Capítulo 7

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- Fue hermoso, Hae, jamás pensé que podría ser de esa manera- se remitió a contarle Visenya a Haelena, no tenía ganas de entrar en detalles, sabía que la intimidad con Aegon era un tema complejo para su tía, pero ella misma había insistido en saber cómo había sucedido.

- Nunca me imaginé que Aemond fuera ese tipo de hombre, así de romántico- le decía ella en respuesta. - por fuera parece un hombre rudo, en especial cuando se pelea con Aegon-.

Visenya asintió.

- Hace un rato me comentó que iría a hablarle, para calmarlo- dijo Visenya. - parece que tiene la intención de intentar tener un buen vínculo ahora, pero eso será difícil-.

- Aemond es algo reservado, pero todos sabemos que Aegon es insufrible. Él siempre cubre por sus problemas, incluso intenta mentirme a mí, pero yo sé dónde pasa Aegon las noches- dijo Haelena. - a veces desearía poder casarme con otro hombre-.

- O con ninguno tal vez- le dijo Visenya. - ni que tu bienestar dependiera de tener a un hombre al lado, somos princesas, valemos más que eso-.

Su tía asintió en respuesta.

- Es complicado, estamos destinadas a parir herederos, y luego ¿qué?- se quejó. - no podemos salir a las calles a disfrutar cómo lo hacen ellos, no podemos ser tal y cómo son ellos-.

- ¿Quién dijo eso?- le respondió Visenya. - demos un paseo-.

- Pero, si nos atrapan... la Reina- dijo Haelena, toda preocupada.

- El punto es que no nos atrapen- contestó su sobrina, más rebelde. - tomaremos capas, nos cubriremos el cabello, con un poco de oro podremos ir de compras por las calles tranquilas-.

Ambas princesas se escaparon, cubriéndose cuidadosamente, ambientándose más a las calles de la ciudad. Pasearon, se compraron varios broches e incluso algún vestido en los puestos que se esparcían por la vereda, todo era distinto en las calles.

- ¿Este, estás segura?- le dijo Haelena a Visenya, al ver que había escogido un broche considerablemente fuera de estilo. - parece algo que usaría un hombre-.

- Y eso qué importa- le contestó su sobrina, tomando el broche y dándole el oro restante al puestero.

Sus bolsillos estaban llenos de compras innecesarias que habían hecho en este corto tiempo, no sabía cómo le explicaría Haelena a su madre de dónde había sacado tales accesorios.

La gente en la ciudad no tenía modales, pero se veían cosas que en palacio no - gente pidiendo dinero, gente usando tan solo harapos de ropa, niños robando comida de los puestos, simplemente hambrientos. A Haelena le daban ganas de llorar, llegando incluso a dejar algunas monedas de oro en los cacharros de las personas que pedían.

Habían tabernas llenas de personas, específicamente hombres, borrachos. Algunos parecía que hacía días que estaban ahí dentros, sucios y torcidos, vaciando sus copas de vino barato cómo si fuera agua. Haelena podía entender cómo Aegon frecuentaba esos lugares, todas esas personas se parecían a él después de todo. Mujeres semidesnudas en la calle, ofreciendo sus servicios a quienes pasaban, no pudo evitar sentir un nudo en la garganta al imaginarse a Aegon caminando por ahí, aceptando esos y otros servicios.

Caminaron por las calles hasta que se toparon con una escena horripilante. Una mujer, morocha de cabello, visiblemente enojada gritándole a un pequeño, que no tendría más de 3 años.

Visenya sin pensarlo intervino, intentando dialogar con la mujer, quien procedió a gritarle a ella también. El niño no sabía qué hacer o si quiera a quien mirar, entre sollozos encontró su mirada con la de Haelena.

Había algo más que la inquietaba de la escena, no era el enojo de la mujer, ni el llanto del niño ni siquiera la intervención poco pensada de Visenya. Era el niño, tenía el cabello platinado como ella, la cara redonda y los ojos grandes y violetas, en su muñeca tenía una pulsera con emblema de su casa, sólo a una persona podía pertenecer tal joya.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y tragó grueso, soltó un suspiro.

Visenya volteó a verla, no entendía qué estaba sucediendo. Por una parte la mujer estaba disconforme con la situación, cruzada de brazos, tomando al crío por el brazo y casi que arrastrándolo adentro, mientras que Haelena lloraba al mirarlo.

- Vámonos Visenya- le dijo, sin quitar su vista del niño. 

Su sobrina terminó de decirle a la mujer que dejara de maltratar al niño, aunque era imposible hacerle entender a algunas personas de lugares cómo estos las decencias mínimas de respeto y cariño que les enseñaban en el palacio, aunque algunos de alta cuna tampoco las aprendían.

Visenya respondió al pedido, de su tía, tomándola por el brazo y caminando rápidamente de regreso.

- ¿Estás bien?- le preguntó ella, intentando mirarla a los ojos pero la otra tenía su mirada fija en la calle. - sé que no te gustó esta parte del paseo, prometo nunca exponerte a esto más, no quería que la pasaras mal Hae. Lo siento-.

- No fue tu culpa- le respondió, en una voz casi imperceptible.

Las lágrimas calientes le brotaban de los ojos a la princesa, sin ser capaz de explicarle a Visenya lo que sentía, los cabos que había atado.

Pronto habían llegado al palacio, sin que nadie las descubriera. Visenya ayudó a Haelena a quitarse su capa, la escoltó de vuelta a sus aposentos, dónde solicitó que la dejara sola. Visenya se comía la cabeza con lo que había sucedido, le gustaba este vínculo que tenía con su tía, no quería perderlo por una idea mal ejecutada.

Pasó toda la tarde preocupada por ella, encontrándose en una oportunidad con Aemond, quien la invitó a pasear por el jardín al ver su estrés.

- Fue una mala idea- le confesó Aemond, luego de escuchar la historia.

- Lo sé, lo sé- dijo ella, agarrándose la cabeza. - nada más quería que se distrajera de tanta mierda que hay en este palacio. Entre el inútil de su marido y tener que cuidar a sus hijos por su cuenta, ni puedo imaginarme cómo debe ser para ella-.

- Probablemente se le pase luego de estar sola, Haelena es así, precisa su espacio- le explicó su marido, quien conocía a la perfección a su hermana. - estoy seguro de que sabrá entender que no puedes hacerte cargo de todas las cosas que pasan en la ciudad, algún día te llevaré yo de paseo por ahí, conozco mejores rutas-.

- Sí, de tu experiencia rescatando al mismo que le hace su vida miserable- dijo ella. - hablando de él, ¿cómo ha salido la charla que han tenido?- preguntó, curiosa.

- Cómo siempre- le contestó, sin emoción. - Aegon siempre será Aegon, hace falta que vea mucha sangre o algo dramático para que cambie. Será complicado que entienda que tiene que comportarse, igual tu ayudaste aquella vez con la daga, quizás tu deberías enseñarle-.

Ella rió.

- Lo dudo, perdería la paciencia fácilmente. Además de que no tolero compartir aire con esa escoria, no después de saber lo que te hizo a ti- le dijo ella, llena de ira.

El miró hacia abajo, era algo que le hería profundamente, algo que Visenya tuvo que ayudarle a sanar sin ser quien lo había lastimado. Es difícil sentirse culpable de sangrar en alguien que no te causó la herida, cuando esa persona es tan cercana a ti.

Le dolía pensar en todo lo que pasó, le dolía pensar en los encargos de su madre y la conversación tan vacía que había sostenido con Aegon. Llegó hasta amenazarlo, pero el dolor físico no era algo que ayudaba a que él entendiera. Sólo hacía caso cuando se trataba de una verdadera amenaza a su vida, cosa que Aemond era incapaz de recrear sin concretar.

- Tendré que ir a hablar con el Rey más tarde, ¿quieres acompañarme?- le ofreció él. - me encargo de que no lo pasen de leche de amapola, que es necesaria dada su condición-.

Ella asintió.

- Iremos juntos entonces- le dijo él.

Continuaron paseando por el jardín, inevitablemente encontrando sus cuerpos de vez en cuanto, tomándose de las manos, besándose y escondiéndose en los lugares que Aemond conocía en este jardín tan vasto, todo para poder juntos lo más que pudieran.

Los guardias murmuraban, las sirvientas murmuraban. Todo el palacio hablaba de lo enamorados que estaban estos dos, que no aguantaban estar lejos del otro. 

Más tarde, los enamorados fueron a los aposentos del enfermo Rey. Ver a Viserys en estas condiciones generaba lástima en cualquiera, hasta si el propio Maegor hubiera estado en estas condiciones alguien hubiera sentido lo mismo.

El Rey yacía en su cama, recostado, apenas alzando la cabeza al ver a ambos entrar en la habitación. Al ver a Visenya se sonrió, intentando levantarse lo más que podía.

- Mi niña, hijo- los saludó. - ¿cómo se encuentran?-.

Mejor que él seguro.

- Bien, abuelo, gracias por preguntar- le contestó ella. - ¿cómo te encuentras esta tarde?-.

- Estoy cansado, pero feliz de verlos- le dijo él. - pronto me traerán noticias, ¿verdad? De un futuro heredero-.

Aemond se sonrió y ella se sonrojó, al parecer los rumores habían llegado al viejo Viserys también.

- Ojalá que sí, padre- le dijo Aemond.

- Cuando Aemma estaba en cinta, la vez que pudo llegar hasta término con Nyra, no saben lo emocionante que fue cuando nació- les contaba el Rey Viserys, con los ojos brillosos evocando tal recuerdo tan feliz. - su embarazo fue agotador, se le hinchaban los pies y le quedaban como tartas de redondos, pero su cara lo dijo todo... esa princesa fue tan añorada-.

Escuchar estas historias hacía que Aemond se sintiera en menos. Cuando Alicent se embarazaba, por lo general transcurría sus embarazos rodeada de criadas, recibía toda la atención que podía desear, toda menos la de su marido. Lo mismo en el parto, ninguno de los hijos de Alicent había sido recibido al mundo con el amor con el que habían recibido a Rhaenyra. 

Visenya sensó la tensión de Aemond, acercando su mano a la de él y rodeándola. Entendiendo que no era fácil para el oír esto, pero tampoco lo era para ella. Que Rhaenyra haya sido deseada no quita el hecho de que era mujer y que Viserys no dio hasta darle fin a su esposa para obtener a su añorado heredero varón. 

A pesar de ser una idea polémica, Visenya en verdad sentía que Viserys se había volcado a Rhaenyra tras la muerte de su madre más que nada por la culpa que sentía de haberla llevado a ese punto, a partirla en dos para sacar a su pobre hijo.

¿Qué hubiera sido del reino si él hubiera vivido? Seguramente Rhaenyra no sería la heredera al trono, seguramente la muerte de la buena Reina Aemma hubiera quedado como un acto tal de un mártir para traer al mundo al dragón que gobernaría los 7 reinos.

- Y por eso, por ser mi primogénita, ella gobernará con justicia- dijo el viejo, tosiendo antes de continuar, mientras que Aemond le limpiaba la boca. - será una reina buena, buena como su madre. Pero fuerte, fuerte cómo mi hermano Daemon-.

Visenya sonrió, mirando a Aemond, quien mantenía su vista fija en la cabecera de la cama, cómo queriendo estar en cualquier lugar menos en este en ese momento.

- Estoy segura que sí, abuelo- le dijo ella, acomodando sus sábanas.

- Será buena con sus hermanos, los perdonará por todo- finalizó Viserys, agarrándose el pecho, antes de pedir que alguien le alcanzara la pequeña copa que yacía en su mesa de luz.

Era leche de amapola, puesta estratégicamente ahí para que el Rey pudiera acceder a ella para ahogar los malestares de su enfermedad. Lo había tomado despacio, estos últimos años venían de mal en peor, tomando cada parte de él hasta dejarlo en este estado, dependiendo de los efectos de la leche de amapola para poder seguir vivo.

A veces tan sólo desearía no sentirse y estar tan sólo, pero sabía que se lo había buscado. Despreciando a sus hijos, también a su esposa, incluso a su propio hermano. Ahora sólo lo visitaba Aemond, de vez en cuando. Uno de los hijos a que peor había despreciado, incluso en el incidente del ojo.

- Te aceptará, hijo, ella tiene gran corazón y será buena contigo- le dijo, arrastrando sus palabras. - sabe que tu quieres a su hija y por eso ella te quiere también a ti-.

Aemond quedó pensativo.

La Danza de las Espadas - Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora