Capítulo 2: ¿Qué mal hicimos?

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Madison

—¡Esperaaa! —le grito a Nati. Estoy agitada.

El profesor de kinesiología nos puso a trotar por toda la cancha de la universidad durante treinta minutos, a veces a paso suave y a veces más rápidos, y otras veces con saltos incluidos, siento que con esto y los ejercicios anteriores ya me estoy muriendo.

Todos parecemos perros con sed en medio del desierto, con la lengua colgando de nuestra boca y jadeando por todo el aire que podemos aspirar, el calor se siente abrasador y eso es peor. Es una tortura, al menos para mí.

Así continuamos, con las piernas cansadas y el aliento corto, trotando al ritmo de la voz del profesor, que parece disfrutar nuestro sufrimiento y cuya voz suena cada vez más lejana. Las ganas de desmayarse son cada vez más fuertes, hasta que finalmente escuchamos las palabras que hemos estado esperando con ansiedad:

—¡Basta! Todo el mundo, al suelo, relájense —nos recostamos en el suelo, completamente agotados y sin hablar, solo respirando como si no hubiéramos respirado antes en nuestras vidas. El profesor solo se ríe al ver nuestro agotamiento.

Luego de unos minutos en los que proceso, si aún estoy en este mundo y el porqué, puedo sentarme junto a las chicas que se han levantado antes, ellas parecen igual de agotadas y están sudando a mares. Y por desgracia yo también. Estoy. Sudando.

¡Qué asco! No puedo con tanto.

—Ese profesor va a matarnos un día de estos —asegura Isa secando su cara con un pañuelo y yo me apresuro a hacer lo mismo, no aguanto mucho, puedo decir que lo peor que puedo sentir es el sudor en mi piel.

De pequeña no solía hacer esto, ni siquiera en educación física cuando estaba en primaria. Y era simplemente porque odiaba cualquier situación que me hiciera sentir la necesidad de darme una ducha al instante, y aún odio eso, es algo de las pocas cosas en mí que no ha cambiado.

Al menos en la primaria no me obligaban a tratar de acabar con mi vida.

«Dramática, solamente trotaste».

Bueno, es lo mismo.

Después de hidratarnos un poco, nos levantamos y hacemos un círculo el cual nos indica el señor casi calvo. La mayoría aún seguimos cansados, pero hay otros que parecen no haber hecho nada. ¿Cómo le hacen?

—Muy bien jóvenes, les aviso que en unos minutos haremos unos ejercicios en parejas a decisión de ustedes, espero tener la cooperación de todos.

Una avalancha de quejas se viene encima, en realidad no sé para qué escogieron kinesiología como clase de asignatura libre, porque bueno; yo la escogí porque las otras no me llamaban la atención y las chicas entraron aquí. Pero si me hubieran dicho la palabra ejercicios, ni siquiera hubiera entrado a mirar.

El profesor nos lanza una mirada mordaz, me daría miedo si no estuviera calvo, y eso hace que sea imposible no reírme, parece un foco cuando la calvicie le brilla por la luz de la lámpara.

El silbato suena y todos hacen silencio.

—Bueno como veo que no están muy contentos, les daré más motivos para no estarlo, yo escogeré las parejas y también el ejercicio —nos mira a todos con severidad, y no puedo evitar reírme por lo bajo—, y a aquellos que les haga gracia, harán servicio en la biblioteca por una semana —mira hacia donde yo estoy y adopto mi cara más seria— ahora tienen diez minutos más de descanso, ¡A las bancas!

Como ha sido siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora