Capítulo 8

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Días habían pasado desde que habían ido a ver a Viserys, el palacio había recibido noticias de Rocadragón, de la princesa Rhaenyra: había entrado en labor de parto.

Visenya estaba emocionada por que su hermano o hermana viniera al mundo, aunque algo nerviosa de no poder estar ahí para su madre como solía estar.

- Pronto iremos a visitarlos, no te preocupes- le aseguró Aemond, en cuanto se enteró de la noticia. - será mejor que permanezcas aquí en el palacio, al menos por ahora-.

- Pero nadie notará mi ausencia, estoy segura de que la Reina se pondría feliz incluso de tenerme lejos- le decía ella.

Tenía razón, probablemente Alicent disfrutaría tener el palacio para ella y sus hijos solos, pero era conveniente que por ahora se quedaran juntos. La condición de Viserys iba a la peoría, era un miedo del que no se hablaba, pero todos murmuraban en secreto, se sabía que existía la posibilidad de que los verdes intentaran usurpar el trono.

Aemond no dejaría que su esposa volara sola a Rocadragón, y él no podía dejar el palacio tampoco. Sentía que la estaba usando para sus propósitos, pero todo esto era necesario.

- Haelena notará tu ausencia- contestó Aemond, evadiendo sus cuestiones.

- Oh... ¿no ha salido de los aposentos aún?, ¿hay noticias de eso?- preguntó Visenya, preocupada.

Desde que habían vuelto de ese paseo diurno por las calles de la ciudad ella no había salido de sus aposentos, Visenya le había preguntado a los guardias pero ella no quería recibir visitas.

Se decía que incluso la propia Alicent fue a verla, pero esta no fue bien recibida, la princesa no se dejó tocar y gritó que se la llevaran de la habitación, haciendo uno de los escándalos más inéditos del palacio - no era novedad que madre e hija tenían sus diferencias, pero Haelena jamás se había atrevido a desafiarla, cuanto menos a gritarle.

Parecía que se estaba refugiando en sus niños, incluso relevando las tareas de las nodrizas, ella ahora se hacía cargo de cada aspecto de la vida de ellos, sin dejar que nadie más los tocaran.

Se rumoreaba que no podía con todo, que pasaba las noches en vela meciendo al menor y que lo único que hacía con ellos era jugar, no los dejaba tampoco salir de sus aposentos a las lecciones a las que deberían atender, dándoles de comer allí mismo.

Aemond se preocupó bastante por su hermana, lo dejó entrar a sus aposentos pero ella no le dirigía la palabra.

Parecía asustada, triste por alguna razón, frenética, como al borde del colapso. Incluso llegando a dirigirse firmemente con los guardias que custodiaban la habitación.

- Les ordeno que no dejen entrar al príncipe Aegon a mis aposentos- les comandó Haelena días atrás.

Era una de las primeras veces que recibían un pedido tan serio por parte de la princesa, los guardias acostumbran a tener pocas y pacíficas interacciones con ella, nunca jamás la habían visto así.

- No quiero que toque a mis hijos, o yo misma lo mataré- finalizó, cerrando la puerta una vez más, confinándose a su propia prisión otra vez.

- No ha salido de su habitación, la he ido a visitar pero creo que te necesita más que nunca- continuó Aemond, contestándole a Visenya. - suelo entender a mi hermana, suelo poder resolver sus cuestiones, pero a veces se nota que precisa una amiga que pueda darle un buen consejo más que a un hermano-.

Ella asintió.

- Sigo reproduciendo el camino que hicimos por las calles pero no me doy cuenta que fue lo que la puso así- le explicó ella. - me siento terriblemente culpable por todo, tendré que visitarla más tarde hoy, ya no puedo evadirlo más... tengo que hacerme cargo de esto-.

- Lo que sea que la tiene así no es tu culpa- le explicó Aemond. - tienes que estar tranquila con eso, quizás será mejor que la vayas a ver y hables con ella, estoy de acuerdo-.

Luego de pasear por los jardines, Visenya se decidió a ir a los aposentos de su tía. Tenía miedo de cómo pudiera salir, había llevado con ella algunos pasteles y tés para comer juntas, esperaba que todo saliera bien.

Los guardias anunciaron la presencia de la princesa, mientras que Haelena le dio paso. Ya era avance que la dejara pasar, no estaba recibiendo casi visitas.

El escenario parecía normal. La princesa estaba sentada en su sillón, bordando, mientras los niños jugaban, Jaehaera leía un libro en silencio, todo parecía pacífico. Todos absueltos en sus actividades, parecía que Visenya venía únicamente a perturbar su paz. 

- Tía, les traje estos pasteles- se atrevió a decir Visenya.

- Déjalos en la mesa- le dijo Haelena, sin levantar la mirada, centrada en trabajar sobre la tela que sostenía en su regazo.

Visenya se sentó al lado de ella, procurando guardar distancia, no quería incomodarla.

- ¿Cómo has estado?- le preguntó, rompiendo el hielo.

- Mis hijos me han mantenido ocupada- le contestó Haelena. - después de todo, son lo único que tengo-.

La otra asintió, mirando a su alrededor y entendiendo a lo que se refería la princesa. 

- Quería disculparme por lo que pasó antes que nada, Hae- le dijo Visenya. - yo... no quería que vieras todo eso-.

- Sobrina, es común que la gente en la calle no sepa comportarse, lo que vimos no es más que la realidad de otros. Si eso me asustara, no sería una buena princesa- dijo la otra, sabiamente.

Visenya seguía sin entender qué había sucedido, pero decidió no darle vueltas al tema, observó a su tía bordar y aceptó por fin que no tenía la culpa del incidente. 

- Tu... no puedes tener la culpa de algo que no puedes entender- continuó Haelena. - en verdad, debería agradecerte por ayudarme a ver las cosas tal y como son-.

Parecía que entonces se refería a algo más que Visenya aún no terminaba de comprender.

- ¿Qué es lo que no puedo entender, tía?- le preguntó la otra. - no sé cómo es aquí en Desembarco del Rey, pero allá en Rocadragón la violencia es la misma, la gente es bastante parecida a como las vimos-.

- Eres tan inocente- le respondió Haelena, haciendo contacto visual por primera vez desde que entró, mirándola dulcemente con ojos teñidos de tristeza. - ¿sigues sin darte cuenta?-.

La otra tragó saliva, ¿qué se le estaba escapando?

- Ese niño al que defendiste- comenzó Haelena, intentando ignorar el nudo en el pecho que se le formaba al pensar en él, reprimiendo las lágrimas. - era idéntico a Aegon-.

Visenya recorrió mentalmente otra vez su expedición, reconociendo que ni siquiera había prestado atención a cómo era el niño. Pero al recordarlo, podía entender lo que decía su tía. El pequeño tenía el cabello plateado y los ojos violetas, rasgos típicos de un Targaryen.

Más allá de que se parecía indudablemente a Aegon, era imposible que fuera el bastardo de otro. 

- Oh, tía, cuánto lo siento- le salió decir a Visenya. 

- Pero no es eso, Visenya, todos sabemos que no debe ser el único bastardo de Aegon- le dijo su tía, siendo completamente sincera y objetiva. - el punto es que a ese niño, a ese sí lo quiere. ¿Que no viste cómo vestía, las joyas que tenía? Fueron regalos de Aegon, me encargué de mandar guardias a indagar el lugar dónde los encontramos, él suele visitarlo casi que todas las noches- tragó grueso. - el ama a ese niño más que a los que yo di a luz- bajó la voz para que los pequeños no la escuchasen.

- No puedo creer lo que me cuentas, es increíble cómo un supuesto príncipe se comporta de esa manera- le contestó Visenya. - y lo peor es que ellos son inocentes- miró a sus sobrinos, quienes jugaban tranquilos en la otra esquina de la habitación. - pero yo sé que son amados por muchos, no es suficiente para reparar por la ausencia de su padre, pero todos aquí en el Reino en verdad los amamos, Hae- tomó la mano de su tía fuertemente.

- Gracias, Visenya- le dijo su tía, apretando su mano contra la de ella. - Padre nunca tendría que habernos comprometido, él me despreció desde el primer instante. Hubo un tiempo donde deseé con fuerza que me casaran con tu hermano Jacaerys-.

La otra sonrió, era entendible que su tía soñase con su hermano.

- Es todo un caballero, pero también tiene sus cosas, eh- le dijo Visenya.

Lo que Haelena no se atrevió a contarle era que ella siempre había tenido especial afecto por Jacaerys, siempre había encontrado en él un sentimiento de paz que con su marido nunca había sentido. Se escribieron por cuervos por algún tiempo, pero por miedo a que su madre la descubriera, había dejado el hábito.

Siempre se preguntaba cómo seguía aquel glorioso príncipe, al verlo en la boda se ilusionó y hasta habían cruzado algunos diálogos, no que Aegon no la mirara con mala cara - eso sí que le resultaba irónico. ¿Cómo él la podía engañar con múltiples putas en la calle de Seda pero ella no podía compartir un diálogo con su sobrino favorito?

- Se siente bien haberlo podido sacar de mi sistema y agradezco que me hayas venido a visitar- le dijo Haelena, dejando el bordado para un costado y volteando a ver a su sobrina.

- Siempre puedes contar conmigo para lo que necesites, tía. Creo que es importante que dejes que te ayuden con tus niños, que también puedas salir a dar paseos por el jardín y tomar aire fresco, estar encerrada no te hace bien- le sugirió Visenya.

- Lo haré, pero siempre y cuando salgas conmigo, no quiero cruzármelo por ahí ni que tampoco toque a mis hijos con sus sucias manos- le dijo Haelena. - si pudiera anular mi matrimonio con él, lo haría. Pero Padre primero, fue quien nos casó por la sugerencia de Madre y segundo, apenas puede pensar. El otro día los niños fueron a verlos y pensó que eran Jacaerys, tú y Lucerys-.

- El abuelo está mal en serio- bromeó la otra. - confundiéndose a tus hijos platinados con mis hermanos castaños-.

Ambas rieron, sacando lo mejor de la situación pese a que sabían lo que se avecinaba. Compartieron el resto de la tarde jugando con los pequeños, comiendo pasteles y hablando de sus infancias. Les divertía recordar alguna que otra hazaña que habían ido, y a Visenya le divertía oír historias del pequeño Aemond y sus ataques de furia con su hermano, incluyendo cuando el aún no tenía a su dragón y el resto le hacían bromas al respecto.

Mientras que ellas hablaban, sigilosamente, Aemond escuchaba en el marco de la puerta.

Había oído todo, cada vez tenía más certeza de que si le dieran la oportunidad, le arrancaría la cabeza a su hermano y la exhibiría en la puerta del palacio. Podía entender que fuera un mal hermano, quizás incluso un mal marido, ¿pero también un mal padre?

Estaba decidido a hablar con él, caminó por todo el palacio hasta que lo encontró, donde siempre, en sus aposentos tirado, semi-desnudo y probablemente con resaca.

- Aegon levántate- le ordenó a su hermano, con firmeza.

- Ya deja de molestarme, ¿qué quieres ahora?- el otro le preguntó, sin moverse de la cama.

- Quiero hablar contigo de algo importante- le dijo, sin obtener respuesta. - no le diré a Madre, pero quiero que me oigas-.

Eso sí llamó la atención de Aegon, si Aemond pretendía cubrirlo, tenía que entender de qué desastre estaba hablando.

- ¿Qué pasó?- le preguntó ahora interesado.

- Haelena encontró a tu bastardo- le dijo Aemond, mientras que Aegon se sorprendió al oír eso.

- No sé cómo lo hizo pero ¿cuál es el problema?- se cuestionó Aegon.

- No lo sé, ¿tal vez es que cuidas de él mejor que tus hijos legítimos?- bufó Aemond, conteniendo su enojo lo mejor que podía. 

- Escucha, escucha. Yo no pedí casarme con ella, bastante con que cumplí mi deber y tuve hijos con ella, suficiente con esto- le dijo Aegon, haciendo que algo se retorciera en el interior de Aemond.

Todos esos comentarios, cuando decía que Haelena era un fenómeno, que no podía ser una verdadera Targaryen porque no soportaba ver sangre, que estaba igual de loca que Viserys enfermo, que hacer su deber marital era un suplicio para Aegon incluso habiendo bebido.

- Tu bien sabes que tu deber es cuidarla y cuidar a los hijos que tienen en común- le dijo Aemond.

- Si, si. Tal y cómo hizo Padre- contestó el otro, aunque tenía un buen punto.

- Tú no eres Padre, deberías aspirar a ser mejor que él, Aegon- dijo Aemond. - ya crece de una vez, hazte cargo-.

- Tú no puedes decirme qué hacer- el otro retrucó, como si fuera un niño pequeño, ostentando una autoridad ficticia.

- Resulta que sí, tengo que decirte que hacer porque no puedes hacer nada bien por tu cuenta estando borracho y en burdeles todo el día, no tienes sentido común de ningún tipo, ¡eres pésimo hermano, pésimo hijo, pésimo marido y padre y para colmo pésimo príncipe!- le gritó Aemond.

- Uf, baja esa intensidad ya. Creo que Visenya no te está complaciendo bien en la cama para que estés haciendo tanto drama así- le dijo Aegon.

Eso hizo que Aemond disparara. Sin pensarlo, le encajó un puñetazo en la cara a Aegon, haciendo que este cayera el suelo y no tardara en responderle.

Tenía pocos reflejos, pero alguna que otra vez logró darle a Aemond, en una pelea a puño cerrado y sin piedad por el otro, todo era un griterío de insultos y puñetazos hasta que los guardias los separaron, causando un escándalo en todo el palacio que no tardaría en llegar a los oídos de la Reina.


La Danza de las Espadas - Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora