Capítulo 29: Polos magnetizados

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Madison

—¿Crees que me veo guapa, jolie? —Amélie abre los brazos mostrándome su atuendo, da una vuelta emocionada. Ladeo un poco mi cabeza observándola y asiento.

—Te ves hermosa, pero creo que la blusa rosa combina más —se la extiendo y al probársela nota que sí le queda mejor.

Al salir de los probadores nos acercamos a la caja donde paga todo lo que compró, el pobre guardaespaldas que trae consigo, lleva las muchas bolsas mientras caminamos por todo el centro comercial, no tenía que hacer así que decidí acompañarla.

—Oye, ¿Por qué no compraste algo? —cuestiona cuando nos detenemos frente a una tienda de cosméticos— si no mal recuerdo, Ian te dio una tarjeta antes de salir.

—Una que no pienso usar, no quiero que pague todo por mí, no gastaré un dinero que no es mío —explico con sinceridad, ya a ese hombre solo le falta pagarme hasta el oxígeno y así diré que soy una completa mantenida.

Serían más razones para que la gente hable. Desde el desfile, he escuchado comentarios clasistas hacia mí cuando he acompañado a Raquel y a la abuela Éloïse a cualquier reunión, las mujeres que asisten no son nada agradables, y los comentarios despectivos hacia mi persona fueron tan pasivos agresivos que me disgustaron un montón, pero me contuve.

—Ay, jolie, no deberías preocuparte, aun si compras el centro comercial entero, no tomarías ni la cuarta parte de lo que la sabandija tiene en esa tarjeta y en las demás —observo la tarjeta negra en mi mano, ya que no traje cartera, y niego.

—Sigo manteniendo lo que dije.

—De acuerdo, entonces vamos a comer, muero de hambre y así gastaremos algo de esa tarjeta, no puedes negarte.

Toma mi mano y vamos a un restaurante que está a tres cuadras, después de ver el menú ordenamos algo y comienza a contarme sobre los viajes que ha realizado. Visitó Tailandia, Australia, Rusia, Suiza, Italia y muchos otros países, que envidia, yo no podría ni subirme a un avión.

—Entonces, cuando el abuelo murió, le dejó todo a Ian —explica aclarándome la duda que tenía de saber si todo el dinero lo consiguió el señor Eliot.

—¿O sea que a ti no te dejó nada? ¿Y a Lucy?

—No, la sabandija era su único nieto y por consecuencia, su favorito, así que en el testamento solo salía su nombre —la observo con incredulidad y asiente varias veces para que le crea—. A los dieciocho, cuando Ian pudo asumir la herencia, decidió poner a nombre de la abuela la empresa en Francia, la de Canadá pasó a ser de Lucy y la de España está a mi nombre, las otras son suyas.

—Entonces es mucho dinero.

—No es nada, en realidad, lo que haría con esas empresas en seis meses, es lo mismo que gasta en ese departamento —explica, como si fuera tan normal.

—¿Y tú eres quien maneja la empresa?

—Ujum, ya me falta poco para graduarme, entonces me será más fácil hacerla prosperar más, porque la mayoría de mis compañeros califican para buenos inversionistas —que inteligente, no se me hubiera ocurrido.

—¿Vives sola o con tus padres? —cuestiono mientras le doy vueltas a mi jugo.

—Con mis padres, vivía sola cuando comencé la universidad, pero por desgracia no puedo —suspira con pesadez, frunzo el ceño sin entender—. Un día cuando llegué al departamento donde vivía, había unos hombres dentro, vestían de negro, entonces no pude escapar cuando me di cuenta de que estaban allí, amenazaron a mis padres con mi vida y les pidieron una gran suma. Desde entonces comencé a tener ataques de pánico. Por suerte, Ian me hacía compañía y me ayudaba a superarlos y evitarlos, hasta que ahora ya no los tengo, gracias a Dios.

Como ha sido siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora