Capítulo 5: Desahogo

52 4 2
                                    

Madison

—Madiiiii.

Doy un respingo del susto cuando Isa grita como loca tirándose a mi lado en el sofá.

—¿Qué pasa loca?, me has asustado —pongo una mueca de horror, llevo una mano a mi pecho.

Isa a veces tiene ataques de locura —como este por ejemplo—, a veces le gusta hablar más que una cotorra y rara vez la ves callada, al menos que algo no esté bien, porque quien logre callarla o mantenerla quieta se merece un premio nobel.

Se podría decir que es normal que esté calmada y de pronto empiece a gritar o a hablar más de la cuenta, a veces me da miedo que no se tome pausas para respirar y que se asfixie. Pero después recuerdo que es Isa, así que difiero de mis preocupaciones por su causa.

Hay días que habla, grita y no se mantiene quieta en un solo sitio, todo en un solo día, si está sentada, se levanta y se pone a caminar de un lugar a otro mientras dice un testamento, creo que son como ataques de hiperactividad que le dan.

—Estuve hablando con Carlos y resulta que nos invitó a su casa.

—¿A su casa? ¿A hacer qué? —pregunto con desconcierto.

—Nada en realidad, pero Ian y tú pueden hacer el trabajo de una vez, él también irá.

—¿Qué trabajo?

—Por Dios se te ha olvidado, Madi… a ver ¿Si recuerdas que me dijiste que tienes que hacer un trabajo de historia?

Asiento.

—Bueno, dijiste que harías equipo con Ian. ¡Tonta! Como es posible que se te haya olvidado, ¿Dónde vives? ¿En la luna o qué?, recuerda que tienes que dejar de parecer vivir en otro mundo, de lo contrario podrías perder… —pongo una mano en su boca para que se calle. Y de esto hablo.

Suspiro.

—Cierto, lo había olvidado por completo.

—Si no me dices, no me doy cuenta… en que mundo vives mujer —suspira moviendo su melena rubia hacia atrás.

—En el mismo que tú, tonta, solo no lo recordaba.

Me saca la lengua para después comerse unos sándwiches que me he preparado. Yo amo la comida y a veces creo que estoy comiendo más de la cuenta y que moriré de obesidad, pero después veo a Isa comer y juro que es como si yo como migajas a su lado, no exagero, ella come a toda hora, en cada momento que puede y no sube de peso.

Quiero su buena suerte.

—Y… ¿Qué harán Carlos y tú mientras nosotros hacemos el trabajo?

—No sé, algo se nos ocurrirá, todo es por no quedarnos aquí aburridas —hace un mohín y luego sonríe—. Por cierto, lleva una linda pijama, dormiremos allá.

—¿Qué? Como que vamos a dormir allá. Seguimos hablando de lo mismo, ¿no?

Pone los ojos en blanco y me da un leve golpecito en la frente.

—Sí, tonta, dormiremos en casa de Carlos porque queda un poco lejos de aquí. Nos ofrecieron quedarnos y acepté. Además, es sábado niña quien querría quedarse aquí sola, las demás también se fueron.

—Oh bueno, gracias por consultarme querida amiga. Te mataré si vuelves a decidir algo así sin mi consentimiento.

—De nada, linda, si me disculpas voy a preparar mi bolso… y creo deberías hacer lo mismo.

—Ujum, claro, huye antes de que pueda matarte.

—Claro, bye.

Se levanta de prisa y se dirige a su habitación, esta mujer un día de estos va a matarme de alguna cosa, entre sus gritos y los testamentos que vive hablando diariamente, me vuelve loca, aunque he de admitir que gracias a todo el tiempo que hemos pasado juntas supongo que tener paciencia con ella ha sido más fácil.

Como ha sido siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora