Capítulo 31: Una farsa descubierta.

26 1 0
                                    

Madison

—¿Y bien? ¿Qué es eso que tanto querías decirme? —le pregunto a Nati.

—El abogado me ha llamado esta mañana, me ha dicho que mi padre saldrá antes de año nuevo, lo que quiere decir que puede ser mañana, pasado o un día muy cerca —grita emocionada, me despego el teléfono del oído para no quedarme sorda, debe estar saltando de alegría. Sonrío.

—Uuuh, me alegro tanto —contesto mientras como una galleta de soda—. Así que alguien volverá a ser la niña de papi.

—Estoy asustada, tengo miedo de que no me perdone —su voz denota angustia.

—Nati, ya te he dicho que no tienes que temer, tú no hiciste algo para perjudicarlo, fue ella, te obligaron —le recuerdo con delicadeza. Le saco la lengua a Ian que me ve desde la sala, está en el sofá.

—Ya sé, pero no cambia nada —suspira con pesadez—. Oye, no me había dado tiempo de preguntarte, en Navidad, ¿Por qué te tardaste tanto en el baño? No me creo eso de que estabas secando el vestido.

—Bueno, como te decía, no es tu culpa y no tienes que tener miedo a nada —finjo no prestarle atención a lo que preguntó. Suelta un bufido.

—Vale, ya me contarás, aunque creo imaginarme que fue algo entre tú y el feo de tu novio.

—No imagines nada, te lo prohíbo.

—Créeme, imagino que hicieron algo, más no qué ni cómo, asquerosa, tampoco llego a ese nivel —puedo asegurar que ha puesto una mueca.

—Asquerosa tú que lo imaginas, eso de tener novio te afecta —me quejo arrugando la nariz. Ríe.

—Corrección, tener sexo es lo que me afecta. Venga, ¿Vas a decirme que no hicieron algo?

—Si pasó algo, pero no voy a contarte nada —mascullo, siento mi rostro caliente de solo recordar. Escucho un chillido de su parte.

—Lo sabía. Usa protección, se te agradece…

—Nati…

—… ¿Sabías que hay condones fluorescentes? Hay de sabores también —me pego en la frente con la galleta, de la vergüenza.

—¿Sabes que es lo que sé?, que te mataré cuando te vea. Maldita —suelta una risa larga y la insulto un poco más, hasta que se despide.

Guardo las galletas que han quedado y tomo un poco de agua. Al doblar el brazo me duele, son las inyecciones, me ha quedado la marca de cada una, la que me han puesto hoy parece que dolió más que las demás.

—Gracias —le entrego el teléfono al pelinegro y me siento a su lado, tengo sueño.

—¿Mi pago?

—¿Un puñetazo o patada en la entrepierna? —bromeo con una sonrisa.

—Un beso, agresiva. Ven —me jala hasta hacernos estar frente a frente. Me acerco y le doy un beso casto.

—¿A qué hora vendrá Remy?

—La rana y Mary deben estar por llegar —me informa, asiento—. ¿Qué usarás?

Como ha sido siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora