Capítulo 37: Ciclos y contradicciones.

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Madison

Me muevo un poco tratando de respirar. Olvidaba cuánto pesa Ian. Suelta un gruñido y me aprieta más. Que lo metan a la cárcel de por vida si me asfixia, y por infiel.

«Eres una tonta».

Lo sé. Anoche después de que Ian se recostara sobre mí me he quedado despierta hasta las dos de la mañana, solo para asegurarme de que no la estuviera pasando tan mal. La fiebre comenzó a pasarle poco tiempo después de haberse quedado dormido y dejó de temblar.

Me siento tan idiota, no se merece que esté cuidándolo a pesar de todo, pero no puedo evitarlo, ¿Acaso podría dejar en circunstancias como esas a alguien que quiero? No lo creo, no tengo tan poca empatía, por más que no estemos en los mejores términos.

—Ian, despierta, me estás asfixiando —se remueve escondiéndose más en mi cuello, lo muevo un poco por el hombro—. Ian.

—Un rato más…

—No, levante ya.

—Por favor, solo cinco minutos.

Resoplo decidida a seguir luchando para que se levante, pero alza el rostro hasta mirarme, está adormilado, tiene los ojos un poco hinchados y los labios rojos. Nuestras respiraciones se vuelven una por la cercanía de nuestros rostros.

Sonríe.

—Buenos días —dice con voz ronca, le sale tan bien…

«Compórtate».

—Serán buenos si te quitas para dejarme respirar —refunfuño. Se levanta frotando su rostro y se sienta en la orilla de la cama.

—¿Qué hora es?

—Las ocho —señalo el reloj digital en la mesita de Nati, tiene suerte, últimamente le ha ido bien en su trabajo.

Se levanta medio mareado y comienza a estirarse, bostezo aún con los estragos del sueño encima y me acomodo la camisa de la pijama.

—¿Sabes? Me gusta más como me trataste ayer —se queja.

—Malagradecido —ruedo los ojos y me encamino al baño. Cepillo mis dientes y hago mi rutina con los productos de skincare, por suerte aún no se me acaban, de otra forma me muero. Ian me observa recostado en el marco de la puerta, pongo labial rosa en mis labios y un poco de gloss, le saco la lengua y ríe por lo bajo.

El labial es lo único que utilizo todo el día porque no salgo y porque tengo los labios pálidos, y obviamente el gloss no puede faltar jamás, porque una chica sin gloss no es feliz.

—Amargada.

—¿No tienes dormitorio? —cuestiono mientras peino mi cabello y hago con él una coleta alta.

—Me gusta la vista que tiene este —bufo rebuscando en el estuche de mis medicamentos, observo sus manos apoyadas en el lavabo, a los costados de mi cuerpo. Le doy un manotazo en los brazos cuando me giro.

—Ian, vete ya, no quiero verte. Ayer tuve demasiada empatía contigo, pero nada más —me cruzo de brazos. Su expresión juguetona cambia a una que no sé identificar con exactitud.

Como ha sido siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora