada desarreglado.

—Buenas tardes, señorita Blackwood —saludó. Yo asentí con la cabeza, aturdida. Sin saber cómo responder. Me estaba sucediendo muy seguido últimamente.

El edificio contaba con elevador, pero aquella vez no quise tomarlo y subí por las escaleras. A veces sentía que era demasiado lujo aquel lugar, pero como la paga había alcanzado (e incluso, sobrado) me permití alquilarlo mientras encontraba algún hogar. Una casa que pudiéramos llamar hogar de verdad.

Caminé por el pasillo y abrí la puerta, sabía que no tenía caso tocar, mis hermanos estarían dormidos o metidos en otra cosa que no me escucharían.

No me equivoqué cuando los vi. Rodé los ojos al verlos jugando con videojuegos, bien eran niños, así que no me quedó más remedio que sonreír. Aún no podía creer, cada vez al entrar ver una sala, una televisión grande y plana; videojuegos, ropa nueva. Pero lo mejor era, cuando al ir al congelador, encontrar toda clase de carne; pollo, res, cerdo. Verduras, frutas, refresco y alimento. ¡Aquello era una nevera llena de verdad!

—Niños, hoy saldré a una entrevista —dije, sacando algo de Nutella de un tarro. ¡Dios, hasta Nutella teníamos! La sala y cocina estaban pegadas, pero separadas por una barra.

El pasado jamás se olvida [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora