Capítulo 26: ¿La quieres?

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Ian

Creo que me le voy a atravesar a un carro y así acabar con mi sufrimiento.

Estamos en el centro comercial desde hace dos horas. Lucy y Marie van corriendo por el lugar hasta llegar a la juguetería, y Madi va detrás de ellas tratando de detenerlas. Son unas pulgas las tres.

Recorremos los pasillos de la tienda que están atestados de juguetes, las niñas toman todo lo que ven y lo echan en el carrito, Madi se ha perdido por ahí y me toca estar al pendiente de las duendecillas.

Razón número uno por la que no me apetece tener hijos: Detesto cuidar niños.

Busco con la mirada a la chica maravilla, pero no la encuentro, hasta que minutos después la veo detrás de un estante revisando los peluches que hay allí. Pasé la mirada varias veces por el mismo lugar, pero es tan pequeña que no la vi.

—¡Quietas! —agarro a las mini humanas de los brazos y las hago parar de correr, se miran entre sí, se llevan una mano a la boca y se ríen— como no me hagan caso, las llevaré con el señor roba niños y las dejaré allí.

—No puedes, porque Madi no te dejará —dice Lucy y niega con el dedo índice. Alzo una ceja.

—Lo haré, ella no me manda.

—Si lo hace —dice la otra pulguita llamada Marie.

—Ella te ordena y tú le obedeces, si no lo haces se enoja y después le pides perdón porque no fuiste un niño bueno —dice mi hermana. Y cuando entrecierro los ojos se tapa el rostro con las pequeñas manitos.

Ella no me manda. Claro que no lo hace, es una estupidez.

Nos acercamos a la caja para pagar y una vez lo hago, al fin vamos al departamento. Mientras esperamos el ascensor, las niñas se abrazan de mi pierna izquierda y derecha, y comienzan a pellizcarme cuando no les presto atención.

Finalmente, llegamos al departamento, Madi abre la puerta y las niñas entran corriendo. Me quito los zapatos y sigo a las duendecillas, que ya se han puesto a jugar con sus nuevas adquisiciones. Me siento en el sofá y miro a Madi, que se está riendo de las travesuras de las mini humanas.

Su perfil es tan hermoso que casi parece una obra de arte. Sus rasgos son perfectos, y cada curva y ángulo de su rostro parecen haber sido esculpidos con la precisión de un artista experto. Sus ojos brillan con una luz interna, y su sonrisa es como un rayo de sol en un día nublado.

No puedo dejar de mirarla, de admirar su belleza. Su cabello cae sobre su cara en suaves ondas, y su piel tiene una tonalidad cálida y acogedora, me encanta el color de su piel. Es como si toda su presencia irradiara calidez y serenidad.

Sé que no es solo su apariencia física lo que la hace hermosa, sino también su alma. Es una persona bondadosa, inteligente, sensible, cariñosa hasta cierto punto. Es difícil encontrar a alguien que combine tanto la belleza interior como exterior.

Se acerca a mí y recuesta su cabeza en mi pecho, suspira, cansada. Las mini humanas nos han agotado. Toma nuestras manos y entrelaza nuestros dedos.

Escucho las risitas de las pulguitas, quienes nos miran y susurran entre ellas. Las fulmino con la mirada y salen corriendo escaleras arriba.

—Son tan tiernas, ¿No crees?

—Son mini remolinos, mira como han dejado la sala —señalo el lugar que está atestado de juguetes aquí y allá—. La mini humana uno, no se quiere ir porque Marie está aquí.

—Y tampoco se irá ahora que tu madre está ocupada día y noche, tendrás que cuidarla —da dos palmadas en mi pecho.

Mi madre siempre está muy ocupada en la época navideña, muchas ventas, más diseños aquí y allá, y ahora la organización del Gran Bal. A veces resulta ser muy estresante para ella, pero es lo que más le gusta hacer.

Como ha sido siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora