Capítulo 22: Sensaciones enredadas.

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Madison

—¿Ahora si me dirás cómo conseguiste una reservación?

Ian me evalúa con detenimiento, como lo hace siempre. Sus avasalladores orbes relucen como dos esmeraldas por la luz de las velas en la mesa, me es difícil leerlo, y me gustaría saber qué está pensando ahora.

—Porque soy el dueño —lleva la copa de vino a sus labios y apenas moja estos.

Siento como la comida se me va por el camino equivocado, y tengo que tomar agua para no morir atragantada.

«Es el dueño, dice».

—¿Qué? —digo atónita— no te creo.

Se encoge de hombros y lleva una porción de comida a sus labios. Quisiera saber por qué mierdas quiero… Ahg, nada.

«Concéntrate».

Cierto.

—Fue idea de mamá. No me ayudó económicamente, pero sí me apoyó.

—¿Entonces de dónde sacaste el dinero?

—Le hice un préstamo a mi abuela porque no había podido acceder a mis cuentas, quedé en pagárselo a medida que el restaurante vaya dando frutos, pero por suerte pude pagarle antes de la inauguración —asiento, satisfecha por haber saciado mi curiosidad.

Después del platillo principal el mesero vuelve con los postres, no sabía que era, ya que me ofrecieron la especialidad del chef, y para mi grata sorpresa, era gelatina mosaica con fresas.

El resto de la cena transcurrió mejor de lo que hubiera esperado, la conversación entre nosotros era amena, el ambiente tranquilo con una ligera música clásica de fondo. El comedor, el lugar en general, es una especie de refugio en el que las preocupaciones y problemas externos se disipan con la conversación, el ambiente y la música.

La mayoría de las personas ya se han ido y si quedan dos o tres mesas con gente es mucho. Ian se levanta de repente y me extiende una mano invitándome a bailar, la tomo, pues si paso vergüenza que sea solo con poca gente.

—No sé hacer esto—le susurro, una vez estamos en el centro, las parejas que quedan imitan nuestros movimientos y comienzan a bailar—. Si te piso no quiero que me reproches.

—Tranquila, tú solo sígueme.

Lleva mis manos alrededor de su cuello, cierra las de él en torno a mi cintura y comenzamos a bailar.

Mientras seguimos bailando, Ian se acerca a mi oído, lo cual me provoca un estremecimiento.

—Ya ves que no es tan difícil, solo hay que dejarse llevar por el ritmo de la música —me susurra y luego de unos segundos añade—: ¿Te gustó venir aquí?

—Sí… es hermoso —le respondo casi sin aliento, temiendo que la conexión que hay entre nosotros se rompa si lo dejo de mirar fijamente.

Pero me veo forzada a mirar en otra dirección por el nerviosismo. El hecho de sentirme en sus brazos y que haya tan poca gente hace que el momento me resulte súbitamente íntimo y único. El contacto físico es cada vez más constante y me pregunto qué estoy haciendo.

Como ha sido siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora