Capítulo 35

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Martes, otra vez.

Roberto ya se estaba acostumbrando a la rutina de tener psicoterapia una vez por semana, aun si consideraba que el tiempo le quedaba corto porque había tanto por hablar, estaba más que agradecido por haber aceptado al fin que la necesitaba.

—La gira por Argentina está a la vuelta de la esquina, así que no lo veré por unas dos semanas —comentó el hombre de cabello castaño cuando se sentó en su asiento del consultorio.

—Ya me lo habías dicho el primer día de terapia, Rober, lo tengo anotado en mi agenda —contestó el psicólogo, con una sonrisa.

—Perdón, es que las giras siempre me emocionan. —se disculpó el vocalista, algo avergonzado.

—No debes disculparte por esas cosas, recuerda eso siempre.

Roberto casi vuelve a pedir perdón por haberse olvidado de eso, pero se abstuvo. Sacó su cuaderno de notas de la mochila con su bolígrafo favorito, se había dado cuenta que tener esas dos cosas en manos era muy tranquilizador.

—En la sesión anterior habíamos hablado de que le sigue costando aceptar que tiene TOC y Autismo. —agregó el hombre de cabello blanco, agarrando la planilla donde registraba lo que Roberto le contaba.

Tiene presente sus diagnósticos pero al mismo tiempo está en negación. Él lo ha llamado una 'enorme contradicción interna', dice ser consciente de que es diferente pero al mismo tiempo desear no serlo, había anotado el psicólogo la semana anterior.

—Recuerdo haber dicho que no las acepto en un cien por ciento, fue un golpe fuerte enterarme de eso tan tarde —replicó Roberto Musso, y suspiró ligeramente—. Me pongo a pensar en mi infancia, juventud y parte de mi adultez, sintiéndome solo incluso en compañía, los colapsos nerviosos, las obsesiones, los pensamientos intrusivos que no salían de mi cabeza, ser demasiado sensible al mundo que me rodeaba... y todo eso resultaron ser producto de TOC y el autismo divirtiéndose en mi cabeza.

La idea de un trastorno y una condición del neurodesarrollo haciendo fiesta dentro de su cerebro le pareció hilarante, hasta podía imaginarlos peleándose por quien tomaría el control en una situación determinada.

El terapeuta anotó lo que su paciente dijo, y se le ocurrió una forma de explicarle mejor el tema. Bajó su lapicera y entrelazó sus dedos.

—Me dijiste en la primera sesión que sos ingeniero en sistemas, ¿verdad? —inquirió el hombre de cabello blanco, aunque ya sabía la respuesta.

—Así es. —asintió Roberto.

—Bueno, imagina al cerebro neurodivergente, autista y TOC en tu caso, y al cerebro neurotípico como dos sistemas operativos de computadora diferentes. —comenzó a explicar el terapeuta.

—¿Como Windows, Linux, Mac OS...? —cuestionó Roberto, algo extrañado pero con suma curiosidad a la vez. No creyó que un psicólogo podría usar metáforas de computación para explicar algo en concreto.

—Sí, así mismo. Digamos que los seres humanos somos computadoras y un porcentaje alto tiene el sistema operativo Windows, lo cual lo vuelve el estándar.

—Ajá.

—Sin embargo, algunas computadoras tienen el sistema operativo Linux o Mac OS, sistemas operativos que no trabajan como el estándar pero eso no significa que sean inservibles o menos valiosos. —añadió el terapeuta.

—Entiendo. —Roberto abrió su cuaderno y anotó algunas de las frases que acababa de oír—... ¿A qué quiere llegar con esta metáfora?

—Si vos vivís con la idea de que tu sistema Linux debe funcionar exactamente o casi igual al Windows, vas a terminar creyendo que no sirve —dijo el terapeuta finalmente—. No podés seguir rechazando el hecho de que tu cabeza no funciona de la misma forma que "una persona normal", porque te estarás dañando cada vez más.

—Como dice mi hermano Riki, todos somos diferentes pero algunos salimos de esa "normalidad establecida" por el mundo que nos rodea —pensó Roberto en voz alta y vio que el terapeuta escribió lo que acababa de decir—. Él tiene déficit de atención, era obvio desde que éramos niños pero de adulto recibió ese diagnóstico; mi hermana no recuerdo si tiene algo pero sufre de depresión estacional, especialmente a fin de año.

—Hmmm, hermanos neurodivergentes, era de esperarse —opinó el terapeuta—Lo que me he percatado es que usted se empuja a sí mismo hasta límites que lo lastiman. —siguió hablando, con tono preocupado.

—Si es que las demás personas pueden hacerlo, ¿por qué yo no? Me bastaba y sobraba ver cómo los de mi edad iban por la vida de forma mucho más tranquila, sin piedras que los hiciera tropezar. Mientras yo quedaba más atrás. —Roberto hizo contacto visual con el terapeuta por unos segundos antes de mirar la el vaso con agua que tenía sobre la mesita— Cuando fui diagnosticado con Síndrome de Asperger por allá en el 2001, me preguntaba qué habría sido de mí si ese diagnóstico hubiese llegado cuando era niño o cuando era adolescente, como le había dicho hace un rato.

Roberto se interrumpió a sí mismo para agarrar el agua y beber un poco. De súbito, se sentía demasiado anonadado.

—Es que, ¿qué se supone que iba a ser con casi 40 años? Ya había pasado todo lo que tuvo que pasar, perdí años de mi vida cuestionando por qué me costaba tanto encajar, que mis emociones se desborden y no las pueda controlar, las obsesiones, los ruidos, ser demasiado sensible... cada aspecto de mi vida era afectado por estas dos cosas.

—El diagnóstico sirve para saber qué hacer, no es solamente una etiqueta que los profesionales ponemos cuando encontramos una condición o un trastorno en el paciente —explicó el terapeuta con paciencia, no era la primera vez que trataba con alguien en pleno estado de negación—. Es algo que los orienta, que les hace comprender sus fortalezas y debilidades, aceptar que sólo porque no puedes hacer algo como los demás no significa que eso te hace menos.

—Soy consciente de lo cuán duro tuvo que haber sido enterarse que las cosas que te sucedieron a lo largo de tu vida siempre tuvieron una explicación, una explicación de la que se enteró tarde y sin siquiera buscarla —siguió hablando el hombre de cabello blanco—. No podrás recuperar el tiempo perdido, sin embargo, tienes el presente y el futuro para hacer algo al respecto, y entre esas cosas está aprender la autoaceptación, abrazar tus fortalezas y debilidades, y hacer las paces contigo mismo.

—¿Las paces conmigo mismo? —Roberto juraría que alguna vez escuchó esa frase, pero le estaba costando recordar dónde.

—Así es, como he notado que tienes una gran habilidad para la introspección, le explicaré cómo va este ejercicio. —el terapeuta se acomodó en su asiento para poder describir con detalles en qué iba a consistir la actividad para la próxima sesión. 

Desvelos (Roberto Musso x Gustavo Antuña)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora