Capítulo 18

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- Sí, mamá y mi hermana dijeron que sería buena idea- explicaba Jacaerys. - y yo... me encantaría casarme contigo... ay que ridículo me veo- se dijo a sí mismo, mientras se miraba en el espejo, suspiró al oír que alguien tocaba su puerta.

Era ella, tan hermosa como siempre, luciendo uno de los vestidos que Visenya le había dado.

- Hola Jace- lo saludó. - ¿sabes dónde está Visenya? Teníamos acordado pasear por el jardín por la tarde pero no pude encontrarla-.

- Creo que se fue a descansar hace un rato- dijo él, pero en cuanto vio que ella se iba le continuó - espera, me gustaría que habláramos de algo-.

Ella asintió.

- Pasa- le dijo él, y aunque ella titubeó, al final sí entró a los aposentos de Jacaerys. - mi madre me sugirió algo y... quería hablarlo contigo si te parece-.

- Está bien- dijo ella, expectante.

- Ella... dijo cosas que son ciertas... tu y yo... hace poco... bueno, desde siempre en verdad- se pisaba las palabras, sin ser capaz de comunicarse bien. - lo que quiero decir es que...-.

- Nos gustamos- terminó ella la frase por él.

- ¿Sí?- dijo él. - o sea, sí, es obvio pero... ¿en serio? Pensé que después de todos estos años tus sentimientos habían cambiado-.

- ¿Por qué lo harían, Jace?- dijo ella, acercándose a él.

Jacaerys sentía que no podía respirar, no sabía de qué color estaba su cara pero podía sentir el calor en sus cachetes. Ella alzó una mano hacia su cara, trazando una delicada línea por su pómulo.

- Siempre me gustaste, sentí cariño por ti desde que éramos pequeños- le decía ella, peligrosamente cerca del príncipe. 

- Yo... también, siempre quise estar contigo- le dijo él, no pudiendo creer lo que sucedía.

Cortejarse, pasar tiempo juntos, jugar inocentemente era una cosa. Pero tanta seriedad, Jacaerys sentía que su corazón saldría de su pecho. Estaba emocionado, quería estar con ella también, siempre lo había deseado.

- Entonces sí quiero- dijo ella.

- ¿Me... escuchaste por la puerta o...?- quiso decir él, rápidamente entendiendo que ella ya sabía a lo que se refería. 

Ella se sonrió, como si fuera cómplice de un crimen. El acarició su cara con suavidad, la princesa se erizó con su toque. El se acercó a ella, se dieron un beso suave, que había sido anhelado durante tanto tiempo, jamás imaginaron qué se sentiría besarse, tenerse tan cerca del otro. Pero se sentía perfecto, cómo si estuviera destinado a ser de esta manera.

* * *

Todos se unieron para almorzar, todos menos Visenya. Aún nadie sabía dónde estaba, aunque asumían que estaba descansando. La última vez que la habían visto era por la mañana, acostada en el diván, las horas habían pasado pero no había señales de ella.

- Cuando estaba en los fines de mi embarazo con la pequeña Aemma yo tampoco tenía hambre- decía Rhaenyra.

- Sí, pero es raro que se ausente a estar en la mesa siquiera- decía Daemon. - siempre aparece, aunque no tenga ganas de comer-.

- Ya saldrá más tarde, cariño- le dijo ella. - se nota que el embarazo ya está en sus finales, pronto tendremos a nuestros nietos con nosotros, ¿eso no te emociona?-.

Daemon estaba emocionado sí, pero al igual que cada vez que Rhaenyra estaba embarazada, se le formaba un nudo en la garganta de pensar en el labor de parto. Perder a Leana en tales condiciones lo había marcado, ver como su dragona la envolvía en sus llamas luego de un parto complicado lo aterrorizaba. Repetía esa escena en su cabeza una y otra vez, recordaba los gritos de su actual esposa desde la habitación cada vez que nacía un nuevo vástago.

A pesar de que amaba a sus hijos todos por igual, detestaba pensar en que traerlos al mundo indujera tal sufrimiento de la madre, odiaba sentirse tan impotente.

- Sí, me emociona- contestó Daemon, finalmente. - deberíamos brindar por nuestro aventurero y loco Lucerys, ¿no?- cambió de tema rápidamente.

Fue entonces que un maestre interrumpió el almuerzo de la familia.

- Su Majestad, príncipes- saludó. - eh... la princesa Visenya, ella... se ha encerrado en su habitación y parece que está con contracciones-.

- ¿Cómo?- escupió Jacaerys, levantándose de la silla y Haelena lo siguió. 

- ¿Cómo así?- preguntó la Reina.

- Deberían comprobarlo ustedes mismos- sugirió el maestre, acompañando a todos hacia la habitación de la princesa.

Toda la familia prácticamente corrió hacia la habitación, mientras que Daemon los siguió a una cierta distancia. A medida que se acercaban, se podían oír los gritos de la princesa. Un grupo de maestres tocaba incesablemente su puerta, rogándole por que saliera de su habitación.

- ¡Qué no saldré, estoy bien... ah!- se quejó, a través de la puerta. 

- ¡Hija! ¡Visenya!- gritó su madre, acercándose a la puerta. - abrennos así te podremos ayudar, esto no tiene que ser así, no tengas miedo-.

- Mamá... no tengo miedo de parir mamá... es que esto no puede pasar, no ahora- decía la princesa. - debo mantenerlos adentro un tiempo más... sólo hasta que Aemond despierte-.

Todos al oír eso no pudieron evitar sentir lástima por la pobre ilusa princesa. Estaba quebrada, pero lo que anhelaba ahora era simplemente imposible.

- Pero amor, eso no es algo que puedas elegir- le contestó su madre. - vendrán de todas maneras, pero debes ayudarlos si quieres que todo salga bien-.

- ¡Qué no!- gritó la princesa, alejándose de la puerta.

La Danza de las Espadas - Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora