Capítulo 30: Nieve en llamas.

27 1 2
                                    

Madison

—¡Madison! —Nati abre la puerta de un tiro, y grito también porque me ha asustado.

—¿Qué te pasa? —le reprocho con cara de espanto.

—Me muero, necesito contarte —se acerca corriendo a la cama y apago el iPad de Ian, estaba leyendo. Necesito un teléfono, pero antes un trabajo para poder comprarlo.

—Está bien, dime qué pasa.

Inhala por unos segundos y cierra los ojos, cuando los abre veo que estos están llenos de lágrimas y me preocupo.

—Hace un rato me llamó el abogado de papá —frunzo el ceño, por lo que recuerdo nunca tuvieron contacto, porque su padre así lo pidió—. Resulta que fue a buscarme al orfanato, y Beatriz le dio mi número.

—Ah, okay, continúa.

—Me ha dicho, que hay posibilidades de que mi padre salga muy pronto —suelta con alegría junto a unas cuantas lágrimas, pero ahora veo que son de felicidad.

Me quedo inmóvil por unos minutos y después grita de la emoción, así que me uno a su celebración. ¡Por Dios! Qué feliz me hace esto.

Mientras nos abrazamos, puedo sentir cómo tiene un millón de emociones dentro: felicidad, nostalgia, una mezcla de alegría y tristeza. Es como si toda su vida estuviese reviviendo dentro de ella en este momento.

—Me siento entre nubes, Madi, he deseado esto por tanto tiempo, lo he añorado —dice entre sollozos—. Quiero verlo, abrazarlo y decirle cuánto lo he extrañado. Decirle que me perdone y que lo amo con todo mi ser.

Se me escapan algunas lágrimas, pero las limpio antes de que se hagan más.

—Quiero dormir en sus brazos como cuando era pequeña, que me lea cuentos como antes lo hacía, y que me diga que sigo siendo su niña —murmura contra mí, la abrazo más fuerte, y acaricio su cabello—. Me siento tan feliz.

—Mi Nati, ya verás que podrás hacer todo eso.

—¿Crees que me perdone? —cuestiona con temor. Asiento.

—Claro. Recuerda que no hiciste todo eso por tu propia voluntad. Creo que él lo entiende —tomo sus mejillas y le sonrío—. No pienses en eso, ¿De acuerdo? Mejor vayamos a celebrar.

Me levanto y la tomo de la mano para que bajemos a la cafetería. Estando allí ordenamos algo y trato de distraerla para que no se mortifique con eso.

—¿Entonces tú y el feo de tu novio se conocieron de pequeños? —asiento con una sonrisa.

—No es feo, tonta —le reprendo, y como una cucharada de gelatina, veo su cara de horror al instante y me quita el plato de un manotazo— ¡Oye!

—Si no mal recuerdo estás a dieta, ¿O se te olvida que casi te mueres? —me regaña como una mamá gruñona. Resoplo con frustración.

Ya no aguanto, lo juro. Esto de la dieta no es lo mío, tampoco hacer ejercicio, ni inyectarme, ni tomar pastillas. Tampoco que Ian me esté vigilando a cada rato, a ver qué como y cómo me siento, me trata como una niña.

Como ha sido siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora