CAPITULO 23.

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Dhalia Ivanova

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Dhalia Ivanova.

Ya que estoy sin Alana regreso a Bansko ya que ahí tengo prácticamente todo, Adriel viene conmigo y a Emilia no la he visto desde que llegué. Tengo que formar una estrategia, el presidente de Bulgaria hizo una entrevista a uno de los portales de noticias y tiro una indirecta para mí organización; él no va a poder conmigo, ni él, ni nadie.

Apenas entramos, Adriel se detiene y mira a la entrada del comedor, yo también lo hago y ambos observamos una figura alta de cabello rojo.

¿El fantasma de Maia?

Le hago una seña y él sube rápidamente sin hacer ningún tipo de ruido, reconozco ese abrigo ruso y ya que mis guardias tienen la orden de dejar entrar a los rusos me relajo pero no bajo la defensiva.

— Agatha Volkova. —pronuncie su nombre lentamente. — Que sorpresa tenerte aquí.

Ella se gira y me da una mirada gélida, busca a Alana con los ojos porque sabe que siempre tengo a mi hija conmigo. No le pregunto si me ha esperado mucho tiempo porque no me interesa.

— ¿Dónde está Alana? —va al grano de inmediato.

Por las ventanas detrás de ella veo a unos cuantos boyeviki, pero mis guardias los quitan de inmediato llevándolos a otro lugar ya que no pueden estar ahí, ellos ponen resistencia y veo que están armados.

— ¿Para qué? —pregunte.

La mujer intimida cuando se yergue en su estatura de metro setenta y ocho, y más con esos tacones de diez centímetros que se carga. La miro desde mi posición con total tranquilidad.

— Quiero verla. —se ve cautelosa cuando se mueve por el lugar. — ¿No puedo? Me enteré que el león la conoce, ¿Sabe que es su hija?

Se que Andrei no le dijo mucho porque se limita a contarle muchas cosas de su vida privada a su hermana.

— Ajá. —conteste. Niega con la cabeza con decepción.

— ¿Por qué permitiste eso? ¿Dónde está Alana?

Agatha se ve de las personas de alta sociedad gracias a la moda rusa que siempre ame, incluso tengo abrigos de piel creados exclusivamente por un diseñador ruso.

— ¿Para qué quieres saberlo?

— ¡Dímelo y ya!

— No tengo por qué. —lleve mis manos a mi espalda dónde descansa mi arma. — Trajiste boyevikis a mi casa, estás armada, —afirme. — ¿Y crees que voy a darte información de mi hija?

— Esa niña es como mía.

La rabia y el calor me recorren desde los pies instalándose en mi cabeza, otra vez; la mire en silencio con el corazón latiendome a gran velocidad con la adrenalina.

La Reina Negra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora