Capítulo 10: No quiero ser como ella

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Madison

—Hasta luego, ¡Qué tenga buen día! —le digo a una señora. Cliente frecuente del lugar donde trabajo.

—Uy cuántos ánimos —ironiza Xavier, un compañero de mi trabajo— ¿Ha sucedido algo? Estos días te has visto terrible… aunque considerándolo bien, hoy no pareces tan extraterrestre como los otros días.

—Vaya, gracias —digo con sarcasmo— es que estoy un poco cansada, estos días he tenido muchas cosas en la universidad.

Esta semana en la universidad ha sido sumamente agotadora, entre los exámenes, exposiciones, maquetas y demás me estoy volviendo loca, tanto así que considero seriamente la idea de tirarme del techo de la universidad.

¿Qué piensan los profesores? No somos una maldita máquina para hacer todo y tanto a la vez.

Lo máximo que he tenido en un día son dos exámenes, una exposición, una maqueta y un trabajo de historia. Y es que de seguro la próxima semana será peor, considerando que las vacaciones de invierno ya están a tan solo tres o dos meses meses, quizás menos.

La biblioteca está llena desde que empieza la jornada estudiantil hasta que la bibliotecaria se va por la noche. Ni siquiera me da tiempo de leer algo más interesante que los libros de historia de la diplomacia, introducción a la geopolítica o los de introducción a la investigación.

Tan mal estoy que cuando me veo al espejo me asusto de las ojeras que tengo y me pregunto si de verdad soy yo o solo alucino. Estos dos meses han pasado volando y no me he dado cuenta.

Mi único consuelo es que no soy solo yo quien parece un extraterrestre, las chicas están igual —o hasta peor— y cuando tienen tiempo libre se la pasan con mascarillas en la cara y duermen con pepino en los ojos. Estuve a punto de hacer lo mismo, pero a ellas ni siquiera se les nota que esas cosas les ha hecho algún cambio, así que decidí no perder mi poco y valioso tiempo.

También se hacen presente los dolores de cabeza frecuentemente, a veces es porque no entiendo alguna tarea o porque no me salen perfectas y pulcras como yo las quiero y me lanzo a llorar del estrés o me enojo porque tengo poco tiempo para entregarlas y no hay un lugar donde pueda adquirir la concentración máxima.

Juro que si antes no me colapsa el pobre cerebro me tiro del techo.

Las pesadillas siguen, son como una sombra que siempre está ahí, siguen presente en cada momento que logro conciliar el sueño. Hubo dos o tres días en que para mi buena suerte no las tuve, pero la felicidad no duró mucho, empezaron a hacerse más frecuentes, con más ahínco, con más persistencia y eso me desgasta aún más.

Y el dolor de cabeza en estos momentos va a terminar por matarme.

—Uff, qué mala suerte, pero mírale el lado bueno, trabajamos solo tres horas y ya solo nos falta una para poder irnos.

—Esa hora se hará eterna —digo con desdén y lentitud para darle drama— Por cierto, ¿cómo te va en la universidad?

—Todo bien hasta ahora. Pero son muchos gastos y con el sueldo que pagan aquí no me alcanza para todo —suspiro perezosamente.

—Que podrías esperar es un lugar donde vende comida rápida.

«¡Eso no sirve de consuelo!».

Como ha sido siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora