Capítulo 6

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La presencia de la princesa Visenya se fue haciendo evidente cada vez más en el palacio conforme las semanas pasaban, mientras que Aemond atendía a las tareas designadas por su madre que él tanto detestaba cumplir, ella se acercaba a este lado de la familia.

Solía pasar sus tardes jugando con los hijos de su tía Haelena, en verdad había forjado una bonita amistad con ella. Compartían opiniones en torno a la locura de Aegon, con la salvedad de que ella era su esposa, aunque no lo veía siempre, cuando el bebía a veces llegaba tarde a los aposentos de Haelena, rogándole que se entregara a él aunque ella no tenía muchas opciones más que aceptar.

Encontraba su consuelo en sus hijos, a quien tanto amaba. Aegon no los veía casi nunca, incluso llegando a escuchar que prefería estar con sus bastardos en las calles de Seda, según él, a ellos sí los quería.

Era doloroso para ella tener que ser la única a cargo de sus hijos, a pesar de recibir el apoyo de su hermano Aemond y ahora de su esposa Visenya, sus mellizos Jaehaerys, Jaeheara y el más pequeño, Maelor, no paraban de preguntar por su padre, ellos también sentían su ausencia.

- Ellos son mi luz, ¿sabes?- solía decir Haelena. - me traen alegrías nuevas todos los días, Jaehaerys cuando juega a los caballeros y rescata a la princesa Jaeheara del castillo, Maelor cuando me hace dibujos de dragones, si tan sólo Aegon los viera por lo que son. Son criaturas hermosas, sólo son niños, no tienen la culpa de que no me ame-.

Las escasas veces que lo veían él no les demostraba afecto, cosa que ponía a los pequeños tristes, necesitando en casos un paseo en Vhagar o algún regalo especial de parte de sus tíos.

Viserys sabía lo mal padre y esposo que era Aegon con Haelena, se había contemplado anular el matrimonio muchas veces, pero sus preocupaciones del momento estaban en intentar resistir lo más que podía con su enfermedad, que literalmente estaba acabando con él. Se lo solía ver en las cenas, en algunas reuniones del consejo, pero cada vez se apagaba más y más. 

Además de que la Reina estaba a favor del matrimonio entre los hermanos, principalmente porque impedía que el bastardo de Jacaerys fuera casado con su hija Haelena, aseguraba que la línea se mantuviera pura y con honor.

Visenya y el Rey habían compartido pocos momentos desde su llegada, algún que otro saludo, algunas conversaciones sobre Rhaenyra cuando era pequeña y su abuela Aemma, los ojos de Viserys siempre brillaban cuando hablaba de ellas.

A Visenya le daba pena que no hablara de Aemond o de Haelena cuando eran pequeños, pero Viserys no había estado presente durante sus infancias, parecido a Aegon y sus hijos, pero con sus salvedades. 

- ¿No tienes recuerdos buenos de él?- le solía preguntar a Aemond, curioso por entender cómo había sido su crianza.

- La verdad es que ninguno me trae buenos recuerdos, ni Viserys ni la Reina- le decía él. - me siento más querido por los tuyos que por los míos-.

- Si tenemos hijos, jamás se sentirán de esa manera- le dijo, sosteniendo su mano. - seremos buenos padres para ellos, los cuidaremos y querremos, podrán crecer junto a los hijos de Hae, nunca estarán solos-.

- Y serán buenos luchadores, eso está garantizado- dijo él, riendo. - tendrán sus propios dragones y volarán con nosotros-.

Ella sonrió. Se acercaron el uno al otro, imaginándose cómo serían sus preciosos vástagos, contemplando una vida con el otro, mirándose fijamente, encontrándose en los ojos del otro.

No sabían describir bien que sentían por el otro, sin duda se atraían, estas semanas desde que se habían casado habían compartido buenos momentos con el otro, a veces más tiempo y a veces no tanto, pero verdaderamente disfrutaban de la presencia del otro.

- ¿Puedo?- preguntó ella, inclinándose hacia sus labios, el príncipe asintió y ambos se besaron.

El mundo se sentía de ellos, como si nada los preocupara por fuera, todo era respecto a ellos. No había ni verdes ni negros, todo era respecto a ellos acercándose, compartiéndose, teniéndose.

Estaban solos, el uno para el otro, en un escenario rodeado por velas casi angelical. Después de todo, los antiguos aposentos lúgubres de Aemond ahora estaban totalmente invadidos por ella, su energía, sus pertenencias, su olor, su estilo incluso.

Estaban sin pensarlo buscándose otra vez, acariciando sus cuerpos, sintiendo el calor del otro.

Aemond ya no se estremecía cuando ella lo tocaba, cada vez cedía más, se dejaba llevar por el deseo que sentían por el otro. Entendía que cualquier cosa que viniera de su parte venía con una buena intención, con la intención de hacerlo sentir bien.

Visenya pasaba su mano por el pecho desnudo del príncipe, sus pieles eran cómo de porcelana, firmes al tacto por su estado muscular, el la alzaba sin esfuerzo del piso para sentarla en su regazo, tomándola firmemente de sus piernas, invitándola a moverse suavemente sobre él.

No podían evitar sentirse, desearse de esa manera. Estar tan cerca del otro tenía sus efectos, claramente. 

Ella no tardó en quitarse el vestido de cama, quedando expuesta ante su marido. Ya había sucedido antes, ella también lo había visto de esa manera antes - en alguna que otra ocasión después de volar en dragón, cuando su esposo requería un baño, tenía la oportunidad de contemplar en esos momentos su cuerpo de esa manera.

Pero aún así, fuera la primera, segunda o infinita vez que se veían sin ropa, siempre se sentían atraídos el uno por el otro, deslumbrados por su belleza. Conforme se encontraban más, confiaban más en el otro, tocándose y sabiendo como evocar placer en el otro, conociendo sus pequeñas reacciones, reconociendo la tensión de sus músculos al tacto del otro. 

Aemond se sentía confiado y orgulloso del progreso que habían logrado, lentamente acercándose más íntimamente al otro, hasta que finalmente lo lograron.

- Estoy listo para intentarlo esta vez- dijo él, después de jugar con los cuerpos del otro y ambos estando sedientos de más.

En otras instancias, hubieran parado. Ella lo hubiera cuidado y abrazado durante toda la noche, a su manera asegurándole que estaban yendo por el camino correcto, deteniéndose si fuera necesario.

- ¿En serio?- le preguntó ella. - nadie nos apura, tú lo sabes- ella sólo quería que se diera en el momento indicado, sin sentir presiones.

El asintió, sosteniendo el cuerpo de su amada que yacía por debajo de él, acariciándolo suavemente, contemplándolo todo, estaba tallado por los mismísimos dioses. 

- ¿Tú estás lista?- le preguntó, haciendo contacto visual, entendiendo que ella también se sentía nerviosa por esto, era su primera vez después de todo.

- Sí, te deseo Aemond- le dijo ella, envolviéndolo en un beso apasionado, mientras que ambos cuerpos se unían, suavemente, mientras que ella se adaptaba a él.

- ¿Estás bien?- le preguntó él a ella, sabiendo que las primeras veces podían ser algo dolorosas para ellas.

- Sí, continúa- prácticamente le imploró a él, quien no dudó en moverse.

Fueron aumentando el ritmo, sus cuerpos chocaban con el otro, emitiendo sonidos de placer que retumbaban en las paredes de los aposentos, extasiando su deseo y liberándolo de forma catártica - ella se preocupó porque en todo momento el se sintiera bien con lo que estaba pasando, haciendo contacto visual de vez en cuando, reasegurándole a él que se sentía bien... demasiado bien.

Había temido de que esto saliera mal, pero todo se estaba dando de forma armónica, escuchándose, teniéndose, amándose en verdad. 

- Es mi turno ahora- dijo ella, volteándolo y poniéndose encima de él mientras el sostenía sus caderas.

Él no podía dejar de verla, era simplemente hermosa, como se movía sobre él tirando su cabeza para atrás, como sus cuerpos se sentían tan juntos, el escándalo se extendió por todo el palacio - pronto todos los sirvientes hablarían de cómo ellos no podían quitarse las manos de encima. 

La escena era perfecta, la tenue luz iluminaba a los amantes que por fin estaban explorando el límite de sus deseos. Esto definitivamente no se sentía como "el deber" que le habían enseñado las septas a Visenya, cómo "entregarse a su marido".

Ambos estaban expuestos, buscando el placer del otro, obteniendo ráfagas de calor y vibración que se expandían por sus cuerpos a cambio, que les nublaban la mente por completo.

Si esto era algo con lo que tendrían que cumplir, cualquiera de los dos lo repetiría una y otra vez, cada vez con más habilidad, cada vez conociéndose más.

Visenya llevó a Aemond a su límite, volvieron a voltearse, dónde él dominaba la escena. Se contemplaron quietos por un segundo, sus manos recorrían las caras del otro, ella se afirmó a su espalda - hundiendo sus uñas en el príncipe, dándole la señal a él para que terminara lo que habían empezado, moviéndose una vez más, intensa y rápidamente, evocando vocalizaciones  de Visenya que jamás pensó que escucharía, hasta que llegó al pico del placer - sintiendo cómo la ola de calor se desplazaba, cómo su cuerpo se tensaba y perdía fuerza después de aquella hermosa sesión que habían compartido, recostándose al costado del otro.

- Eso... fue...- Visenya intentó expresar. - perfecto, simplemente... perfecto- encontraron sus miradas.

- Visenya- le dijo él, recuperando el ritmo de su respiración después de toda esa escena. - te amo-.

Ella le sonrió en respuesta, reposando sobre el pecho de su esposo.

- Yo también te amo, Aemond- le dijo ella.

Ambos durmieron pegados al otro, pasaron una hermosa velada, descansaron como nunca antes.

* * *

- La Reina solicita la presencia del príncipe Aemond- oyó Visenya a través de la puerta, mientras que abría los ojos.

Ambos se miraron, Aemond revoleó los ojos, no le gustaba cumplir con las exigencias de su madre, pero desde que Rhaenyra y su familia se habían ido ella no paraba de interferir cómo pudiera entre ellos. Le pedía a Aemond que hiciera recados absurdos, incluso se enfadaba con él si encontraban a Aegon borracho luego de ir a las calles de Seda.

Prácticamente tenía que cumplir todos los roles posibles en la familia: ser el hermano mayor de su hermano mayor Aegon (eso significaba rescatarlo de situaciones impensables, cómo cuando tuvo que pagar deudas que él tenía en la calle de Seda por gastárselo todo en putas y vino), ser el asistente personal de su madre en el consejo (era allí dónde peor la pasaba, escuchando las escorias que decían de Rhaenyra y sus hijos, aunque se limitaban a referirse a Visenya por miedo de que el tuerto sacara su daga), el enfermero de su padre (se encargaba de que no le dieran leche de amapola de más, intentaba representarlo lo mejor que pudiera en el consejo pero ya todos sabían lo que él opinaba), el tío-padre de sus sobrinos (otro recado gracias a Aegon) y, el que más disfrutaba, ser un buen esposo para Visenya.

Estaba cansado, pero también le generaba cierto gusto que todos dependieran de él. Casi nunca veían su valor, claramente lo usaban para lo que les convenía, por esto mismo estaba harto de esta familia superficial. Algún día aportaría algo más a ellos que sólo ser su sirviente.

- Hijo, quería pedirte un favor- le dijo la Reina.

El asintió, casi que en modo automático.

- El Rey está llegando a su final, todos lo sabemos- le dijo ella. - su enfermedad... está acabando con él. Debemos, todos- miró a Otto, quien estaba en la habitación con ellos. - asegurarnos de que tu hermano esté en las mejores condiciones para tomar el trono cuando le corresponda-.

Aemond entendía su interés, pero no era tonto. La legítima heredera el trono de hierro era Rhaenyra, decretada por el propio Viserys en su momento, cuándo los lores le juraron lealtad a la verdadera heredera, ante todos. 

El nacimiento de su vástago varón, quién por un lado nunca recibió el cariño que él sentía por Rhaenyra pero no sólo eso, alguien que genuinamente no estaba apto para gobernar nada - y que tampoco tenía interés de hacerlo.

Dicho por el propio Aegon, si pudiera, se retiraría de todas sus responsabilidades reales y pasaría su vida por las calles, disfrutando de los placeres que él tanto priorizaba.

- ¿Cómo puedo ayudar con eso?- le preguntó a su madre.

- Hablen, de hermano a hermano. Hazle entender lo importante que es servir a la familia, tal y como tú con tu esposa, que pase tiempo con Haelena y sus hijos, que asiente base de una vez. Ya no son niños- le dijo ella. - tu resultaste siendo más capaz y asentado que él, a pesar de ser menor-.

Un cumplido, de su madre. Era raro escucharlo de su parte, pero claramente escondía el fin turbio de que ayudara con la ascensión de su hermano al trono, algo sucio, pero bien jugado de parte de los verdes.

* * *

¿Cuál de los dos lados tomaría Aemond entonces?










La Danza de las Espadas - Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora