Capítulo 34: La herida de un corazón roto.

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Madison

—¿No quieres hablar o en serio te sientes mal? —Nati me pregunta alzando una ceja.

—Las dos, pero me voy más por la segunda —cierro mis ojos mientras abrazo mi peluche.

—No te creo.

—Hablo en serio, se han terminado mis pastillas y desde hace dos días no me he puesto las inyecciones —murmuro con pesadez, abro un ojo para verla dar un salto.

—¿Estás loca o qué? —se acerca a mí, preocupada— ¿De casualidad no se te ocurrió que tienes tres amigas a las que puedes llamar?

—Vaya, es cierto, pero en mi defensa, he estado tan ocupada con los niños que ni me acuerdo de cómo me llamo —resoplo con pesadez y me siento—. Fui a la enfermería de aquí, pero lógicamente solo hay para niños.

Su rostro de reproche me escruta, parece que tiene ganas de matarme. Realmente no quería llamarlas, ¿Necesito causar molestias a los demás? No quiero.

—De acuerdo iré a la farmacia, tú te quedas —abro la boca para quejarme, pero me detiene—. Cállate, no quiero quejas, iré a comprar y vuelvo, y como me digas “no es necesario, yo me las arreglo” te dejo calva.

Me resigno a dejar que lo haga, cuándo fui a buscar mis cosas en el cajón de la mesita de noche, estaban todos mis medicamentos, pero no quise tomar nada. ¿Debí priorizar mi salud? Tal vez, pero no quiero nada que venga de él.

Camino escaleras abajo para ir al patio, quiero tomar aire. La mayoría de los niños están jugando, así que me acerco a aquellos que solo están sentados, en realidad es porque no pueden jugar como los demás, tienen discapacidades, así que se les complica.

Me siento en el banco de cemento y converso con ellos, después hacemos figuras con plastilina y pintamos algo para distraerlos. Nati seguramente tardará porque la farmacia no está cerca.

—¡Ian! —me congelo al escuchar cómo los niños gritan su nombre y salen corriendo hacia el centro del patio.

No volteo a ver si realmente está allí, no me interesa, no quiero verlo, él no debía venir.

—¿Podemos hablar? —escucho su voz a mi espalda, huelo su perfume y siento su presencia. Vuelvo a sentir la rabia correr por mi sistema, así que me dedico a ignorarlo para no descargar todo lo que llevo dentro frente a los niños—. Madi…

—Niños, vayan dentro, ¿Sí? Iré en un rato —ellos asienten sonrientes y van dentro del orfanato. Respiro profundo para calmarme un poco y me levanto del banco. Lo veo cara a cara, y si no estuviera aquí, hasta podría plantarle una bofetada— ¿A qué vienes?

—Necesito explicarte —me dice en voz baja—. Lo que viste no…

—¿No pasó y solo me lo imaginé? ¿No es lo que parecía? No soy tan idiota, aunque pensándolo bien, si lo soy, por creer todas tus malditas mentiras —la rabia se denota en mis palabras.

—Madi, dame la oportunidad de explicarte —me pide con calma, y se acerca a mí, me alejo por inercia y pongo las manos al frente para detenerlo.

—Cinco minutos, no más, después me dejarás en paz —me siento en el banco otra vez y se sienta en el otro extremo, se queda mirándome en silencio—. Están corriendo.

Como ha sido siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora