- ¡Son mis hijos!- gritó la Reina, al par que estaba sentado frente a ella, aún con sangre en sus caras y manos de la pelea. - no pueden pelearse así, ¡no ven la imagen que nos dejan!, ¡parecen gente incivilizada sin modales, no príncipes de la corona!-.
Visenya espiaba desde la puerta del salón, sigilosamente. La Reina ardía de enojo y no paraba de reprender a sus hijos a pesar del estado en el que se encontraban.
Cuando Visenya se enteró de lo ocurrido, no tardó en correr hasta donde estaban Aegon y Aemond, pero no la dejaron intervenir hasta que llegó la Reina, que se los llevó de inmediato a hablar con ella, prácticamente echándola a un costado.
Visenya no podía evitar estar un poco feliz por el hecho, por lo poco que había podido ver, Aemond había dejado a Aegon en peor estado. No sabía qué había hecho Aegon para merecer la golpiza, pero confiaba en el criterio de su esposo y también en su destreza.
- Lo siento, madre- dijo Aegon, limpiándose la boca que tenía, casi que llorisqueando.
Era irónico ver a un hombre tan cruel yaciendo herido, débil de esa manera, estaba claro que era parte de una actuación para hacerse ver inocente ante los ojos de su madre.
- No lo sientes nada, Aegon. Tu bien sabes lo que hiciste para merecerte esto- le dijo Aemond, aún enojado. - Madre, pregúntale que fue lo que hizo- se dirigió a la Reina.
- Eso no importa- dijo la Reina. - ¡no puedes estar atacando a tu hermano simplemente por una discusión estúpida!-.
Visenya no podía creer que la Reina no quisiera escuchar lo que Aemond tenía para decirle, parecía que únicamente escuchase las quejas de su hermano mayor, como si realmente no le importase nadie más que Aegon. En otras condiciones, hubiera irrumpido en la habitación a defenderlo, se moría de ganas de hacerle entender que su hijo menos querido tenía el apoyo de su esposa, siempre.
- Mira cómo ha quedado- dijo ella, observando el rostro sangrante de Aegon y tomándolo entre sus manos, examinándolo. - ¡¿qué diría su Padre de esto?!-.
- Nada- contestó Aemond, diciendo la verdad. - aunque sea, escucharía lo que tengo para decirle. ¿Has terminado de reprenderme ya, Madre? Deberías llamar a un maestre para ver cómo quedó Aegon, a ver si de tantos golpes aún puede concebir bastardos-.
Aemond se paró y se fue, a pesar de los llamados de su madre. Abrió la puerta sólo para encontrar a Visenya detrás de ella, que tragó saliva y le ofreció su brazo sin decir nada. Caminaron juntos, despacio y en silencio hasta sus aposentos, Visenya no había podido examinar las heridas de Aemond, pero se había llevado algunos golpes también.
- No está bien espiar a la gente- Aemond rompió por fin el silencio.
- Lo mismo digo contigo- le contestó ella. - ¿escuchaste lo que dijo Haelena, te enojaste y fuiste por Aegon, verdad?-.
El otro alzó sus hombros, internamente sorprendido del ingenio de su esposa que fue capaz de unir las piezas, aunque no esperaba menos de ella.
- Lo tenía bien merecido- le dijo Aemond. - bastante con que me contuve suficiente para no terminar el trabajo-.
- Sisi, recuéstate que voy a curarte- le dijo ella, sentándolo en la cama, yendo a buscar implementos para curar las heridas de Aemond.
Aemond se quitó la mayor parte de su ropa, exhibiendo varios moretones y pequeños cortes sangrados. A Visenya no le gustó ver a su esposo herido, sentía pena por él pero a la vez orgullo, era una mezcla de querer decirle que fue un idiota pero a la vez admirarlo por haberse enfrentado a su hermano.
Con agua y unas telas, Visenya lentamente fue limpiando las heridas de Aemond, recorriendo su piel con la tela húmeda y fría, restregando para quitar la mayor cantidad de sangre posible. El otro ni se inmutó, de vez en cuando reaccionaba al dolor y ella le pedía perdón, pero era necesario curar sus heridas para que no se infecten.
- Voy a ponerte este ungüento- dijo, mirando la tapa y analizando el contenido del frasco, no muy convencida de si era el correcto.
Ella procedió a aplicar suavemente el ungüento por las heridas de su esposo.
- La Reina no tiene corazón- le dijo ella. - ¿cómo puede ser que su primera preocupación al ver a sus hijos heridos sea reprenderlos por pelearse?, ¿y el nulo interés que demostró hacia lo que tu tenías para decirle?-.
- Así es cómo es ella- respondió él, ni siquiera mostrando decepción, cómo si esto fuera su pan de cada día. - ya no me afecta su indiferencia-.
- Es horrible de ver y me imagino que peor de vivir, siento que tu madre sea así contigo- le dijo su esposa, mirándolo a los ojos. - sabes que siempre tendremos un lugar en Rocadragón, por si quieres escaparte- le sonrió a su esposo.
- Sería poco inteligente escaparme, pero quizás la mejor decisión- le contestó él. - pero esto es mi día a día, Visenya, ya estoy acostumbrado-.
Ella se acercó a él, acariciando su rostro y mirándolo con ojos tristes.
- Deberías descansar ya, traje esto para que bebas- le ofreció un té que decía ayudar con el dolor y darle un buen descanso.
Visenya se encargó de acostar a su marido, quitándole el parche de su ojo - aún se mostraba reticente a que ella tocara esa parte de su rostro.
- Tranquilo- le dijo ella. - eres hermoso tal y como eres- le reaseguró, besando su frente.
Ella lo cubrió con las mantas y lo ayudó a beberse el té, acarició su rostro una vez más, acostándose a su lado y haciéndole caricias hasta que se durmió.
Visenya no conseguía dormirse, estaba alerta, no entendía porque últimamente se sentía de esta manera - temía por la vida de su esposo, tenía este incesable deseo de cuidarlo, protegerlo incluso de su propia familia.
Pensar en Haelena y su inocencia, en Aemond y su cansancio de seguir los mandatos de su madre, Aegon que era insufrible todo en el contexto de una madre que no se preocupó nunca de cuidar a sus hijos y su padre, que a pesar de que a Visenya le costara asumirlo, no les daba ni la atención ni el cariño que merecían.
Era tan distinto de cómo a ella la habían criado.
En Rocadragón, su madre y Daemon se encargaron de cuidarla siempre, nunca limitaron sus intereses, la dejaron entrenar a la par de sus hermanos. Daemon, a pesar de no ser su padre, le había enseñado todos sus trucos para volar en dragón, incluso le dejó empuñar a Hermana Oscura una vez, alegando que por ser la espada de Visenya ella sería quien la heredaría. Rhaenyra había sufrido en su infancia, siempre estando enamorada de Daemon, había luchado por su amor toda su vida hasta conseguir estar felizmente casada con él.
Ella sólo quería que Aemond hubiera vivido lo mismo, así podría entender el amor que ella sentía por su familia, así podría ser feliz al fin.
* * *
Visenya se despertó, algo alterada, la luz deslumbraba en la habitación y se sentía algo mareada. Aemond no estaba junto a ella, lo que le resultó bastante extraño. La habitación estaba distinta también, algo andaba mal.
Se levantó, vistiéndose rápidamente y procedió a salir de la habitación. Intentó abrir la puerta pero esta no cedió, empezó a sacudir la puerta con fuerza pero estaba claro que estaba trancada.
- ¡Guardias!, ¡abran la puerta!- ordenó desde el interior de la habitación, pero nadie parecía escucharla.
Un fuerte dolor de cabeza irrumpió en su actividad, abrió nuevamente los ojos, pero esta vez estaba en otro lugar.
Estaba en el salón de coronación, vestida con harapos, viendo como la Reina y Sir Criston Cole coronaban a... Aegon. Desesperada, Visenya buscó con su mirada a su marido, encontrándolo al lado de su hermana Haelena, ininmutables mirando cómo coronaban al nuevo rey - el bando verde estaba usurpando el trono. Un sentimiento helado recorrió el cuerpo de Visenya, estaban burlándose de la voluntad del antiguo Rey ante sus ojos.
- ¡No, no es su derecho de nacimiento!- intentó gritar, pero nadie parecía oírla. - ¡la verdadera heredera al trono es Rhaenyra Targaryen!-.
La desesperación la consumía, esto no estaba bien, no podía ser. Era el trono de su madre, ¿por qué estaba sucediendo esto?
Otra vez, un dolor de cabeza interrumpió su visión, llevándola a los aposentos de Haelena. Se encontraban dos de sus pequeños allí, jugando mientras que su madre yacía en mal estado.
Tenía la mirada apagada, estaba escribiendo una nota mientras que se le caían las lágrimas.
- Los amo- le dijo a sus dos pequeños, mientras que se acercó a su ventana y luego, sin que Visenya pudiera hacer nada, saltó.
- ¡Haelena!- gritó, corriendo hacia la ventana, viendo en el fondo un montón de estacas clavadas en el cuerpo de su joven tía, mientras que la sangre brotaba de su pequeño cuerpo. - ¡no!- dijo, afirmándose al marco de la ventana.
El dolor de cabeza volvió a azotarla, dejándola incapaz de derramar lágrimas hasta que la llevó a el último lugar que vería.
- Mamá- dijo, al ver a su madre.
Parecía más demacrada, cansada y triste. Era una versión más vieja de su madre, que mantenía la cabeza en alto mientras que un dragón la veía firmemente.
Al rededor podía ver al pequeño Aegon, aunque no encontró a Jacaerys ni Lucerys, ni tampoco a Viserys. Estaba siendo contenido por unos guardias, mientras clamaban y luchaban por ir hacia Rhaenyra.
- Dracarys, Sunfire- oyó, a la distancia, viendo que esa voz provenía de un hombre mayor, despedazado - con la mitad de su cuerpo quemado, incapaz de sostenerse derecho.
Entonces fue como la gigante bestia formó un cúmulo de fuego en su garganta y con un simple soplido envolvió a Rhaenyra en su fuego, Visenya no podía parar de gritar, quería moverse pero no podía, quería salvarla pero no podía.
Las llamas consumieron a su madre mientras se oían los gritos del pequeño Aegon de fondo.
* * *
Visenya se despertó, agitada, con lágrimas en sus ojos, se balanceó sobre su eje unos segundos, procesando todo lo que había visto.
La habían encerrado en su habitación, habían coronado a Aegon como Rey usurpándole el trono a su madre, su tía se había suicidado ante sus ojos y lo peor, el dragón de Aegon había quemado a su madre.
Visenya por un segundo contempló que todo esto ha de haber sido un simple sueño, se secó las lágrimas y buscó a su lado a su esposo, en busca de contención.
Fue ahí que todo cuadró. Su esposo no estaba. Podría asegurar que si intentara abrir la puerta estaría cerrada, había visto una visión del futuro - como los soñadores antes que ella.
La guerra había empezado.
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La Danza de las Espadas - Aemond Targaryen
RomansaEn un universo distinto, uno en el cual Rhaenyra fue capaz de engendrar un vástago legítimo con Leanor: Visenya Velaryon, la tercera hija del matrimonio. Prometida a Aemond Targaryen, tiene como propósito unir las dos familias y formar una alianza p...